Del Blog de Santiago González
Es signo de los tiempos que una criatura a medio alfabetizar, como Adriana Lastra, se haya permitido descalificar las opiniones de sus clásicos: «Yo siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros». La expresión, si reparan un poco en ella, está compuesta de dos elementos que no casan entre sí, cosas del método Ollendorf del aprendizaje de idiomas de antaño. Quizá quería decir: “pero ahora nos tienen que escuchar ellos a nosotros”.
Felipe González replicó que él, con esta dirección de su partido, siente una cierta orfandad. Sentirse huérfano de Adriana Lastra, eso sí que es la expresión de una soledad acojonante. Más que la del samurái, según la cita apócrifa de ‘El Bushido’ que Jean Pierre Melville se inventó para abrir una de sus grandes películas. Pero avisaba: “Hace 24 años que dejé el Gobierno y no represento a nadie ni pretendo, pero tampoco voy a consentir nunca que nadie me mande callar”. Eso después de quejarse de que el PSOE de ahora “tiene una infinita verticalidad. Eso es verdad, pero todo es cosa de que se ponga a los mandos del partido Pablo Iglesias que introducirá unos hábitos más horizontales entre la peña. No se da cuenta de que ya lo ha consentido y que no tiene manera de evitarlo. Otra cosa sería que dijese: “no creerán que voy a obedecer a esa pobre chica, ¿verdad?”.
El colega Camacho recordaba ayer en su columna una expresión de Felipe en los tiempos de Zapatero sobre su relación con su partido: “Soy militante, no simpatizante”. Con toda probabilidad lo copió de José Ramón Recalde: “Yo hace mucho tiempo que no soy simpatizante; lo que soy es afiliado”. Desde que el doctor Sánchez empezó su carrera guiado por el publicista Iván Redondo, me esforcé en explicar que el PSOE no es un partido de militantes, sino de afiliados. Inútilmente; el tipo del bisoñé lo bautizó en su blog como “el Espartaco de la militancia”. ¿Qué habrá querido decir Felipe con la reivindicación: “soy militante”?¿En qué agrupación militará?¿asistirá a las reuniones?
Felipe González tenía una alternativa a la autocracia que está construyendo Sánchez apoyándose en los que quieren destruir la democracia española: dejar el carné del partido. Dice que no representa a nadie, pero tiene la ocasión de comprobar que tal vez su nombre significa algo para los afiliados del PSOE. Lo significó en tiempos pasados, cuando uno se consideraba un felipista melancólico, cuando la gente decente, puesta a elegir entre la afiliación y sus principios, no tenía dudas. Hablo de Rosa Díez, los Múgica, Paco Vázquez y José Luis Corcuera, aquel ministro del Interior que prometió dimitir si el Constitucional revocaba su Ley de Seguridad Ciudadana. Y lo hizo. Felipe González no debería, no ya militar, ni siquiera permanecer afiliado a un partido con el que no puede simpatizar. El PSOE ya daba muestras en 1979 de lo que podía dar de sí. Su secretario general quiso apearlo del marxismo, pero la puta base quería marxismo y se cargó la propuesta. González dimitió y los marxistas aguantaron cuatro meses hasta pedirle que volviese. Seguramente ahora no sería lo mismo. Le ganarían la partida Sánchez o Lastra, qué más da. Pero a veces, a un hombre cabal no le queda más remedio que apostar con todo lo que tiene, una cierta decencia frente a la pandilla envilecida.