La confusión de las lenguas

MANUEL MONTERO. EL CORREO 18/08/13

Manuel Montero
Manuel Montero

· Quizás en el País Vasco diéramos pasos de gigante hacia el sentido común si nos pusiésemos de acuerdo en qué quieren decir las palabras.

En el País Vasco la lengua se ha autonomizado, adquiriendo vida propia. Las palabras dejan de expresar realidades y las sustituyen, toman consistencia. Y así no hay quien se aclare. La mejor muestra, estos días: el lío que se trae la dirigencia del sedicente MLNV acerca de la declaración de Aiete, el proceso de paz, los nuevos tiempos y «todas las víctimas». El PNV bloquea el proceso de paz, quiere matar Aiete, gracias a ETA tenemos un nuevo tiempo, están dispuestos (quizás) a dolerse por todas la víctimas. Eso dicen. No caen en la cuenta de que estos conceptos tienen sentido sólo en su discurso y no son compartidos fuera de su tribu. Desde luego, no como ellos los entienden. Y, sin embargo, hacen girar todo en torno a estas expresiones, como si fuesen de validez universal.

El nacionalismo radical ha ido creando desde la Transición un lenguaje propio, con latiguillos, frases hechas y lemas de su puño y letra. Con frecuencia ha tenido éxito al imponer su jerga, cuando sus palabras pasaban a todo el nacionalismo y de ahí al conjunto de la sociedad vasca, que acabó reconociéndose en sus dimes y diretes. Su hazaña más espectacular fue cuando consiguió que Euskal Herria sustituyese a Euskadi incluso en el lenguaje del PNV.

Tanto va el cántaro a la fuente que tenía que romperse. La nueva hornada de expresiones que creó en torno al «cese definitivo» no ha calado. Las conoce el resto de la sociedad vasca, pero sólo la utilizan ellos, al menos en el sentido rupturista que les dan. Un buen ejemplo de este uso sectario del lenguaje es la forma que se refieren al ‘definitivo’: juegan con la posibilidad de que definitivo no quiera decir definitivo –que es lo que entiende el resto–, puesto que responsabilizan a los demás de lograr que lo sea. Así que, en su empleo, también la palabra definitivo es argot.

Tenía que pasar. Tras la fallida construcción de la torre vasca de Babel, pedrada a pedrada con el ánimo de llegar al paraíso, ha llegado la confusión de las lenguas. La abertzalía tiene la suya propia, cree en ella y se está enredando en sus palabras, como si tuviesen algún significado más allá de sus fronteras.

Habla de paz, pero lo que en su lengua significa paz no coincide con el sentir de los demás. De su discurso se colige que la identifican con victoria o con el desarrollo de su ideario: lo expresan sus tropos ‘auténtica paz’, ‘paz sincera’. Quizás en el País Vasco diéramos pasos de gigante hacia el sentido común si nos pusiésemos de acuerdo en qué quieren decir las palabras. Un seminario colectivo sobre el significado del término paz nos vendría mejor que las reuniones multilaterales (verificadas internacionalmente) para conseguirla. O quizás valdría con distribuir el Diccionario, que es bastante claro: «Situación y relación mutua de quienes no están en guerra». O la otra acepción que también encajaría con lo nuestro: «Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias…». El Diccionario no se va por las ramas relativistas, coincidiendo en esto con el común, que se siente en paz si no hay amenazas ni agresiones.

Lo ocurrido con el latiguillo ‘proceso de paz’ es sintomático. La expresión ha ocupado un lugar señero en el discurso radical de la última década: ha llegado de HB a Bildu, pasando por Batasuna. A fuerza de repetírselo han debido de creer que estamos en tal tránsito, a punto de la negociación cuya fases resolutivas pondrán en su sitio a los enemigos (del proceso de paz) y nos traerán la territorialidad y la autodeterminación. Tal proceso y estos pasos existen sólo en su imaginario (y en el de Mannikalingan y Currin, que para eso les han traído). Por eso desconcierta que se indignen porque el PNV no contribuya a su proceso de paz. Como si tal galimatías sectario fuese un imperativo categórico, la verdad democrática en estado puro.

Lo mismo cabe decir de su «quieren matar a Aiete». Aquí se han invertido los papeles. La izquierda abertzale montó el paripé de Aiete, trayendo ‘mediadores’ y todo, para difundir la idea de que ETA se avenía a directrices de la comunidad internacional. No les salió bien el teatro, pero lo más gracioso es que, por lo que se ve, los únicos que se lo creyeron fueron ellos, pese a que estaban en el secreto de la trampa. Como el mago que saca el conejo de la chistera y piensa que le ha salido de la nada, mientras los espectadores saben que hay truco. Se han creído sus mentiras.

En el mismo sentido: aseguran que, haciendo un esfuerzo, los terroristas podrán llegar a lamentarse por todas las víctimas del conflicto. Aquí quieren vender gato por liebre. Dejando al margen que eso no es arrepentimiento por el daño causado, la tentativa resulta todo menos neutral. Una referencia al dolor de todas las víctimas sugiere que lo han sido como consecuencia de un conflicto abstracto que ha forzado a dos partes a agredirse. El dislate contradice la experiencia histórica, pero además no equipara a las víctimas. Estarían las que habrían actuado por una exigencia de la historia y las víctimas que lo fueron por oponerse a la correcta resolución del conflicto o porque estaban en el camino de los justicieros. La equiparación implica un discurso de buenos y malos (o menos buenos) y sólo faltaba esto.

Desde su paralenguaje, la Batasuna reconvertida exige que los demás cambien para adaptarse a sus exigencias. Como toda la vida han estado echados al monte, ignoran que la democracia no consiste en las soluciones taumatúrgicas de sus imaginarios sectarios.

MANUEL MONTERO. EL CORREO 18/08/13