JESÚS PRIETO MENDAZA-El Correo

La verdad desnuda nos muestra que aquí, como en todo lugar, el poder también puede corromper. Lo ocurrido con el ‘caso De Miguel’ salpica al PNV, pero nigún partido queda libre de culpa

Mucho se ha hablado del oasis vasco. Hemos interiorizado que somos el lugar de España (¡Perdónenme! Se me ha escapado, quería decir del «Estado») donde mejor sanidad tenemos, mejor educación, mejores prestaciones sociales, mejores pensiones, mejores instalaciones deportivas, mejores playas, mejor vino, mejor cultura, mejores carreteras, mejor gastronomía, mejor tejido asociativo, mejor movimiento cooperativista y… mejor clase política, pues aquí no se han dado nunca casos de corrupción. Se podría afirmar, y muchos de nuestros conciudadanos han crecido recreándose en este mito abonado por el discurso del «hecho diferencial», que, realmente, somos y vivimos en el lugar ideal. Tanto nos hemos autoadmirado, que la corrupción política parecía quedar tan sólo para el Partido Popular de Bárcenas o para el Partido Socialista de Andalucía y sus EREs, olvidando bajo un manto de amnesia el terrible pasado de corrupción ética y económica que supuso la actividad de ETA y de la fuerza política que la alentó.

Y resulta que aquí, en nuestro oasis, en un lunes cualquiera de diciembre -¡que ya son ganas de fastidiar!- una sentencia ratifica ciertas sospechas, recelos existentes en una ciudadanía que, en el fondo, ha escuchado rumores sobre casos nada edificantes por amigos, vecinos o familiares. Y es lo que tiene ser un ‘paisito’ de poco más de dos millones de personas, que nos conocemos todos y son difíciles de esconder tanto las virtudes como las miserias. Y la verdad desnuda nos muestra que aquí, como en todo lugar, el poder también puede corromper. Así que descubrimos, con un asombro que tiene algo de hipócrita, que también en nuestro oasis las aguas pueden estar sucias, como lo demuestra esa sentencia que condena a exdirigentes del PNV.

Decía Coelho que «cuando un político dice que va a acabar con la pobreza se refiere a la suya». No lo comparto, no al menos como generalización. Quiero creer que existe una clase política honrada y con vocación de servicio público. Una clase política que sí merece la pena y que se ve especialmente dañada por los grandes males de la democracia actual y en concreto de su clase política: el sectarismo, una más que dudosa falta de preparación y la corrupción.

Hace muy pocos días el Laboratorio de Innovación Política Clip Gasteiz presentaba en Vitoria los resultados de una encuesta sobre desafección política. Los datos son clarificadores: tan sólo un 40% de los entrevistados dicen confiar en sus representantes políticos. Esta cifra baja aún más cuando preguntamos por los políticos más cercanos a la ciudadanía, como son los ediles, pues únicamente un 14,1% afirma confiar en ellos mucho o bastante. Y, finalmente, la confianza se derrumba al mencionar a las formaciones políticas, pues apenas un 10% dice confiar en ellas. Realmente es muy preocupante para una sociedad (en la que el populismo comienza a crecer peligrosamente) que un 90% de su población no confíe en los partidos políticos. Y ahora es cuando debemos hacernos la pregunta clave: ¿Qué factores son los que contribuyen a generar esta desafección con respecto a nuestra clase política? Si nos remitimos al estudio citado y a sus resultados, observaremos que una mayoría cita las siguientes causas: el anteponer el bien personal al bien común, las mentiras, el ‘postureo’, la corrupción, la falta de credibilidad, el incumplimiento de las promesas electorales, la crispación y la falta de acuerdo.

Quizás por todo ello es de agradecer que tanto Andoni Ortuzar, actual líder de la fuerza política señalada, como Iñigo Urkullu, lehendakari y presidente del Euskadi Buru Batzar cuando se produjeron gran parte de los hechos, hayan dado la cara con celeridad y pedido perdón a la ciudadanía. Esta petición de disculpas al pueblo, que tan escasa es y tan sólo la hemos visto explicitada en los últimos tiempos en la sentida alocución en el Congreso del diputado valleinclaniano Agustín Zamarrón, es sin duda muy significativa y genera entre los gobernados una sensación de seguridad y confianza en que se depurará a los elementos tóxicos dentro del PNV.

Esta sentencia se produce en un momento dulce para la fuerza política que representa la moderación y la vocación tolerante del nacionalismo, en un momento en que gobierna en coalición con el PSE-EE, y que ha conseguido atraer votos huidos de fuerzas tan dispares como el PP, PSE, Elkarrekin Podemos e incluso de EH Bildu. En este sentido, habremos de esperar a la próxima cita electoral autonómica para ver cómo observa la ciudadanía vasca lo ocurrido y si valora positivamente las medidas que contra los corruptos y contra la corrupción lleva a cabo el partido jeltzale. Lo ocurrido con el ‘caso De Miguel’ salpica al PNV, pero también es cierto que ninguna fuerza política queda libre ni de culpa ni de sospecha y tan sólo en la medida en que la ciudadanía observe medidas reales contra la corrupción y contra los ‘aprobetxategis’ podremos pensar en que las nuevas generaciones recuperen la confianza en nuestros políticos y en sus formaciones.

De nada sirve lamentarse de este pasado y hacer leña del árbol caído. Lo realmente importante, con vocación sincera de mejora, es conseguir extirpar el tumor de la corrupción de nuestro cuerpo social. También aquí, en el oasis vasco, pues como decía Miguel de Unamuno: «Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en vez de los descendientes de nuestro pasado».