IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A Zelensky no basta con admirarle el mérito. Hay que entender que su resistencia defiende nuestro propio modelo

El personaje del 2022 es sin duda Volodimir Zelensky. El antiguo cómico reconvertido en político populista que se ha agigantado en una coyuntura histórica hasta erigirse en símbolo universal de la resistencia democrática. Pase lo que pase en la guerra, el presidente de Ucrania ya la ha ganado. Ha generado una simpatía universal para su causa, ha frenado la acometida de un coloso militar poniendo de manifiesto sus pies de barro y ha dado al mundo entero una lección del coraje, la determinación y la altura de miras que definen un liderazgo. Hasta la invasión rusa, era un dirigente de menor rango, uno de esos tipos alzados sobre la fama de la televisión a un cargo que parecía venirle grande en un país zarandeado durante años por élites incompetentes y/o corruptas y por la vecindad amenazante de un imperialismo autoritario. Carne de cañón para un ataque de pretensiones fulminantes pensado para derribarlo de un papirotazo. Error: el gigante no estaba suficientemente pertrechado para tumbar a un David contemporáneo capaz de movilizar la solidaridad planetaria con su obstinado ejemplo de rebeldía ante el fracaso. Eso es un resiliente de verdad, un hombre crecido frente a la adversidad, decidido a superar sus limitaciones con la fortaleza moral de los héroes clásicos. Pudo huir, acogerse a un confortable exilio en cualquier país aliado, y eligió luchar junto a su gente y morir con ella si es necesario. De momento ha logrado embarrancar la ofensiva y conducir el previsto paseo de Putin hacia un atasco donde el orgullo del autócrata está quedando bastante malparado.

No basta, sin embargo, con admirar o reconocer su mérito. Ucrania cederá en cuanto las potencias occidentales aflojen su soporte bélico, y hay indicios de un cierto cansancio, de ganas de remitir el esfuerzo. El coste de la guerra es grande en términos económicos y energéticos, sobre todo para los países centroeuropeos. Los vibrantes discursos churchillianos de Borrell se han apagado o empiezan a perder eco y aún no se han hecho notar los efectos del invierno. El riesgo de que la opinión pública de las democracias liberales gire hacia la demanda de un acuerdo de conveniencia es más verosímil a medida que el conflicto se alarga en el tiempo. El pensamiento pacifista, derrotado inicialmente por la empatía general con el pueblo agredido, recupera terreno y apunta a los intereses de la industria de armamento. La deflación anímica del espíritu de sacrificio es lógica para quienes estamos lejos: a ver si ese pesado de Zelensky nos va a acabar hundiendo en una espiral de precios. Por eso es necesario que la clase política insista en el trabajo de pedagogía y explique a los ciudadanos que lo que está en juego no es sólo la defensa de un territorio sino de un modelo y una idea de convivencia colectiva. La de los principios de progreso humanista que inspiran nuestra forma de vida.