ABC-LUIS VENTOSO

Eso es lo que ha venido decir Margarita, juez, para más señas

MARGARITA Robles, de 61 años, encarna las puertas giratorias. Ora nos juzga como magistrada del Supremo, ora nos gobierna –o desgobierna– como secretaria de Estado, ministra o lo que se tercie para seguir en la palestra sin ganarlo en las urnas. Margarita vive su ideología socialista con vehemencia y acoge con ceño fruncido toda visión discrepante del progresismo obligatorio. Sus filias ideológicas son totalmente legítimas, por supuesto. Pero igual de legítimo parece el temer que quien exuda sectarismo podría resultar parcial cuando retorne al juzgado y le caiga un acusado pepero.

Comentan los sanchólogos que desde el circo de los misiles saudíes (aquellos que sabían matar correctamente, en memorable explicación de Celaá), mediaba cierto frío entre el presidente que levita y Margarita. Tal vez para congraciarse con el líder, la ministra ha salido a darlo todo en defensa de Sánchez tras su doble disgusto en la Fiesta Nacional. Como es sabido, primero fue abucheado por el público, que le demandó elecciones y llegó a llamarlo «okupa», ante el hecho cierto de que ocupa el poder tras haber sido vapuleado en dos comicios consecutivos. Sánchez respondió a los pitos a su estilo, gustándose, con paseíllo de pasarela y forzadísima sonrisa. Y de allí a Palacio, donde llegó su sonado lapsus –o no tan lapsus– de protocolo. Los Sánchez consideraron que les tocaba situarse al nivel de los Reyes… hasta que un encargado de protocolo los colocó en su lugar, recibiendo miradas láser de Sánchez y Gómez, el presidente no votado y la primera dama, cuyo afán de protagonismo contrasta con la razonable discreción de su predecesora.

Tras tan aciaga jornada en el frente narcisista, Margarita salió rauda a declarar que abuchear a su jefe supone «una falta de respeto». La frase es discutible, pero aceptable. Lo que ya resulta inadmisible es que añadió que los ciudadanos que pidieron elecciones a voces «no tienen cabida» en «una España plural y democrática». Late ahí un desagradable soniquete autoritario, y además es una sandez, pues no podría ser «plural y democrática» una España donde se privase a millones de ciudadanos que desean elecciones de la posibilidad de decírselo en alto a Sánchez. En las grandes democracias, los mandatarios asumen como parte del oficio el riesgo de los pitos. Hasta el héroe Churchill hubo de tragarse los abucheos de su pueblo cuando en 1945 acudió a las carreras caninas de Walthamston. La piel de melocotón de Margarita solo refleja un talante autoritario, que evoca el despotismo ilustrado. Sorprende que la ministra de Defensa se apreste a condenar a pacíficos ciudadanos que exigen elecciones, pero que no tenga críticas tan enérgicas para los socios separatistas de su jefe, que han censurado al Rey, que se jactan de que trabajan metódicamente para destruir España y que han prometido desoír las sentencias del Supremo sobre los golpistas.

Lo democrático, Margarita, es cumplir las promesas (y Sánchez prometió elecciones), no aliarse con los peores enemigos de nuestro país y nuestras leyes y permitir que elijamos en las urnas a nuestros gobernantes.