Aguirre como Sansón: el estertor del rajoyismo

EL CONFIDENCIAL 15/02/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· Este domingo, Aguirre entonó un canto del cisne que supone el principio del fin de la época de Mariano Rajoy y de la actual generación de dirigentes del PP

Esperanza Aguirre era un cadáver político desde que el pasado 24 de mayo obtuviese solo 21 de los 57 concejales del Ayuntamiento de Madrid. Pero cuando la lideresa urdió su dimisión como presidenta del PP madrileño, fue inmediatamente después de dos episodios humillantes: el jueves, la policía registró la sede del partido en el contexto de la investigación de la trama Púnica, y el viernes tuvo que responder en la comisión de investigación parlamentaria en la Asamblea de Madrid -y lo hizo muy mal- a las belicosas preguntas de los diputados sobre la corrupción de algunos de sus más estrechos colaboradores.

Aguirre supo entonces -o creyó saberlo- que era una política zombi en un partido en estado comatoso. Que, a más a más, no solo no la protegía -como a Rita Barberá– sino que la hostigaba. Y en menos de 48 horas, embargada por el ‘complejo de Sansón’, decidió que ella moriría matando. Y ayer domingo entonó un canto del cisne que supone el principio del fin de la época de Rajoy y de la actual generación de dirigentes del PP. Se comportó como relata el Libro de los Jueces que hizo Sansón: atenazó las columnas del templo y al grito de “muera yo con los filisteos”, se inmoló llevándose al averno a sus enemigos.

Aguirre se ha limitado a activar el detonador de la implosión del PP. El punto débil de Rajoy era Aguirre. Y ella se lo demostró ayer de manera inequívoca

Aguirre muestra así su instinto político depredador: sabía que carecía de alternativa personal alguna, pero, también, que jamás realizaría un inocuo mutis por el foro. La elección del momento de su dimisión -así como la literalidad de sus palabras en su discurso fúnebre ante los periodistas en la sede de Génova- ha sido mortal de necesidad: Rajoy -en el fondo, su gran enemigo- se encuentra en el momento más bajo y comprometido de todos los posibles, con un partido inerte y perdida la reputación, la iniciativa política y el favor de sus electores que, en una nueva confrontación electoral, le castigarían aún más de lo que lo hicieron el pasado 20 de diciembre. Aguirre se limitó ayer a sostener entre sus manos un espejo -ella misma- en el que ha obligado a contemplarse al presidente en funciones.

La posición política de Rajoy es exactamente igual que la Aguirre: ha contraído las mismas o mayores culpas ‘in eligendo’ e ‘in vigilando’ que la lideresa madrileña, que, con su decisión, le muestra el camino de salida para que lo enfile antes de que sea demasiado tarde y el PP pierda todas las pocas oportunidades que aún le quedan para encajarse en una fórmula de gobierno de España en la que pueda contrapesar a sus adversarios. Con Rajoy, ese encaje de bolillos es imposible; sin él, cabe la duda. Y Aguirre se ha limitado -y no es poco- a activar el detonador de la implosión del PP que, estando en latencia desde hace tiempo, requería del precipitante catártico. El punto débil de Rajoy era Aguirre. Y la condesa consorte de Bornos se lo demostró ayer de manera inequívoca.

Aguirre ha sido como una daga florentina hundida con mano firme en el costado de Rajoy. Hemorrágico, el presidente en funciones dejará de serlo a no tardar

La desaparición de la escena política de Aguirre -aunque la agonía será larga, porque se mantiene en el escaparate municipal- no es lo importante en este episodio. Más aún: es lo menos relevante. Lo sustancial es comprobar cómo en todas las organizaciones, por herméticas que sean, siempre hay alguien dispuesto a gritar vehementemente “¡el rey está desnudo!”, aunque lo haga desde la enemistad manifiesta, como la que mutuamente se profesan Aguirre y Rajoy. Solo por esa razón, por la convulsión que la dimisión de Aguirre provoca en el PP, hay que reconocerle a la ya expresidenta madrileña del PP su vis política y su castiza mala leche, por expresarlo en términos tan vulgares como coloquiales.

Si Aguirre ha emitido el graznido último del cisne que nunca emite sonido sino cuando muere; si Aguirre ha sido el estertor que alerta de la enfermedad terminal del PP; si Aguirre ha logrado descargar su golpe de catana sobre el nudo gordiano que impedía la regeneración de la derecha, bienvenido sea el rencor porque no hay bien que por mal no venga. La intuición de la ya expresidenta del PP madrileño la ha guiado en el cuándo y en el cómo de su decisión. Y aunque las ‘adoratrices’ de Rajoy -ese pelotón de aduladores que viven de la vigencia de su favor- traten de vender la dimisión de Aguirre como un deceso más de los que causa la probada capacidad asesina del presidente en funciones, ya no cuela. Aguirre ha sido como una daga florentina hundida con mano firme en el costado de Rajoy. Hemorrágico, el presidente en funciones dejará de serlo a no tardar. Y Esperanza Aguirre se habrá resarcido y, seguramente, huido de hacer frente a nuevas y graves revelaciones judiciales sobre la viscosa corrupción en su partido.