José Antonio Sentís, EL IMPARCIAL, 1/9/11
A los nacionalistas no le gusta esta minirreforma costitucional sobre el control del déficit; a los sindicatos, tampoco; a los del 15-M, quienesquiera que sean, parece que lo mismo; a los comunistas les molesta bastante. Vamos bien, por tanto. Una reforma que yo no veía con gran entusiasmo (entendiendo que hubiera bastado una Ley convincente de estabilidad presupuestaria sin alharacas constitucionales) empieza a cobrar el valor de un gran proyecto nacional. Gracias, por tanto, a los opositores de la reforma, porque le han dado el valor simbólico que intuitivamente pretendía. No sólo para calmar a los mercados, sino para calmar a la desmoralizada España.
Que los sindicatos, o el 15 M, o Llamazares se manifiesten contra el proyecto pactado por PSOE y PP es bastante irrelevante en el fondo, porque, por lo general, ninguno de estos grupos o individuos suele tener la más mínima idea de cómo conducir los asuntos públicos. Todos ellos juntos en un Gobierno conseguirían que España alcanzara un nivel entre Corea del Norte y Somalia. Lo importante, aquí, está en el mundo nacionalista catalán y vasco, porque ellos sí conocen la cosa pública y saben perfectamente hacia dónde quieren que ésta vaya dirigida.
En resumidas cuentas, la reforma pactada por la abrumadora mayoría del Congreso ha lanzado un mensaje: la preponderancia del todo estatal sobre sus partes autonómicas. Y, si las autonomías entendieran lo que son, es decir, parte del Estado, no se opondrían a que éste en su conjunto afronte un problema nacional como es la devastadora crisis económica.
Pero los nacionalistas vascos y catalanes distan mucho de creer en el Estado. Se suman a regañadientes a él cuando no hay más remedio, y siempre dejando claro que lo hacen como ejercicio de voluntad libremente autodeterminada. Es decir, como haciendo un favor que los demás no merecemos. Y cuando queda claro que no se trata de un favor, sino de su obligación de someterse al imperio de la Ley, entonces ponen el grito en el cielo.
Acostumbrados, con su docena y media de diputados, a tener cogido del dogal al Gobierno de turno, se quedan perplejos cuando tres centenares de parlamentarios deciden por su cuenta. Se puede pensar, por tanto, que después de vivir en la ficción de que controlaban la gobernación de España, han descubierto abruptamente que su única fuerza es la debilidad ajena.
Ahora, son todo pucheros. Que si se rompe el consenso constitucional, que si con nocturnidad y alevosía. Que no les han consultado, qué vergüenza. Y es gracioso oír, por ejemplo a los nacionalistas catalanes, lo sagrado del consenso, cuando ellos mismos, en complicidad con los socialistas y frente a la oposición del PP, fraguaron un Estatuto que, ése sí, hacía añicos el modelo constitucional del 78. Sin consenso, por aplastamiento, y con un respaldo popular manifiestamente mejorable.
Pero lo mejor lo están sacando los nacionalistas vascos. Escocidos por su escaso papel cuando se trata de asuntos realmente importantes, ahora plantean que, puestos a hacer reformas constitucionales, se recoja el derecho de autodeterminación. Muy realista, por su parte. Ahora que la aplastante mayoría de la Cámara pone coto a las veleidades periféricas, debe ser el momento para que se otorgue la independencia virtual al País Vasco. Alguien podría pensar que el portavoz del PNV que se le ha ocurrido tal genialidad se ha pasado del tinto al güisqui.
Se veía que España había entrado en barrena con el Gobierno Zapatero, al permitir éste la conjunción de cuatro crisis simultáneas: la económica, la política, la institucional y la de valores. Ahora ya se sabe que la primera obligará a enormes recortes (véase la valentía de Cospedal); la segunda, a una recomposición de las relaciones de Estado entre el PSOE y los anteriormente apestados y ahora virtuales ganadores del PP; la tercera, a que las Autonomías tienen que entender que son Estado; y la cuarta, a que sólo con el esfuerzo individual y colectivo se puede impedir el sacrificio de una o dos generaciones de despistados llenos de derechos y carentes de deberes.
Si dejan el orgullo herido a un lado, los nacionalistas, entre los que también los hay sensatos, deberían convencerse de que sus reivindicaciones no son de este tiempo. Son un lujo que ni ellos ni el conjunto de los españoles nos podemos permitir. Ellos, como tantos otros, han vivido por encima de sus posibilidades (políticas), sobrerrepresentados, sobreinfluyentes, y también necesitan un severo ajuste. Un ajuste de cuentas, vaya, ya que hablamos de crisis económica.
José Antonio Sentís, EL IMPARCIAL, 1/9/11