Michelena

Jon Juaristi, ABC, 14/10/12

Esta semana, se cumplen veinticinco años de la desaparición del gran filólogo vasco, figura clave de la cultura española del siglo

MI amigo Iván Igartua, director de Investigación y Coordinación Lingüística del Gobierno Vasco, me hace llegar la flamante edición —en quince tomos— de las obras completas de don Luis Michelena Elissalt, magníficamente preparada por los catedráticos Joseba Lakarra e Íñigo Ruiz Arzalluz. Un regalo envenenado. No he sentido punzada nostálgica más dolorosa desde que dejé mi tierra de origen. Ha vuelto de repente el recuerdo de los primeros años de la Universidad del País Vasco, cuando la presencia de Koldo Mitxelena, que así llamábamos al maestro recién llegado de su cátedra de Indoeuropeo de la Universidad de Salamanca, prestigiaba la novísima Facultad de Filosofía y Letras en Vitoria, ciudad sin tradición universitaria hasta entonces.

El pasado jueves, 11 de octubre, se cumplieron los veinticinco del fallecimiento de don Luis, figura máxima de la Filología Vasca en la segunda mitad del siglo pasado, como Resurrección María de Azkue lo fue en la primera. Guipuzcoano de Rentería, nacido en 1915, Michelena vino al mundo en una familia de menestrales vascohablantes, carente de abolengo letrado y hondamente arraigada en la cultura popular eusquérica. Autodidacta en su juventud, solamente durante sus años de cautiverio en la guerra civil (combatió en las milicias del PNV, fue hecho prisionero en Santoña y condenado a muerte, sentencia que le fue posteriormente conmutada) vislumbró la posibilidad de especializarse en Filología, animado a ello por dos compañeros de infortunio, el arqueólogo Francisco Jordá y el filólogo Ramón Piñeiro.

Dedicó bastantes años, tras su salida de prisión, a labores políticas clandestinas bajo las órdenes de Juan de Ajuriaguerra, sufriendo por ello frecuentes detenciones y encarcelamientos. Sólo en la treintena avanzada pudo emprender sus estudios de bachiller, seguidos por los de Filología Clásica en Salamanca, donde siempre contó con el apoyo de Antonio Tovar. Rondaba los cincuenta cuando, como investigador en París, forjó una sólida amistad intelectual con André Martinet. La obra lingüística de Michelena —vale decir, la lingüística vasca contemporánea— es hija de la lingüística histórica de don Ramón Menéndez Pidal y del estructuralismo. Fue Michelena un maestro incomparable, que logró situar los estudios sobre la lengua vasca en las universidades más prestigiosas de Europa y Estados Unidos, gracias a las redes científicas que urdieron él mismo y sus colaboradores.

Pero, además, fue un demócrata ejemplar: nacionalista vasco hasta los tuétanos —aunque terminó alejándose del PNV—, jamás hizo la mínima concesión a ETA ni a su entorno. Frente a cualquier tentación secesionista, defendió el sistema constitucional como el régimen bajo el que tanto las aspiraciones al autogobierno como la dignificación de los estudios eusquéricos podían alcanzar su cumplimiento. Opuesto al maximalismo de buena parte de sus correligionarios, mostró siempre un sincero afecto por la diversidad cultural de España. Recordaba con emoción sus muchos años pasados como docente en la Universidad salmantina y mantuvo hasta el final de su vida una pasión casi unamuniana por la hermosa ciudad del Tormes.

Los estúpidos ataques que lanzó contra él la izquierda abertzale amargaron sus últimos cursos en la Facultad de Vitoria. Pocos meses antes de su muerte, recibí una carta suya en la que comentaba una historia de la literatura vasca que yo acababa de publicar y no le había disgustado. Aunque comprendo que hay muchos motivos para ser severo con nuestro pueblo, terminaba diciéndome, no lo lleve al extremo de impedir que le escuchen y atiendan sus razones. Nunca he olvidado esas palabras, don Luis.

Jon Juaristi, ABC, 14/10/12