Las cosas se complican cada día un poco más. La crisis se expande y la actividad se retrae. Los precios continúan su escalada imparable y la energía se mantiene intratable. El transporte no arregla sus complicaciones y los fletes se encarecen. Vale, ahora coja todos estos elementos y haga con ellos un comentario positivo y ¡optimista! Y no se olvide de añadir esto de hoy. El Banco Central Europeo ha puesto fecha a la primera -que no será la última- subida de tipos, que aparecerá en el próximo mes de julio. Con todo ello, las autoridades monetarias han mostrado su preocupación por el posible incremento de las dificultades financieras de las empresas y, en consecuencia, del aumento de los impagos a la banca. El propio BCE realiza escenarios en los que apunta, en el peor de los casos, a un 8% de impagados. Una cifra ciertamente aterradora.
Cuando las crisis aprietan y la demanda huye, las autoridades reaccionan insuflando dinero en el sistema. Dan ayudas sociales, que no hay que devolver, y facilitan el acceso al crédito por parte de las empresas que, aunque las condiciones se flexibilizan al máximo, con carencias y/o bonificaciones, hay que devolver algún día. Y ese día aparece cercano en el horizonte cuando los crecientes problemas derivados de la guerra han sustituido a las menguantes dificultades que creó la pandemia. Si todo ello sucede en un momento de endurecimiento de la política monetaria y de encarecimiento del precio del dinero, pues ya tiene el panorama completo de un horizonte hostil.
Los Estados ya se ‘han arreglado’ el lío, concediéndose un año más de prórroga para cumplir con las obligaciones que ellos mismo se habían impuesto de cara al plan de estabilidad. La consolidación fiscal es cada día más necesaria, pero tendrá que esperar. A las empresas deberían tratarles igual. Si los problemas de la crisis justifican que los Estados puedan seguir incumpliendo sus obligaciones de déficit y deuda, ¿por qué razón no deberían obtener las empresas el mismo trato de favor? Todo se junta, pero no dude de que el sector privado se ha preparado más y ha hecho mayores esfuerzos para ordenar sus cuentas y cumplir con sus compromisos. Así que no hay excusa para tratarles peor que a los gobiernos, cuya junta general son las elecciones. Y allí, los ‘accionistas’, que somos los votantes, agradecemos las dádivas y nos preocupamos poco de las deudas conjuntas. ¡Qué suerte tan grande!