Ah, no lo sé

EL MUNDO – 24/09/15 – ARCADI ESPADA

· La posibilidad de que los catalanes conservaran la nacionalidad española en una Cataluña independizada es un viejo mantra del secesionismo. Algunas, pocas, mentiras secesionistas necesitan algo de tiempo y algunos datos para ser desenmascaradas, pero esta pertenece al grupo más usual: burdas y pueriles mentiras que solo pueden ser creídas por menores de edad.

La independencia de Cataluña es una obscena ficción para adultos, pero también las ficciones exigen una lógica y una verosimilitud interna. Es obvio que los independizados lo serían de la Constitución española y por lo tanto no se ve cómo podrían beneficiarse de lo que dispondría esa Constitución arrasada.

El mantra, pues, es tan veraz como el que dijera que los portugueses conservaron la nacionalidad española después de Aljubarrota. Y su único objetivo, aparte del de intentar consolar con mentirijillas a aquellos pobres españolitos catalanes que aún no han entendido cuánto los desprecian los catalanes catalanes, es el de convencer a los pobres catalanitos xenófobos que, aun por la despreciable vía española, podrían seguir cobijados en los lujos y seguridades que ofrece la Unión Europea.

La vida de un mantra, como la de cualquier animalito, depende de los alimentos que reciba. Y no hay duda de que la paparrucha de la nacionalidad recibió un apreciable crédito cuando el periodista Carlos Alsina la utilizó el martes en conversación radiofónica con el presidente Rajoy. No parece legítimo que un periodista utilice mentiras sandias en su trabajo y mucho menos sin citar su denominación de origen. No obstante, desde McGinniss y Janet Malcolm sabemos sobre los problemas de uso de las mentiras: «Todo periodista que no sea lo bastante estúpido o engreído como para no ver lo que tiene delante de las narices sabe que lo que hace es moralmente insostenible», dice la célebre primera frase de El periodista y el asesino, y esta frase se funda sobre todo en la mentira. La mentira puede ser inmoral, pero también eficaz.

Así volvió a probarse en esa entrevista cuando al grotesco planteamiento de una nacionalidad española que acoge a sus hijos desnaturalizados, el presidente respondió con mil balbuceos y un extraordinario y definitivo «Ah, no lo sé». Yo comprendo la torpeza del presidente. Es desmoralizador replicar a la ciencia del tarot. Pero una de las tareas irredimibles que le enconmiendan los ciudadanos a la política (y al periodismo) es encararse por delegación ante la estupidez. Y deben cumplirla con brío y diligencia.