ABC 12/07/14
PEDRO MORENÉS EULATE, MINISTRO DE DEFENSA
· «Si el crecimiento económico se ve lastrado por la amenaza yihadista y las dificultades en diversos ámbitos, una explosión demográfica en un ambiente tal de inseguridad, pobreza o hambruna repercutirá muy pronto en nuestra propia seguridad»
ÁFRICA tiene su propia personalidad. A veces es una personalidad triste, a veces impenetrable, pero siempre irrepetible. África era dinámica, era agresiva, estaba al acecho». Así reflexionaba Ryszard Kapuscinski sobre nuestro continente vecino, tantas veces olvidado, tanto tiempo minusvalorado. Hoy el mundo gira sus ojos hacia África, en esa traslación de ejes geoestratégicos que viran del oeste y el norte al este y el sur. Gira los ojos expectante y atónito ante un continente que se presenta como el futuro necesario, una esperanza que en la estadística se reafirma y demasiadas veces se tambalea en la realidad sociopolítica. Frente a la explosión de países emergentes como India, Brasil o Indonesia, el continente africano se revela lenta pero inexorablemente, reivindicando una posición que algunos como Estados Unidos, Francia y sobre todo China ya entendieron hace tiempo. España no puede ser ajena, y no lo es, al impulso que bulle al sur de nuestra frontera, apelando a nuestra responsabilidad para acudir en ayuda de un continente del que en buena medida depende nuestro propio futuro.
Las estadísticas no dejan lugar a dudas sobre el fenómeno que se nos avecina en nuestra frontera sur. Primero la demografía: la ONU calcula que en el año 2050 la población africana puede elevarse a 2.700 millones de habitantes, de los cuales 839 millones tendrán menos de 14 años. Hoy, la población del continente es de algo más de 1.000 millones de personas. Países como Níger, con una media de 7,5 hijos por mujer, o Nigeria, con entre 5 y 6 hijos por mujer y una población actual de 170 millones de habitantes, son los máximos exponentes de la explosión demográfica de la cuenca saheliana. A ellos les siguen otros como Malí, Burkina Faso, y, en menor medida aunque nada desdeñable, Senegal, Camerún o Sudán. El África subsahariana pronto supondrá el 25 por ciento de la población mundial, la población, por cierto, más joven del planeta, con una edad media de 20 años.
Parejo al crecimiento demográfico, buena parte de los países africanos ven como su economía mejora exponencialmente, beneficiada por la inversión extranjera, los ingentes recursos naturales, minerales y energéticos y la parcial estabilización política del continente, sobre todo de países con gran influencia. África es la reserva más grande de agua dulce del planeta, la mayor extensión cultivable y cuenta con enormes cantidades de coltán, uranio, cobalto, manganeso, cromo o platino, por no hablar del gas y el petróleo. De los diez países con un mayor incremento de la última década, seis son africanos.
África, pues, ha dejado de estar al acecho. Es un hecho sobre el papel, en las cifras. Pero a ese crecimiento constante le cuelgan lastres que pueden echar a perder un futuro próspero e ilusionante, convirtiendo la gran promesa en un sueño de cristal. En gran parte del continente persisten la pobreza, instituciones débiles, conflictos internos y la corrupción. Todos ellos son un peso que los africanos deben ir quitándose de encima en ese camino hacia el porvenir. Incardinado en todas estas sombras africanas, como un parásito que coloniza un animal enfermo, el yihadismo más radical se ha hecho fuerte de costa a costa, en un terreno insondable, de difícil combate y en el que se retroalimentan con traficantes de todo tipo. Al Qaida del Magreb Islámico, Al Mourabiton, Ansar Eddine, Boko Haram y Al Shabaab han conformado un corredor del terror desde Mauritania o Malí hasta Somalia, tratando de desestabilizar lo que apunta al futuro, imponiendo su terrible dictadura en donde la democracia intenta avanzar.
Con este panorama se hace más que nunca fundamental cualquier esfuerzo en seguridad. Ningún progreso es viable sin ella. La economía, servicios públicos, sanidad, educación, infraestructuras, la explotación ordenada de los recursos naturales, minerales o energéticos, un sistema político y de libertades con garantías, y tantas otras cosas tan normales para nosotros los occidentales son imposibles sin una burbuja que las proteja de las amenazas y los riesgos que padecen. Los yihadistas luchan precisamente contra todo eso, se crecen en el caos y en la pobreza, en la corrupción política y en la ausencia de instituciones sólidas. En ese desorden se lucran, se afianzan, se arman y nunca dejan de mirar a Occidente como el gran enemigo.
Si el crecimiento económico se ve lastrado por la amenaza yihadista y las dificultades en diversos ámbitos, una explosión demográfica en un ambiente tal de inseguridad, pobreza o hambruna repercutirá muy pronto en nuestra propia seguridad, alimentando toda clase de tráficos ilícitos, movimientos de terroristas hacia Europa e inmigración ilegal descontrolada.
España, tan próxima geográficamente a esas circunstancias y sobre todo a esas amenazas no es ajena a la realidad africana. Nuestro compromiso con nuestros vecinos del sur va mucho más allá de la ayuda al desarrollo. Es el compromiso de una nación que comprende su papel en el mundo, una nación implicada de lleno en lograr la estabilidad en el mundo y plenamente consciente de la necesidad de la seguridad como elemento sobre el que construir todo lo demás. De ahí la importancia del esfuerzo que estamos realizando en África, de ahí la trascendencia de la presencia del presidente Rajoy en la reciente cumbre de la Unión Africana, la de iniciativas como el 5+5, los lazos bilaterales que nos unen a muchos de sus países y desde luego las misiones militares que se están desarrollando en Senegal, Malí, República Centroafricana, Gabón y Somalia y que hace escasas semanas tuve la oportunidad de visitar. El compromiso de España es múltiple, pero en un primer término es estabilizar aquellas zonas de más inmediata necesidad como Malí o República Centroafricana y dotar a estos países de unas estructuras de seguridad que permitan poner coto al terrorismo y fin a los conflictos internos. Con ese objetivo el Gobierno reitera constantemente en la Unión Europea y en la OTAN la necesidad de que ningún organismo internacional pierda de vista la grandísima relevancia que tiene llevar a cabo políticas sólidas de seguridad y desarrollo en el continente africano y la constante atención que esa tarea requiere. Su futuro es nuestro futuro. Su seguridad, la nuestra.