GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA_EL CORREO

  • Casi todas las organizaciones clandestinas que emplean la violencia sistemática se parecen: generan dinámicas similares, causan miedo y dolor y acaban con vidas humanas
 
Según una leyenda, las mafias italianas hunden sus raíces en España. En el siglo XV, tres caballeros toledanos, Osso, Mastrosso y Carcagnosso, mataron al noble que había violado a su hermana. Obligados a huir, su barco naufragó, pero consiguieron arribar a la isla de Favignana, donde idearon las reglas de conducta sobre las que se asentaría el hampa meridional. Osso fue a Sicilia y creó la Cosa Nostra; Mastrosso, a Calabria y dio vida a la Ndrangheta; y Carcagnosso, a Nápoles, donde apareció la Camorra. Evidentemente, es solo un mito fundacional: los sindicatos del crimen tienen un origen autóctono.

Las mafias han marcado de manera trágica la historia reciente del sur de Italia. Su violencia ha dejado un reguero de miles de víctimas, propagando un terror que se ha reforzado por medio de amenazas: pintadas, cartas anónimas, llamadas telefónicas o restos de animales. La omertá y el control social de muchas comunidades han sido la base sobre la que se ha erigido un Estado paralelo, con sus propias leyes, justicia, castigos o impuestos. Como indica Iñigo Domínguez en ‘Paletos salvajes’, el 27% de la población de Calabria tiene algo que ver con la ‘Ndrangheta; el 12% de la napolitana, con la Camorra; y el 10% de la siciliana, con la Mafia propiamente dicha. Nos centraremos en esta última.

El entorno mafioso felicita a quien es admitido en una familia como soldato (en euskera: gudari), ya no digamos a quien asciende a capo. A menudo, cuando es arrestado, se le despide como a un benefactor del pueblo. Durante su condena en la cárcel no es raro que se le rinda homenaje: procesiones religiosas paran delante de su casa, músicos neomelódicos le dedican canciones o se cuelgan pancartas en los partidos de fútbol. Ahora bien, al ser liberado, el preso no es recibido en un acto público. Nada de ongi etorri. Todavía hay límites.

En la isla se registran sacerdotes afiliados al sindicato del crimen, incluso como capos locales, desde el siglo XIX. La jerarquía eclesiástica ha sido tolerante con la Mafia, cuya mera existencia se negaba a reconocer. Sin embargo, sería injusto olvidar que otros curas se han opuesto a esta lacra. Fue el caso del padre Pino Puglisi, asesinado en septiembre de 1993.

El objetivo del hampa es el lucro, pero en ocasiones lo esconde tras los rituales, un código del honor o una bandera. Así, tras la II Guerra Mundial, alentó el independentismo siciliano, encarnado por el bandido Salvatore Giuliano. Fue responsable de la matanza de once comunistas en Portella della Ginestra (1947). Desde un prisma mafioso, un eventual ascenso del PCI era una amenaza para su poder. Durante décadas la organización criminal mantuvo relaciones fluidas con sectores de diversos partidos políticos, pero muy especialmente de la Democracia Cristiana, hegemónica tanto en Sicilia como en el conjunto de Italia. Cuando esta conexión se rompió a principios de los años noventa, la Mafia inició una campaña de atentados terroristas en la península. Únicamente cesaría cuando se cumpliesen algunas condiciones, como el fin de la legislación especial y la mejora en las condiciones penitenciarias de sus presos. También impulsó la formación independentista Sicilia Libera, de corto recorrido.

Una de las fuentes de financiación de la Cosa Nostra es el pizzo: la extorsión a empresarios y profesionales. Si no pagan, se exponen a la persecución y a la muerte. En enero de 1991 Libero Grassi, dueño de una fábrica textil, se negó a hacerlo en una carta publicada en la prensa. Acabaron con su vida en agosto de aquel mismo año, pero el valor de Grassi sirvió de simiente. Inspiró a los fundadores de Addiopizzo, una asociación que agrupa ya a más de 1.000 negocios que se rebelan contra la extorsión. Otra de espíritu similar es Libera, creada en 1995 con el propósito de construir una sociedad alternativa a la Mafia.

En Sicilia abundan los héroes cívicos. Los malhechores los odian a muerte. En 1978, después de torturarle, los mafiosos hicieron explotar con dinamita a Giuseppe Impastato. Se trataba de un izquierdista de Cinisi que en tono de sátira denunciaba los crímenes de la Cosa Nostra en su radio libre. Al año siguiente se convocó en su municipio la primera manifestación contra la organización criminal. Un hito en la historia de Italia. Otro fue la investigación que estaba llevando a cabo el juez Giovanni Falcone cuando en mayo de 1992 fue asesinado junto a su esposa y escoltas. Su sucesor, Paolo Borsellino, corrió la misma suerte, al igual que cientos de policías, magistrados, políticos, periodistas y ciudadanos del país.

Es inevitable detectar cierto aire de familia entre ETA y el hampa. Independientemente de sus fines, casi todas las organizaciones clandestinas que emplean la violencia sistemática se parecen. Como poco, generan dinámicas similares, dañan la economía, degradan la democracia, causan miedo y dolor, acaban con vidas humanas… Desde la perspectiva de quienes sufren su violencia, ¿hay diferencia entre la omertá y la espiral de silencio? ¿Entre el pizzo y el ‘impuesto revolucionario’? ¿Entre los atentados de la Mafia y los de la banda terrorista? Como el capo Nicola Nick Gentile le señaló al recientemente fallecido escritor italiano Andrea Camilleri: «Para matar vale cualquiera». Por eso debemos recordar a los etarras como lo que fueron: criminales.