Ahora aparecen los bancos, acosados por la tenaza que suponen unos tipos de interés inexistentes y una regulación asfixiante, que ven cómo sus ingresos menguan y sus márgenes desaparecen. Lo primero ha venido para quedarse y lo segundo solo cambiará in extremis si se produce una situación generalizada de amenaza de insolvencias. La prohibición de reparto de beneficios, decretada por el Banco Central Europeo, alivia su tesorería, por más que decepcione a sus accionistas. Y todas las entidades han aprovechado (¿?) la situación para aplicarse en el semestre unas dotaciones de cuantía insospechada, destinadas a resituar en su valor actual las muchas decisiones anteriores que han resultado equivocadas.
La decisión les provoca pérdidas históricas, aunque todas las entidades se han apresurado a matizar que solo son apuntes contables que no afectan ni a su liquidez ni a sus niveles de solvencia. Es cierto, como también lo es que los resultados del negocio, excluidos esos ‘arreglos’ contables, son muy decepcionantes y muestran descensos relevantes frente a los obtenidos en años anteriores. También aquí el Covid ha hecho estragos.
Y todo ello desata de nuevo la rumorología de las fusiones, cuya conveniencia, o mejor necesidad inminente, es tan ampliamente sentida que no será una sorpresa cuando se produzca. Con los ingresos estancados, solo la reducción de costes podrá aportar márgenes y beneficios.