Si la información es poder, ellos tienen hoy un poder que antes no tenían. Piratas del Índico o fundamentalistas islámicos… las tribus que ayer metían al misionero en el caldero tienen una tele y un pecé y saben que los misioneros de ahora, los cooperantes, valen siete millones de dólares si negocias con una cosa rara que se llama Estado.
Dos hechos pueden hacernos recuperar la esperanza en que los tres cooperantes españoles secuestrados en Mauritania salgan con vida de ésta. Uno de esos hechos es la discreción con la que el Gobierno está llevando este asunto (parece que ha aprendido la lección del ‘Alakrana’); el otro hecho es que Al-Qaida ponga la exigencia de dinero sobre la mesa del chantaje antes que las condiciones políticas, que resultarían aún más humillantes y por lo tanto menos asumibles. Pero, independientemente de que el caso tenga un final feliz o trágico, los gobiernos ‘primermundistas’ (España entre ellos) van a tener que empezar a revisar este planteamiento paternalista de que el Estado se tenga que hacer sistemáticamente cargo y a golpe de talonario de todos los líos en los que se metan sus ciudadanos dispersos por el Globo. Quiero decir que viajar por ciertos parajes del planeta se está volviendo a poner en el siglo XXI tan arriesgado como lo era en los siglos anteriores al XX. El de viajar ha sido históricamente un arte poblado de riesgos. Por eso nació el género de los libros de viajes. A Marco Polo no se le habría pasado nunca por la cabeza reclamar la protección del Estado italiano y no sólo porque en su época no hubiera tal Estado. Esto de pedir que intervenga la Marina o la Tesorería nacional es algo nuevo.
Siempre fue peligroso viajar, pero el siglo XX creó la ficción de que era una afición asequible a las masas. El siglo XX nos hizo creer que era normal que te fueras a la cumbre del Himalaya y te encontraras con media plantilla de la Caixa. Este milagro de la socialización del viaje se dio no sólo gracias a la tecnología de la rapidez y a su abaratamiento consiguiente sino a que los medios de comunicación se universalizaron unos cuantos años más tarde que los de transporte. Es el desfase temporal entre ambas colonizaciones el que creó el paréntesis prodigioso del viaje fácil. Pero en cuanto la televisión e internet han llegado a todos los rincones del Tercer Mundo, en cuando ha sido posible la chabola con antena parabólica, a Occidente se le ha acabado el chollo por una razón sencilla: porque los parias de la Tierra ven cómo vivimos. Ven cómo vivimos y quieren vivir como nosotros y quieren pasta y han aprendido la manera de obtenerla.
Ya no estamos ante unos pobres indocumentados. Si la información es poder, ellos tienen hoy un poder que antes no tenían y lo tienen por eso, porque tienen información. Un día son los piratas del Índico y otro, los fundamentalistas del Magreb islámico. ¿Qué está pasando? Pasa que las tribus que ayer metían al misionero en el caldero tienen una tele y un pecé y saben que los misioneros de ahora se llaman cooperantes y valen siete millones de dólares si, en vez de cocértelos, negocias con una cosa rara que se llama Estado.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 4/1/2010