ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Pagar la papeleta a 200 míseros euros resulta no solo inmoral y antidemocrático, sino una muestra de racanería

Con el fin de hacerse perdonar los espléndidos regalos entregados a los sediciosos catalanes, Pedro Sánchez despide este infausto 2022 con un aguinaldo electoral tan escaso como selectivo. Un presente en gran medida copiado de la propuesta formulada por Alberto Núñez Feijóo hace semanas, que el presidente del Gobierno ha pasado por el tamiz de sus prejuicios y que financiará con lo que se ahorre eliminando los veinte céntimos de ayuda destinados a paliar el encarecimiento de los combustibles. O sea, otro truco de trilero presentado pomposamente como el enésimo «plan anticrisis», cuando en realidad es un intento desesperado de frenar la imparable sangría de votos que sufre la izquierda en todas las encuestas fiables; es decir, todas menos la del CIS de Tezanos.

Fiel a la más arraigada tradición socialista, la cabeza de Frankenstein recurre al reparto de fondos públicos arrancados de nuestros maltrechos bolsillos a ver si así araña algún sufragio de los agraciados en la lotería. Podría haber hecho justicia de verdad bajando los impuestos lo necesario para compensar la inflación, al menos a los contribuyentes más desfavorecidos, pero eso habría sido tanto como atender la petición del líder de la oposición, lo cual chocaría de frente con el sectarismo característico de la coalición que preside. De ahí que se haya inclinado por descartar la objetividad y favorecer o perjudicar en función de sus simpatías. Así, la carne o el pescado se quedan fuera de la rebaja de IVA aplicada a los alimentos básicos, de la que solo se beneficiarán plenamente los vegetarianos, y los propietarios de pisos, más de dos millones de ciudadanos en su mayoría de clase media, se ven castigados a soportar sobre sus espaldas el peso de la subida de precios sin repercutirla en los alquileres, porque así lo han decidido los presuntos ‘progresistas’ que los odian por el hecho de haber conseguido ahorrar para pagar esas viviendas. Todos especuladores, ha sentenciado Podemos, después de aprobar una ley que otorga impunidad a los okupas. Todos «fachas».

Luego está la medida estrella, ese cheque de doscientos euros presentado como el maná, que se cobrará, si se cobra, una única vez y no sin antes completar el tedioso proceso burocrático establecido al efecto. El Gobierno, en su magnanimidad, sufraga un carro de la compra a las familias que no consiguen llegar a final de mes, mientras mantiene un gabinete elefantiásico de veintidós ministerios, cuyos titulares han visto generosamente incrementados sus salarios, y abona, solo en la Moncloa, las nóminas de un millar de asesores premiados con tal bicoca por hacer la pelota al jefe. Hasta los caciques de la Restauración se mostraban más espléndidos a la hora de comprar votos. Pagar la papeleta a doscientos míseros euros resulta no solo inmoral y antidemocrático, sino una muestra de racanería llamada a estrellarse en las urnas.