El Correo-ANÁLISIS TONIA ETXARRI

La fragilidad del Gobierno de Sánchez propicia la presión de populistas y secesionistas

La aprobación de los Presupuestos de los gobiernos suele comportar, fundamentalmente, una negociación política. No necesariamente ideológica sino de poder. Los intercambios trascienden ya de las partidas numéricas. Pero de un tiempo a esta parte se han agudizado las maniobras para asegurarse cambios de gobierno o permanencia en el mismo. ¿Qué tiene que ver una rebaja de la pena de los políticos presos catalanes con las Cuentas públicas? ¿O el derecho de autodeterminación? ¿Y una ley de ‘violencias sexuales’? ¿O una revisión del Código Penal para rebajar el delito de injurias a la Corona? Pues ese tipo de condiciones se exhiben como moneda de cambio cuando los ejecutivos minoritarios necesitan apoyos para gestionar su plan económico.

Está ocurriendo. Hemos visto al PNV apoyar los Presupuestos de Rajoy y una semana después facilitar su desalojo del Gobierno al colaborar en el golpe de mano parlamentario que colocó a Sánchez como presidente. El PNV aprobó las mismas Cuentas de Rajoy (con bajada de impuestos) que ahora quiere derogar Sánchez (con subida de impuestos), a quien también apoyarán. Hemos visto al inquilino de La Moncloa dejar a su socio preferente –y sin embargo ‘copresidente’ Pablo Iglesias–, estampar el logotipo de Podemos en el documento de la firma del acuerdo presupuestario, al mismo nivel que el del Gobierno de España. Y hemos asistido al penúltimo guiño de Sánchez a los independentistas catalanes al anunciar la derogación de la ley que dio tantas facilidades a las empresas que quisieron huir de Cataluña. A ver si el PDeCAT reacciona y ERC aparca sus condiciones sobre los presos, que no parece probable.

En el Parlamento vasco también se habla de otras causas a cambio de los Presupuestos. El Gobierno de Urkullu presentará el martes 23 su proyecto sabiendo que descarta a Elkarrekin Podemos por «poco realista» y a EH Bildu porque su oferta puede convertirse en el ‘abrazo del oso’, y que la reclamación del PP –de frenar el acuerdo soberanista en la ponencia sobre el nuevo Estatuto– le sobrepasa. No descarta recurrir a la prórroga presupuestaria. Pero como se apurarán las negociaciones hasta el último minuto, el PP insistirá en que el PNV haga la ciaboga. Espera que se desprenda de su alianza con EH Bildu y trabaje por ampliar el consenso que predica el lehendakari. Pero dadas las circunstancias, lo que reclama Alfonso Alonso al PNV es un ‘brindis al sol’. Porque, tras las bambalinas del nuevo estatus, está el Plan Ibarretxe. Hibernado durante años. Y amarrado, de momento, entre el PNV y EH Bildu. Ahora, las condiciones parecen propicias para los planteamientos más radicales. Sin ETA condicionando con su persecución a la sociedad vasca. Con la presión secesionista catalana extendiendo sus tentáculos hasta los lugares más recónditos del País Vasco. Con Egibar echando un pulso a Urkullu desde su poderosa posición de ‘mandamás’ parlamentario en el hemiciclo de Vitoria. Y con un presidente en La Moncloa sin condiciones de fortaleza para negociar.

Alfonso Alonso insiste en que, para hablar en serio de los Presupuestos, «primero, hay una previa». «El PNV tiene que desprenderse de su acuerdo con Bildu». Obstáculo insalvable. Será más fácil que el PNV llegue a admitir alguna propuesta del PSE en el proyecto del nuevo Estatuto que dar marcha atrás y volver a empezar como si el acuerdo soberanista con el grupo de Otegi no lo hubiera firmado.

Pero es ese pacto el que utiliza el PP vasco para condicionar su apoyo a los Presupuestos de Urkullu. Tiene poco que ver con las Cuentas. Pero la inseguridad generada por los independentistas catalanes le sirve de ‘toque de atención’ sobre el riesgo de emulación del ‘procés’ en el Parlamento vasco.

Lo cierto es que con un presidente de Gobierno en La Moncloa debilitado y tan condicionado por Podemos y los secesionistas catalanes, la situación se presenta idónea para quienes quieren forzar escenarios que con otros ejecutivos no consiguieron. La Transición, calificada despectivamente por los populistas como el «régimen del 78» ha pasado a mejor vida. Pedro Sánchez, que se ha desentendido de la alianza constitucionalista, no es capaz de impedirlo. Sus socios aprobaron en el Parlamento catalán la abolición de la Monarquía sin que haya hecho otra cosa que anunciar «medidas legales». El momento es de conjunción planetaria para que los independentistas aprieten antes de volver a las urnas. Y lo saben. Ahora o nunca. No volverá a pasar un tren tan cómodo por delante de su casa.