Aguafiestas

IGNACIO CAMACHO, ABC 19/08/13

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· En una fiesta pueden divertirse y bailar juntos ricos y pobres, izquierdas y derechas, pero no víctimas y verdugos.

No es la txupinera, no: es el ambiente, la atmósfera, el contexto. Lo doloroso del enésimo incidente de las fiestas bilbaínas no es que sus promotores hayan elegido a una simpatizante etarra para un papel simbólico de relieve, sino la naturalidad con que una significativa, quizá mayoritaria parte de la sociedad vasca ha asumido esa elección mientras se escandaliza de que un representante del Gobierno la haya impugnado ante la justicia en defensa de la memoria de las víctimas. Las comparsas, las peñas y demás agrupaciones festeras siempre han estado allí dominadas por el mundo batasuno; poco tiene de extraño que ahora que ese mundo disfruta de alta representación institucional, porque un Estado cobarde se lo ha permitido, se sienta legitimado para convertir a una de las suyas en personaje cenital de la Semana Grande. El problema está en el pragmático conformismo de un cuerpo social dispuesto a aceptar la normalidad de ese protagonismo sin reparar en sus rasgos hirientes para la minoría del sufrimiento. En el modo con que tantos ciudadanos interiorizan el final de la violencia como un acomodaticio pacto de olvido.

En ese marco de falsa reconciliación, el político que ha denunciado el nombramiento y el juez que le ha dado razón al amparo de la ley de protección de víctimas han quedado como enojosos aguafiestas, malhumorados cenizos incapaces de comprender el «tiempo nuevo» de Euskadi. Un tiempo en el que una activista proetarra puede asumir sin problemas la representación emblemática de una celebración comunitaria, pasando por encima del dolor de quienes tienen poco que celebrar porque los colegas de la tal txu

pinera irrumpieron en sus vidas para mutilarlas de afecto y de esperanza. Pero eso, aunque ocurrió ayer mismo, como quien dice, fue hace mucho, claro, en otra etapa, en el «tiempo antiguo». Y quienes se empeñan en sostener el relato de la memoria y la dignidad son sólo ceñudos cascarrabias impregnados de la cultura del pesimismo histórico. Ahora se diría no sólo que esa ficticia paz –la pazzzzzzz, ¿se acuerdan?– carece de vencedores y vencidos, sino que los vencidos reales son los deudos de los muertos que quedaron atrás sin derecho al respeto de su sacrificio. Pájaros de mal agüero que sabotean con su tristeza el derecho a la alegría de una sociedad voluntariamente amnésica. La pregonera oficial de la Aste Nagusia, capitana más o menos heroica del Athletic Club, criticó en su arenga a esos espíritus sombríos y rencorosos que se oponen a que la fiesta una por igual en su feliz júbilo a los vascos de todas las ideologías y tendencias. Pero la violencia y la muerte no son una tendencia. Y en una fiesta pueden y deben divertirse juntos ricos y pobres, izquierdas y derechas, abertzales y españolistas, hombres y mujeres, rubios y morenos. Lo que no pueden de ninguna manera es bailar juntos las víctimas y sus verdugos.

IGNACIO CAMACHO, ABC 19/08/13