AGUA FRÍA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Las elecciones son un imperativo político y ético. Pero cuando las reclames recuerda que las suele ganar el Gobierno

CUANDO reclamas, lector, elecciones inmediatas «para echar a Sánchez», tendrías que ir pensando en cómo encajarás la posibilidad (seria) de que sea él quien las gane. Hoy por hoy es el pronóstico más probable; ya sé que no crees en las encuestas, quizá con razón, pero es difícil que todas puedan equivocarse. Y en cualquier caso sus muestras de votantes son más científicas, más rigurosas y más variadas que tu grupo de amigos o tus contactos de las redes sociales. La sociedad de la comunicación crea espejismos de realidad aumentada que nos arrastran a menudo a conclusiones falaces; los algoritmos de Facebook, los trending topics de Twitter o los grupos de Whatsapp nos hacen creer que todo el mundo piensa como nosotros cuando en verdad lo que hacen es agrupar y retroalimentar montones de opiniones semejantes.

Recuerda que, cuando gobernaba Rajoy, los que querían votar eran los electores de izquierda. Pensaban que la corrupción acabaría con él y se desesperaban cuando, hasta por dos veces consecutivas, mal que bien, volvió a dejar a sus rivales en la cuneta. El poder siempre da una prima de ventaja al que lo ostenta; por eso Sánchez decidió asaltarlo y ser él quien aprovechase esa posición de preferencia. Ahora es su gente la que está contenta y muchos simpatizantes de Podemos, incluso parte de los nacionalistas, piensan darle su voto, el voto útil, para impedir que regrese la derecha. Es cierto que se ha desgastado muy rápido, que se le ha visto el cartón de la incoherencia y que su famoso Gabinete bonito está ofreciendo una cara muy fea, pero aún sigue delante en los sondeos, en todos, y más vale que te vayas haciendo a la idea. Amén de que la oposición está todavía lejos de haber dado con la tecla y lo estará mientras PP y Cs se empeñen en hacer la guerra cada uno por su cuenta.

Las elecciones son, sin duda, un imperativo moral y político. Moral porque el presidente asumió ante el Congreso ese compromiso, aunque respecto a los plazos fuese deliberadamente evasivo. Político porque es evidente que este Gobierno no puede con su propio desafío, que el poder le va grande, que no hay día en que no tropiece consigo mismo, que se le ha disipado incluso el efecto de sus gestos propagandísticos y que está atrapado en el bucle delirante del nacionalismo. Pero ni los comicios son una panacea ni en ningún sitio está escrito que las urnas, inevitables más pronto que tarde, vayan a cambiar este panorama por otro distinto. Más bien al contrario, para ser objetivos, los indicios sugieren pocos argumentos de optimismo.

Esta legislatura está agotada; lo estaba ya al final del marianato y por ende la moción de censura ha dejado un ambiente irrespirable, viciado. No hay más salida que permitir que hablen de nuevo los ciudadanos. Pero conviene que te prepares para un sobresalto. Que no olvides que cuando anhelas que llueva puedes acabar empapado.