ABC-LUIS VENTOSO

Las trampas cruzadas de Sánchez e Iglesias son ya de comedieta

LAS negociaciones entre socialistas y comunistas para que Sánchez pueda gobernar con 123 escaños pelados se han tornado tan serias y rigurosas que en cualquier momento saldrán los Monty Python por la puerta de Ferraz y Groucho Marx del chalé de Galapagar. El glorioso Gobierno progresista y social para todas y todos ha degenerado en el cutre juego de las sillas. Agárralo como puedas. El respetable, ya acantonado ante el grifo de cerveza de los chiringuitos playeros, comienza a percibirlo todo como una inextricable comedieta de enredo.

Sánchez e Iglesias son de fachadas antagónicas. Uno llegó a la política bajo el apodo ya periclitado de «Pedro el Guapo». Gasta gran planta, camina admirando su propio reflejo y le agradan las corbatitas estrechas y embutirse en trajes ceñidos a lo Guardiola. El otro transita encorvado, viste de hipermercado por imagen de marca y preserva la coleta como un souvenir del rebelde que ya no es (se trata de un padre de familia de posibles e hipotecado). Pero en realidad Pedro y Pablo se parecen. Ambos son madrileños y generacionalmente coetáneos, uno de 47 años y el otro rumbo a los 41. Ninguno ha dado palo al agua en una empresa privada. Los dos son adictos al eslogan huero, al trilerismo político y a las purgas para afianzarse. Los dos venderían hasta a su sombra para conservar sus poltronas.

Pablo tiene un alto concepto de su capacidad de supervivencia. Lógico. Con sus consultas teledirigidas ha logrado proezas tan notorias como salir vivo del bochorno del chaletazo. Además ha tachado a todos los protagonistas de la foto fundacional de Podemos, hasta convertirlo en la empresa particular de él y su mujer. Iglesias es un liante habilidoso, ciertamente. Pero su problema es que se enfrenta al cum laude de la marrullería política: el doctor Sánchez. El presidente en funciones cuenta además con una ventaja: para él la verdad es un concepto elástico. Se puede decir una cosa y la contraria y ambas son válidas. El lunes, Sánchez desmintió en una radio amiga que Iglesias le hubiese pedido una vicepresidencia en la última reunión entre ambos, el pasado día 9: «No, no me ha pedido nunca eso», zanjó. Ayer, ese mismo Sánchez se vio con su Ejecutiva y les contó todo lo contrario, que Iglesias le exigió ser el vicepresidente social y también los ministerios de Trabajo y Hacienda y llevar la comunicación de La Moncloa. ¿Cuándo mintió Sánchez: el lunes o ayer? Nunca: solo importa lo que dice en cada instante. Antes lo llamaban amoralidad. Ahora, «tacticismo redondiano».

Un partido populista, comunista y antisistema, que se caracteriza por su analfabetismo numérico, quiere la cartera de Hacienda de un país capitalista del primer mundo y su apolillado líder, una vicepresidencia. Un presidente con 123 escaños pírricos pretende gobernar como si fuese De Gaulle. Como decorado: trolas cruzadas, provocaciones, parálisis… y los Presupuestos de Rajoy todavía en vigor (por fortuna). Mel Brooks o Louis de Funes no habrían firmado una comedia tan disparatada. Pero el mayor de los chistes deja rictus amargo: es lo que hemos votado los españoles.