Luis Ventoso-ABC

  • Para posar con su moto a lo Brando no se acordaba de su vida personal

España es una democracia todavía joven, y se nota. Se palpa, por ejemplo, en la resistencia del poder político a las prácticas de transparencia. O en el poco respeto a la verdad en la vida pública, con una sociedad que admite que le mientan con unas tragaderas decepcionantes (el último embuste es que el celebérrimo comité de sabios que asesoraba a Illa y Simón en realidad nunca existió). También se percibe en la mejorable calidad de nuestro periodismo. Las preguntas suelen ser mansas, poco incisivas si se comparan con las de nuestros colegas de las viejas democracias anglosajonas. Pero la misión de los periodistas no consiste en las relaciones públicas y en caerles bien a los políticos, sino en auditar

la labor de los que nos gobiernan. Ayer una periodista de ABC, Josefina G. Stegmann, formuló al doctor Simón tres cuestiones pertinentes. Le planteó si estamos ante una segunda ola del coronavirus o no. Le preguntó por el malestar del sector turístico español ante sus polémicas declaraciones sobre la cuarentena británica, y por último, por su viaje de vacaciones sin mascarilla por Portugal. La tercera pregunta irritó a Simón: «Es mi vida privada y es de mal gusto que me preguntes eso en una reunión técnica. No voy a hablar».

Dominic Cummings es el principal asesor de Boris Johnson, su cerebro estratégico. El 27 de marzo, su mujer se sintió mal. Temerosos de que tuviese coronavirus y de que él también pudiese contagiarse, dejando sin asistencia a su hijo de cuatro años, la pareja se subió a su coche y viajó desde Londres a 425 kilómetros al norte, para dejar al niño al cuidado de sus abuelos. En aquellos días el Gobierno británico recomendaba no viajar, así que cuando se descubrió se armó una polvareda política y periodística enorme. El debate marcó la agenda varios días y Cummings hubo de dar todo tipo de explicaciones. ¿Por qué? Pues porque en una democracia de solera se asume que los representantes públicos están obligados a un plus de ejemplaridad y, por supuesto, no deben saltarse las normas que obligan a todos, ni mentir.

Damos por descontado que Simón sabe mucho de virus (ahí está su tranquilizadora frase del 13 de febrero: «En España no existe riesgo de infectarse»). Pero de democracia anda flojo. Ofreció un primer indicio cuando tachó de «indignos» a los medios que cuestionamos al general de la Guardia Civil que alardeó de que peinaba las redes sociales para evitar críticas al Gobierno. Ayer, cuando se le preguntó qué hacía de asueto en Portugal y sin mascarilla, cuando el Gobierno había recomendado a los ciudadanos reiteradamente el turismo interior en España y la protección facial, Simón respondió molesto que eso es su «vida privada» y se negó a contestar. Y ahí se equivoca. Es un cargo público y debe dar una explicación ante un comportamiento que cuando menos suscita debate. Por otra parte, preservar su vida privada nada le importó a la hora de posar a lo Brando en portadas de revistas y quedar de motero súper guay. El doctor tal vez necesita más trabajo en el laboratorio clínico, a ver si al menos logra cuadrar los datos, y menos en el laboratorio propagandístico de Sánchez.