ABC-IGNACIO CAMACHO

El síndrome del Falcon retrata a un hombre que no acaba de creerse su suerte y está dispuesto a rebañarla al máximo

PARA estar dirigido por un consultor experto en tácticas electorales –las estrategias son palabras mayores–, resulta sorprendente, por no decir ridícula, la torpeza con que el gabinete de la Presidencia ha manejado el asunto de los gastos de viajes. Por descuido, por ineptitud, por rutina o por arrogancia, la Moncloa ha convertido el desplazamiento a Benicàssim en un cachondeo nacional de proporciones descomunales. La respuesta de los 283 euros constituye un desdén insultante a la Ley de Transparencia, una falta de respeto a los ciudadanos y un abuso de sus tragaderas intelectuales. Pero sobre todo es un error de manual que compromete su propio objetivo de blindar a Sánchez y sitúa la dichosa excursión festivalera en pleno centro del debate, carnaza de obvias bromas vitriólicas en las redes, la prensa y los bares. Si ya era vergonzante la inclusión de una salida de ocio veraniego en la agenda protegida de secretos oficiales, mucho más escandaloso y contraproducente se revela el intento chapucero de encubrir la realidad con falsos detalles que deslizan borrosas cortinas de humo y volutas de ocultismo culpable. La gente se lo pasa en grande con los chistes sobre las tarifas low cost de esos aviones discrecionales que según la deliberada confusión monclovita salen más baratos que la clase económica del Ave.

El presidente tiene un problema de imagen que él mismo se ha buscado: está quedando ante la opinión pública como un adicto al turismo de Estado, a los privilegios del poder, a sus signos suntuarios. Si hubiese ganado las elecciones, esa inclinación no dejaría de parecer un apego antipático, pero habiendo llegado por la puerta de atrás al cargo lo retrata como un advenedizo míster

Chance que rebaña las prerrogativas provisionales del mando como si mañana tuviera –que tal vez tenga, en efecto– que desalojarlo. Su desahogada proclividad al Falcon, a las residencias institucionales de gorra o al engolamiento protocolario le ha creado una impronta de aprovechado, de hombre que no termina de creerse su suerte y está dispuesto a exprimirla al máximo, dure lo que dure y que le quiten lo bailao. Y tan rodeado como está de asesores es extraño que ninguno se atreva a decirle cuánto menoscabo le causa ese marchamo.

Después de sus tratos con los nacionalistas, el desenfado en el usufructo privado de las sinecuras públicas es el aspecto de su mandato que más le perjudica. Dado que todos sus antecesores recibieron críticas parecidas, cuesta creer que un dirigente tan correoso, acostumbrado a sobrevivir a las emboscadas de la política, pueda perder hasta ese punto las referencias de perspectiva, ignorar de modo palmario los cambios de paradigma y usar los fueros del poder como una caprichosa franquicia. Pero es peor todavía que tome a los españoles por estúpidos sin autonomía crítica a los que se puede embaucar con baratijas informativas.