Francesc de Carreras-El Confidencial
- El «tal Iván» (es decir, talibán), como se le llamaba popularmente, mandaba mucho, se decía que era la pieza clave de la Moncloa. Ahora el hombre clave será otro: Félix Bolaños
Pedro Sánchez necesitaba un respiro. Le faltaban más de dos años para acabar la legislatura y se le veía fatigado, desanimado y desacreditado. Sin proyecto sólido y bajo la desconfianza general. Tuvo suerte con la salida de Pablo Iglesias al presentarse, y fracasar, en la Comunidad de Madrid. Desde que Yolanda Díaz era vicepresidenta, Sánchez se sentía más aliviado. Pero no era suficiente. El antisanchismo crecía sin cesar, fuera y, lo que es peor, dentro del PSOE. El PP ya empezaba a rebasarlo en los sondeos y en el ambiente se palpaba su derrota en el momento electoral.
Todo ello se hizo evidente en los comicios de la Comunidad de Madrid. Aquello no fue una derrota, fue una catástrofe: el PP ganó en todos los distritos de la capital y en todos, menos dos de pequeño tamaño, los municipios de la comunidad. En los barrios que antes se denominaban obreros ganó el PP. Según los cálculos de Ignacio Varela, unos 100.000 madrileños que en los anteriores comicios habían votado a los socialistas ahora trasladaron su voto a los populares. Muchos otros se habían desviado hacia Más Madrid, el partido de Errejón. Eran votos «antisanchistas», por la derecha y por la izquierda. Un puro desastre. ¿Ocurriría algo parecido en el resto de España?
El presidente estaba grogui, noqueado. Solo faltaban los indultos, el chantaje de los ‘indepes’ catalanes. O el contencioso con Marruecos, tan torpemente conducido. O el temor a que no llegaran las ayudas europeas por la mala reputación de España. Era un Sánchez débil, sin rumbo, a merced de los demás, sin iniciativa propia. Pues bien, esta profunda crisis ministerial es un intento de rectificar, un giro muy hábil a mitad de legislatura, un revulsivo para ganar credibilidad, tanto interna como internacional. Ya veremos si con este nuevo Gobierno logra remontar su prestigio, pero creo que necesitaba este cambio de rumbo.
Primero se ha sacado de encima a Iván Redondo, un experto en ‘marketing’ político que ha demostrado una asombrosa incapacidad para gobernar. Sus consejos solo le servían a Sánchez para la semana siguiente y, normalmente, le metían en un charco innecesario a los 15 días. Además, como es natural por su trayectoria meramente profesional y no política, tenía el partido en contra.
El «tal Iván» (es decir, talibán), como se le llamaba popularmente, mandaba mucho, se decía que era la pieza clave de la Moncloa. Ahora el hombre clave será otro, hasta ayer muy cercano a Redondo, pero con una capacidad mucho mayor: Félix Bolaños. De ahora en adelante será Bolaños quien mande mucho, tanto por sus nuevas competencias —las que tenía Carmen Calvo— como, sobre todo, por su perfil político. Con muy buena formación jurídica —letrado del Banco de España—, es un hábil negociador y conoce a fondo lo que es un Estado, además de ser desde joven militante del PSOE. Un acierto de Sánchez al designarlo para este cargo fundamental. ¿Quién manda en la Moncloa? A partir de ahora Bolaños.
La segunda clave del cambio de ministros es el ascenso, formal pero significativo, de Nadia Calviño. En eso, Sánchez sigue la tradición en los gobiernos del PSOE de colocar en Economía a personalidades altamente competentes y reconocidos en Europa: Boyer, Solchaga y Solbes, en otros tiempos. Y desde la moción de censura de 2018, a pesar de la relación conflictiva con Podemos, a Nadia Calviño. ¿Qué hubiera pasado sin Calviño en estos años? Mejor no pensarlo. Este ascenso, formal pero significativo, como decíamos, es la mejor garantía de que los fondos europeos se emplearán de forma útil y, si le dejan, quizás pueda rodearse de un comité de técnicos cualificados e independientes para controlar su modo de empleo.
En tercer lugar, el papel de los ministros de Podemos —todos en sus mismos cargos, para no crear problemas— pasa a ser irrelevante, como ya era desde que se fue Iglesias, a excepción de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo Yolanda Díaz, que sin duda seguirá teniendo discrepancias con Calviño, pero no lo hace desde la ignorancia supina, como sucede con otros de esta misma formación, sino desde el conocimiento y la capacidad de negociación. Ojalá tuviera ambas virtudes Irene Montero, a la que imagino que Sánchez no se ha sacado de encima para no liar más las cosas, pero que también imagino —o al menos deseo— que tendrá poco peso en el nuevo gabinete.
Y por último nos queda la importante degradación de Iceta, que ha pasado de Organización Territorial y Función Pública a Cultura, un ministerio más bien decorativo. Se rumoreaba que podría pasar a una vicepresidencia conservando las competencias en Organización Territorial y siendo el nuevo portavoz del Gobierno, pero no ha sido así. Ello tiene relevancia porque Iceta era pieza clave en los acuerdos con ERC: las mesas, los referéndums y todo lo que parece que está por venir. Ha sido sustituido por Isabel Rodríguez, hasta ahora alcaldesa de Puertollano, hasta ahora una desconocida a nivel nacional, que también será portavoz y me tranquiliza más en ese terreno de las autonomías que el líder del PSC.
Creo que se equivocaría la oposición si menospreciara el cambio, como ha hecho en sus primeras reacciones. Sánchez no dimite ni convoca elecciones, nadie podía esperar eso. Pero ha dado un giro positivo a su Gobierno que, a primera vista, ha transformado en parte su naturaleza y aumentado la calidad técnica de sus miembros. Solo le queda al presidente un problema que no es menor, sino de un tamaño descomunal: mantener unida a una mayoría parlamentaria dado que para sobrevivir necesita como mínimo, entre otros, el soporte de ERC. Es decir, lo que no parece estar en condiciones de solucionar el nuevo Gobierno es el llamado «problema catalán». Ayer Sánchez cambió su Gobierno, le dio un aire a mejor, pero hoy, cuando despierte, el dinosaurio seguirá ahí.