Ignacio Camacho-ABC

  • Cuando salgas de esta seguridad relativa verás cómo se han hecho trizas tus planes de volver al mismo paradigma de vida

Si conservas la salud y el trabajo y el virus no te ha atacado a ti o a tu familia, he de decirte algo que no te va a gustar y es que esa sensación de seguridad relativa que tienes encerrado en tu casa es ficticia. Siento no ser asertivo ni optimista, pero mientras te sientes a salvo en esa burbuja doméstica desde la que vas contando o descontando los días, ahí fuera se está derrumbando el paradigma del mundo que conocías, y cuando salgas verás cómo se han hecho trizas todos nuestros planes de recuperar pronto el modo habitual de vida. Ni siquiera somos héroes como pretenden hacernos creer esos discursos de autoayuda que nos endilgan a cada rato;

qué heroísmo puede haber en esconderse, y encima obligados. Héroes son los sanitarios, los limpiadores, los guardias, los soldados, los repartidores y toda esa gente que continúa expuesta al contagio; nosotros somos, como mucho, supervivientes pertrechados de víveres, wifi y papel para el baño. Confortables refugiados a los que las televisiones evitan las imágenes de la escabechina de ancianos para amortiguar el golpe moral que podría desatar una sacudida de pánico. Y hasta nos ha parecido un drama que no haya habido procesiones el Viernes Santo.

En este momento hay confinados en el planeta alrededor de 1.500 millones de seres humanos, la mayoría en los países más industrializados o económicamente más dinámicos. El motor de la actividad productiva, mercantil, financiera y social del mundo está parado y nadie tiene una idea de cómo ni de cuándo será posible volver a arrancarlo. ¿De veras crees que después de este estrago vamos a regresar a la normalidad de antes como si nada hubiera pasado? Ni siquiera existen garantías de que al salir no se reproduzca la espiral infecciosa; vamos a tientas, perplejos, desorientados por la evidencia desoladora de que una epidemia inesperada ha rolado de golpe el viento de la Historia. Acostumbrados a considerarnos invulnerables, blindados, poderosos, poseídos de una autoconfianza eufórica, ni siquiera somos capaces todavía de aceptar que tenemos que gestionar una derrota.

No te hablo del fracaso de la política; démonos una breve tregua antes de que sobrevenga el inevitable ajuste de cuentas. Te hablo de la condición humana y del impacto que esta crisis va a causar en ella. De la mudanza gigantesca que nos espera «cuandotoestopase», si pasa, y al menos afloje la emergencia. «Saldremos de ésta», sí, aunque aún no sepamos quiénes, pero saldremos sin respuestas. Y muchos además sin empleo, o cargados de deudas, y acaso incluso algunos Estados acaben en quiebra. La realidad, por dura que sea, es que «de ésta» sólo nos puede sacar un éxito rápido de la ciencia: una vacuna, un tratamiento, una solución terapéutica. Me dirás que estamos en manos de la suerte o de la Providencia pero hasta el Padrenuestro enseña que el reino de los cielos empieza en la tierra.