Ignacio Camacho, ABC, 14/10/12
La deriva soberanista amenaza con desencadenar un reflejo emulativo, un efecto de vasos comunicantes en el País Vasco
ESPAÑA no tiene un problema secesionista; tiene dos, pero la rampante oleada de segregacionismo catalán ha tapado con su vistosa «espuma» —Don Felipe dixit— la amenaza latente que se perfila en el País Vasco, donde el día 21 se va a formar una mayoría soberanista con el agravante de que en ella tendrá una significativa cuota el proyecto político de ETA. La actitud apaciguadora del PNV, modulada en una táctica electoral poco agresiva, parece restar importancia al hecho manifiesto de que el escenario vasco va a volver a decorarse con un bloque hegemónico dominado por el imaginario separatista. Y que bajo la apariencia responsable del nacionalismo moderado late una trayectoria de deslealtad que tiene antecedentes tan ominosos como el Pacto de Lizarra.
Por mucha autocrítica que haya hecho desde entonces, el partido que llegó a pactar con una ETA en la plenitud de su delirio autoritario ofrece pocas garantías de resistir la misma tentación en esta coyuntura de teórico abandono de las armas. La sensata prioridad anti-crisis de Urkullu no parece bastante profunda para abandonar el primordial designio secesionista del nacionalismo vasco, máxime si tiene que disputarse espacios de poder con el conglomerado tardoetarra. Y aunque el porcentaje social de independentistas sea en la actualidad mucho menor en Euskadi que en Cataluña, la sobrerrepresentación parlamentaria de un bloque PNV-Bildu tendrá consistencia sobrada para activar un eventual «proyecto de transición nacional» que supere el ya muy soberano Estatuto de Guernica. Un plan Ibarretxe 2.0.
El error del Tribunal Constitucional al legalizar a Batasuna, la peor herencia del zapaterismo, sitúa en el tablero una pieza incontrolable que se va a mover con una máscara pacificadora que encubre el guión político de ETA. Su capacidad de desestabilización es una incógnita, pero ha acumulado poder local y foral y pronto tendrá un grupo parlamentario equivalente al de las fuerzas constitucionales juntas. PP y PSOE confían en un resultado que les permita ejerce de bisagra, pero a medio plazo será imposible anclar en la temperancia al PNV si Cataluña inicia su escapada centrífuga.
Si el delirio iluminado de Artur Mas sigue adelante, el peligro de vasos comunicantes con el País Vasco se hará palmario. La deriva catalana puede desencadenar un efecto emulativo, un reflejo especular crucial en el mundo abertzale, que fácilmente se creerá con derecho a pensar que un Estado debilitado por la recesión no podría hacer frente a dos desafíos concurrentes. El ajedrez político del modelo territorial español se va a disputar en los próximos meses o años bajo el formato de una partida simultánea. Y si el Gobierno no tiene una estrategia al respecto más vale que se la vaya pensando. Porque la posibilidad de que se enfrente a un doble órdago tiene poco de fantasmagoría.
Ignacio Camacho, ABC, 14/10/12