CARLOS SÁNCHEZ-EL CONFIDENCIAL

  • La política española ha entrado en un círculo vicioso. No hay solución para la cuestión catalana. ¿El resultado? El sistema parlamentario está contaminado y al borde del colapso
Julián Marías publicó en 1966 ‘Consideración de Cataluña’. El libro no era más que una recopilación de los artículos que el filósofo había escrito un año antes en ‘El Noticiero Universal‘, el histórico periódico barcelonés, y seguía la estela de Vicens Vives en ‘Noticia de Cataluña‘, la obra más influyente del catalanismo durante los años 50 y 60.

Marías, en línea con lo que escribe Vives, dos de los grandes intelectuales que ha dado este país en el siglo XX, llega la conclusión de que «la tentación general española, y no especialmente castellana, frente a la insistencia catalana en lo diferencial es la negación de la personalidad catalana». Y cuando se llega a este punto, aclara, «la mala inteligencia no puede sino crecer como bola de nieve». Cataluña, sostiene, «tiene la tentación de sentirse ajena cuando se siente enajenada», concluye el filósofo.

Vicens Vives publicó su libro más emblemático en 1954, y en él se aferra a la idea de que Cataluña no se entiende sin España. Tres siglos de litigios, asegura el historiador, tienen más que ver con un «impulso emocional» que con una conflictividad real sobre los problemas que podríamos llamar ‘cotidianos’. En ‘Noticia de Cataluña’, título que le impuso la censura, ya que el propio Vicens quería llamarlo ‘Nosotros, los catalanes’, es donde expone su conocida tesis sobre el sentir catalán entre ‘seny’ y la ‘rauxa’, es decir, entre la cordura y el arrebato.

Cataluña, sostiene Julián Marías, «tiene la tentación de sentirse ajena cuando se siente enajenada». La mala inteligencia crece como bola de nieve

También a mediados de los años 60, Salvador Pániker publicó ‘Conversaciones en Cataluña’, que unos años más tarde completó con ‘Conversaciones en Madrid’, en donde el filósofo catalán conversaba —no eran entrevistas al uso— con personalidades como Tapies, Dalí, Marsillach, Gironella o el alcalde Porcioles, pero también con Tierno, Fraga, Ullastres o López-Rodó en su versión madrileña.

El centro y la periferia

También Vázquez Moltaban publicó en 1984 un libro que tituló ‘Mis almuerzos con gente inquietante’, en el que Cataluña ocupa un papel relevante con entrevistas a personalidades tan dispares como Heribert Barrera, Ferrer Salat, Miquel Roca, el ultraderechista Ernesto Milá, el cardenal Tarancón o Juan María Bandres, y en él el constituyente Roca aclara: «No soy independentista; me veo dentro del Estado siempre que sea un Estado democrático que acepte la nación catalana. Y esta situación implica la construcción de un pacto de Estado, la construcción de un Estado basado en el consenso, no en la dominación del centro sobre la periferia».

Marías, Vives, Pániker o Montalbán, con sus libros, ponían texto a una música que se venía escuchando, al menos, desde que Pi i Margall publicó en 1877 el influyente ‘Las Nacionalidades’, donde asegura que España, «mal que bien», es una «nacionalidad formada y no está en mi ánimo destruirla», sino «federalizarla» (sic).

La cuestión catalana

La panoplia de libros publicados sobre Cataluña es ingente, y, desde luego, no puede extrañar porque la cuestión catalana —con sus altibajos— ha estado en el centro del debate político durante décadas. En el primer tercio del siglo XX por su influencia sobre los gobiernos de Alfonso XIII, y durante el franquismo porque el célebre ‘Llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia’, junto a las reivindicaciones del País Vasco, arrastró al conjunto de España a una nueva configuración del Estado que hoy ha cristalizado en forma de autonomías. Hay pocas dudas de que sin la ‘cuestión catalana’ y la reclamación de la autonomía para el País Vasco la estructura territorial de España sería hoy muy diferente.

El hecho de que el 6,5% de los diputados marque el paso parlamentario significa que una pequeña minoría ha capturado el sistema político

Lo que ha cambiado, sin embargo, es la forma de condicionar a la política española. Si en época de González o Aznar el nacionalismo catalán influía de forma notoria desde fuera del Gobierno —solo durante los periodos de mayoría absoluta del PSOE o del PP decayó su notoriedad— con Sánchez su ascendencia es determinante. Obviamente, porque los partidos centrales del sistema político no son capaces de encontrar un espacio común de entendimiento.

