IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Los autónomos, tomados de manera individual, carecen de la entidad de las empresas del Ibex-35 y por eso sus cuitas no reciben la misma atención mediática. Sin embargo, su gran número y su imbricación a lo largo y ancho de todo el entramado económico les convierte en un colectivo fundamental para el empleo y en un magnífico termómetro de la situación que atravesamos. Por eso conviene leer y tener en cuenta la encuesta anual que realiza ATA, la patronal que los agrupa. Por su gran importancia y por lo esclarecedora que resulta. En ella vemos que dos tercios del colectivo no han recuperado el nivel de actividad que tenían antes de aparecer la pandemia, lo cual es significativo del camino que nos resta por recorrer antes de cantar victoria sobre ella. Dado que seis de cada diez autónomos afirman padecer una caída de la facturación superior al 50%, vemos con nitidez la profundidad de esa caída. Un panorama desolador que se verá agravado en el próximo futuro si, como parece, la persistencia de la enfermedad y el rebrote de la siniestra secuencia contagios/hospitalizaciones/UCIs/fallecimientos obliga a imponer nuevas restricciones a la movilidad, que afectarían de lleno a sectores con gran presencia de los autónomos, como son los servicios ligados al ocio y la restauración y la distribución comercial.

Si las opiniones que manifiestan son graves, lo que resulta inconcebible es que la nota media que califica al sistema de ayudas directas, establecido para sortear las dificultades a las que se enfrenta el colectivo, se sitúe en un paupérrimo 2,8 sobre 10. Con esa nota, ni siquiera la exministra Isabel Celaá, en su inabarcable bondad, te dejaría pasar de curso.

La opinión de los autónomos es preocupante. Su oposición a la subida de las cotizaciones y su queja por el precio de la luz y los combustibles no sorprenden y eran previsibles, pues es un colectivo directamente afectado por ellas. Pero el ambiente de desánimo que emiten y las escasas esperanzas que depositan en un arreglo cercano en el tiempo de la situación, suponen un jarro de agua fría para quienes veían próximo el final de nuestra actuales penurias. Casi la mitad del colectivo no espera que tal cosa suceda en 2022 y de ellos el 11,2% teme que sea necesario esperar hasta el 2024.

Salvo en el caso del empleo, llevamos meses recibiendo un aluvión de noticias negativas procedentes del mundo de la economía. Ahora se suman a ellas las llamadas de socorro emitidas por el sistema sanitario, con lo que se forma sobre nuestras cabezas una especie de ciclogénesis explosiva que las buenas palabras del Gobierno, emitidas con un evidente exceso de autocomplacencia, no son capaces de compensar.