- Siguen en pie las mismas incógnitas que no se resolvieron antes y que durante 20 años mantenían una ficción de Estado donde había tribus, muertos y ruinas
Ninguna de las boberías que uno escucha a los “todólogos”, académicos, políticos y demás personal de servicio, ninguna impresiona tanto como la de “Occidente ha sido derrotado”. Lo que se traduce en algo parecido a nosotros los occidentales hemos salido perdedores en la lucha entre las luces de la civilización y la barbarie de los “talibán”, palabra que no admite plural porque ya lo es. Los últimos abanderados de la civilización occidental salen pitando bajo la consigna cuartelera de “marica el último”.
A la gente, ante el complejo tema afgano, le ha dado por hablar como senadores romanos en la época del Imperio. Nosotros, los occidentales. No es algo geográfico referido a la diferencia entre Oriente y Occidente sino algo con pretensiones más profundas: nuestra civilización occidental. ¿A qué se refieren en esta media lengua orwelliana? La verdad es que por mucho que uno se esfuerce no acaba de encontrar la frontera por donde penetrar en esa llamada civilización occidental de la que “todos y todas y todes” formamos parte por derecho quizá divino, porque humano, lo que se dice humano, no es fácil encontrarlo. A menos que adoptemos un sentido un tanto laxo del término y debamos admitir que Mr. Trump y su anciano sucesor Mr. Biden son los representantes de la Civilización Occidental.
Al común no le acaba de entrar en la cabeza que mientras los ejércitos que invadieron Afganistán hace 20 años y ahora se dedican a labores humanitarias, hay otros ejércitos de centenares de individuos que se dedican al manejo de la información, el arma más letal en tiempos de zozobra. ¿Qué tendrá que ver la supuesta civilización occidental con la necesidad de sacar del hoyo mortal en que hemos metido a miles de personas que colaboraron con los ejércitos ocupantes, que hasta anteayer no eran ocupantes sino portadores de la libertad, occidental, por supuesto? Vivimos en un mundo cruel y despiadado en el que muchos creen tener el secreto para seguir en su nube. Anoto como rasgo significativo de la hispanidad el de las señoritas empoderadas advirtiendo de que no se olviden de sacar de Afganistán a las mujeres de la limpieza. En las situaciones más dramáticas siempre aparece el mentecato que alivia el paisaje.
Las que sí se cimbrean son las sociedades democráticas o abiertas y de ahí el esfuerzo de todólogos e instructores ideológicos por confundir las cosas
La retórica de senador romano está fuera de lugar y de tiempo. La civilización occidental, o eso que se entiende por tal, siempre quedará al menos como pasto de arqueólogos, pero las que sí se cimbrean son las sociedades democráticas o abiertas y de ahí el esfuerzo de todólogos e instructores ideológicos por confundir las cosas. En 1922 apareció el segundo volumen de un texto que no dejaría a nadie indiferente en su época. “La decadencia de Occidente”, hoy tanto el texto como el autor, Oswald Spengler, están justamente olvidados y, lo que ya no es tan beneficioso, desconocidos hasta como referencia. Se trataba de una visión ultraconservadora, tendenciosamente reaccionaria, de un mundo antiguo, idealizado, que se venía abajo. Como la historia es una herramienta sin instrucciones de uso, los que saben de la orientación de la información no han echado mano de Spengler y su decadencia occidental; es peligrosa porque esconde la huella del nazismo. Pero ahí queda como prueba de las pretensiones de ocultar tras la oscuridad del espejo su inequívoco y brutal retrato con apelaciones a la retórica.
Al final, los coaligados ejércitos occidentales han confirmado sus propios augurios de inminentes atentados en el aeropuerto de Kabul y han acelerado sus planes de salir volando y dejar en la estacada a quienes les siguieron en esta guerra de trileros con mucha sangre derramada y mucho compromiso incumplido. Para quienes no nos sentimos ni senadores romanos ni portavoces de la civilización occidental siguen en pie las mismas incógnitas que no se resolvieron antes y que durante 20 años mantenían una ficción de Estado donde había tribus, muertos y ruinas. Sabemos por qué huyen, pero no qué hacían allí.
El asunto, retóricas aparte, es si la hegemonía de los EEUU está en cuestión o es la conciencia de nuestra dependencia la que facilita seguir manteniendo la ficción
No es fácil entender la reunión “secreta” entre el jefe de la CIA y el futuro presidente del conglomerado islámico que ha tomado el poder. Alguien tiene que poner la nota a pie de página de que nunca, ni durante la invasión ni luego, los Servicios de Inteligencia de los EEUU incluyeron a los talibán afganos en la lista de organizaciones terroristas; sí lo hicieron con los talibán pakistanís. Al fin y al cabo, los norteamericanos los habían formado e instruido en la guerra contra el gobierno títere de la Unión Soviética, en una época que la Civilización Occidental estaba en manos de Ronald Reagan que dudo mucho supiera algo de Afganistán. Como luego Trump y ahora Biden, porque el asunto, retóricas aparte, es si la hegemonía de los EEUU está en cuestión o es la conciencia de nuestra dependencia la que facilita seguir manteniendo la ficción. Los intereses de Estado son el eje de toda política exterior; hay quien lo hace con mayor brillantez y quien se ve obligado a descubrir su juego y no le basta con el equipo de ideólogos capaz de barnizarlo.
Se habla de Afganistán como de un Estado fallido. Con esa esquemática consigna cayeron derrotados por su misma retórica la Gran Bretaña en el siglo XIX y hasta reincidieron, luego los soviéticos y por fin los norteamericanos del XXI. Una sociedad tribal puede no ser un Estado, aunque ejerza de tal. El 42% del PIB de Afganistán procede de la ayuda internacional, el 90% del cultivo de la amapola es afgano, los metales preciosos de la era tecnológica, el litio por ejemplo, está por explotar en fondos inabarcables.
Pero de momento el mundo se prepara para la gran diáspora de Afganistán; Grecia construye 40 km de muro con Turquía y cada cual cuenta el destrozo de 20 años de estupidez, criminal y ruinosa. La ley islámica se practica con las exenciones de la corrupción y el absolutismo en Arabia Saudí y los Emiratos y nadie se atreve a cuestionar esa invención de Estado que es Pakistán, porque nadie osa señalar que se trata de una potencia nuclear, que tiene el arma que unifica la teórica de las civilizaciones. Hay dilemas complejos que no nos atrevemos a reducir en términos tangibles. En el Kosovo ocupado por los ejércitos occidentales que lo crearon reflexionaba un legionario español: “Tío, no entiendo nada. Yo me incorporé en Melilla porque había que defenderse de los moros, y ahora me dicen que estoy aquí para defender a los moros de los cristianos”. Es lo que ocurre cuando somos mercenarios de una Civilización Occidental que tienen buen cuidado de no explicarnos.