El resultado, como no puede ser de otra manera, es una situación insólita: la estabilidad parlamentaria depende, precisamente, de quienes quieren destruir al Estado en los términos que fija la Constitución. Y lo que no es menos singular, aunque el peso de los diputados elegidos en Cataluña es muy significativo, 48 escaños de 350, únicamente 23 son estrictamente independentistas. O 30 si se incluye la marca Podemos en Cataluña, que se mueve en un terreno ambiguo que podría calificarse como híbrido, ya que cambia en función del momento político y de la correlación interna de fuerzas.

El hecho de que el 6,5% de los diputados en el Congreso —los independentistas— marque el paso parlamentario no es un asunto menor. Significa que una pequeña minoría que ha liquidado al catalanismo conservador, como acertadamente ha señalado José Antonio Zarzalejos, ha capturado el sistema político. Esto explica, en parte, aunque hay causas intrínsecas propias de la mentalidad de Sánchez, el abuso del Gobierno en la utilización de decretos-ley, una vía legislativa, como no se ha cansado de repetir de forma inútil el Constitucional, pensada para situaciones excepcionales, pero que, sin embargo, como ha escrito el jurista Jiménez Asensio en Hay Derecho, ha derivado en un «Parlamento castrado». De hecho, la proliferación de decretos-ley no es más que el reconocimiento de la inestabilidad política.

La onda expansiva

Y está castrado, precisamente, porque Cataluña ocupa casi todo el espacio político desde la gran manifestación de 2012, hasta el punto de que no se entiende el vuelco político que ha sufrido España desde esa fecha –explosión y hundimiento de Ciudadanos o irrupción de Vox como tercera fuerza política capitalizando la unidad de España– sin tener en cuenta la onda expansiva para el conjunto del país que ha supuesto lo que pasa en Cataluña.

En la Transición se ahogó la cuestión catalana en una reforma integral del Estado y España ha vivido los mejores años de su reciente historia

Cualquier estrategia inteligente de un Gobierno europeo habría pasado por aislar el problema, que es lo que se hace cuando se producen contagios indeseados para evitar el colapso del sistema político. Pero ni Rajoy ni Sánchez han sabido o querido hacerlo. Probablemente, porque Cataluña –como en un tiempo lo fue el País Vasco– puede ser en determinadas circunstancias un caladero de votos —al PP y a Ciudadanos les salió mal y eso llevó al triunfo de Vox—, por lo que no hay incentivos para lograr acuerdos de Estado que sirvan, al menos, para encauzar la cuestión catalana. Hoy es impensable que Casado fuerce una solución pactada porque Abascal crecería a su costa. El propio Sánchez ha hecho lo mismo lanzando al candidato Illa, lo que no deja de ser una señal inquietante de que Cataluña –gane o pierda el exministro– seguirá condicionando el devenir parlamentario en el conjunto de España de una manera insufrible.

Aislar no significa, ni mucho menos, ningunear el problema o aplicar la célebre sentencia de Azaña sobre cómo solucionar un litigio histórico cada 50 años. Ni, por supuesto, desoír o marginar a los partidos independentistas. Al contrario. Un acuerdo inicial de los dos grandes partidos para actualizar el modelo territorial, que algún día habrá que poner al día, podría facilitar una negociación más rica, y, sobre todo, sería útil para romper el círculo vicioso —y desmontar las falacias independentistas— en el que se ha metido la política española, extremadamente sobreexpuesta a todo lo que sucede en Cataluña, con las consecuencias indeseables que ello tiene.

Ahogar la cuestión catalana en una reforma integral del Estado es lo que se hizo, precisamente, en la Transición, y hay pocas dudas de que España ha vivido en las últimas décadas los mejores años de su historia reciente.

Sería iluso pensar, sin embargo, que el independentismo se iba a calmar con la actualización del modelo territorial, que no significa para nada desguazar el Estado, sino por el contrario hacerlo más eficiente; pero al menos serviría para crear el nuevo clima de diálogo que este país necesita en medio de una pandemia que no es solo de salud pública, sino que también es económica. De lo contrario, hay muchas razones para pensar que Cataluña seguirá contaminando todo. Y no es una buena noticia. Mientras no se encauce la cuestión catalana, muchos de los problemas de España seguirán sin solución.

Consideración de Cataluña. Julián Marías. Aymá Editora. 1966

Noticia de Cataluña. Jaume Vicens Vives. Ediciones Destino. 2012

Conversaciones en Cataluña. Salvador Pániker. Editorial Kairós. 1971

Conversaciones en Madrid. Salvador Pániker. Editorial Kairós. 1969.

Mis almuerzos con gente inquietante. Manuel Vázquez Montalbán. Planeta. 1984

Francisco Pi i Margall. Las nacionalidades. Cuadernos para el Diálogo. 1967