Aguas bravas

ABC 03/03/15
IGNACIO CAMACHO

· España es una nación sin política de aguas, lo cual tampoco es de extrañar cuando falta incluso política de nación

EL Ebro desbordado y Valencia seca. El gran río del norte vuelve a rugir en la crecida, amenazando de momento haciendas y tal vez vidas, mientras el litoral y la huerta del Levante se preparan para las restricciones de agua. Es antipático recordarlo: en 2004 estaba preparada para su ejecución la gran red de obras del trasvase de cuencas. El Gobierno que llegó entonces –sí, el de Zapatero– derogó el plan. La vieja, universal dialéctica hídrica que Marcel Pagnol plasmó con crudeza en «Manon des sources»: aguas arriba contra aguas abajo. Por razones meramente geofísicas siempre pierden los de abajo.

Las obras hidráulicas tienen en España mala prensa desde Franco. Al igual que sucede con la bandera rojigualda, una parte de la izquierda tiende a pensar que los pantanos y las conducciones son fascistas. Ciertamente suelen construirlos los dictadores porque por lo general sus poderes son vitalicios y tienen tiempo de esperar los largos trabajos. En democracia los políticos desconfían de cualquier proyecto que no puedan inaugurar en cuatro años. A este recelo ideológico y pragmático hay que sumar el severo control medioambiental moderno, quisquilloso hasta extremos paroxísticos y ramificado en multitud de instituciones que van desde las regionales hasta las europeas. Entre la pereza, la burocracia, los prejuicios y las tensiones territoriales, la nuestra es una nación sin política de aguas, lo cual tampoco es de extrañar cuando falta incluso política de nación.

Resulta que además este Ebro torrencial lleva dos décadas sin dragado. Anatema ecológico. La limpieza, desbroce y mantenimiento del cauce, lleno de sedimentos y gravas, representa una herejía ambientalista por sus efectos colaterales sobre la fauna. Polémica al canto, y ya sabe que ante un debate social intenso las autoridades optan por el absentismo preventivo. Tampoco se han construido defensas ni represas por temor a herir susceptibilidades. El río se desborda con menos caudal que en otras avenidas precedentes mientras las administraciones se reprochan desidias mutuas, incumplimientos y órdenes ineficaces. Tensiones sectoriales, de agricultores, ecologistas y municipios: el clima perfecto para no hacer nada, la coartada precisa para impedir la enojosa gestión de allegar fondos a proyectos de gran complejidad financiera.

En condiciones normales, sin riadas ni desbordamientos, cada año se van al mar millones de metros cúbicos que echan de menos las apuradas poblaciones y los sedientos regadíos al sur del delta. Viejo conflicto, eterna parálisis; paradigma del estancamiento y la incapacidad de la política para adoptar estrategias de largo alcance, medidas de Estado. Sólo el gran río se mueve, cuando le toca, con su mineral lógica imparable.

Pero hubo una vez, y está en actas, en que esa historia pudo cambiar. Y la decisión fue revocada.