El Correo-ALBERTO AYALA

Jonan Fernández ya tiene en sus manos las sugerencias de víctimas, partidos y Gobierno central para que su material escolar en torno a ETA abandone la equidistancia. Puede ser la última oportunidad para el consenso. ¿Lo buscan todos?

Se ha iniciado ya la cuenta atrás para saber si los vascos, incapaces de alumbrar un único relato sobre la pesadilla terrorista de ETA que hemos vivido durante cuatro largas décadas, somos al menos capaces de conseguir dos.

Un relato común al conjunto de las fuerzas democráticas, asociaciones y fundaciones de víctimas. Y otro construido y apoyado por quienes integraron la banda terrorista, la apoyaron políticamente, la comprendieron y la jalearon en la calle y en las instituciones.

Pues bien, a día de hoy ni siquiera eso parece garantizado. Hay elementos que podrían inducir a pensar que el PNV de Andoni Ortuzar y del lehendakari Iñigo Urkullu sopesan alumbrar una suerte de tercera vía, más o menos equidistante de las dos anteriores, también con el apoyo de algunas víctimas del terrorismo.

Tras la tormenta política que se desató semanas atrás al conocerse el contenido de los vídeos preparados por la Secretaría de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación, que lidera el Jonan Fernández, para dar cuenta de la historia de ETA a los escolares vascos, Urkullu se mostró dispuesto a abrir un plazo de tiempo para recoger las sugerencias de víctimas y partidos políticos. Ese plazo ha concluido y el material está ya en Ajuria Enea.

Las críticas de partidos tan diferentes como Elkarrekin Podemos, de Lander Martínez, o del PSE de Idoia Mendia, del Gobierno español de Pedro Sánchez o de colectivos de víctimas como la Fundación Fernando Buesa son coincidentes en lo mollar. Todos ellos creen que la unidad didáctica alumbrada por la oficina de Fernández peca de equidistancia entre los terroristas y sus víctimas. Que da pábulo a la teoría del conflicto. Y que oculta a la mayoría de las víctimas, y en concreto a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. También a quienes fueron objeto de una incansable persecución ideológica desde la izquierda radical, en un intento de limpieza étnica en toda regla, para favorecer su sueño de una Euskadi independiente.

Tras la derrota sin paliativos de ETA, que primero se vio forzada por la presión política, policial y judicial a abandonar las armas, y que luego decidió autodisolverse sin alcanzar ni uno solo de sus objetivos, ni uno solo, parece llegada la hora de la normalización y de mirar sí o sí al futuro. Pero a un futuro con memoria.

En principio a nadie debiera molestar que tanto el Gobierno central como el vasco se hayan puesto manos a la obra y hayan alumbrado dos instituciones, diferentes pero con evidentes puntos en común, como el Instituto de la Memoria Gogora, que dirige la exparlamentaria abertzale Aintzane Ezenarro, y el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, dependiente del Gobierno español, que tiene como cabeza visible al periodista navarro Florencio Domínguez.

Pero lo cierto es que la competencia y los encontronazos están ahí. Que cada uno de ellos ha celebrado por separado el Día de la Memoria. Y que pareciera que tenemos una institución afín al nacionalismo (Gogora) y otro a quienes no lo son y a una amplia mayoría de asociaciones de víctimas del terrorismo (el Centro Memorial).

La ocasión

Que se llegue a un consenso sobre la unidad didáctica ‘Herenegun!’ parece la ocasión perfecta para empezar a reconducir estas discrepancias. Para que las nuevas generaciones sepan unas cuantas cosas sobre las que no debiera haber divergencias entre demócratas.

Como que ETA fue una organización terrorista que mató, secuestró y extorsionó para escindir a Euskadi de España y convertirla en un país marxistaleninista como la Albania del desaparecido camarada Enver Hoxa, hoy la persona más odiada por sus conciudadanos como puede apreciar cualquier viajero que se acerque a ese país. Que arrancó sus fechorías en la cruenta dictadura del dictador Franco, pero que cuando más dolor causó fue en plena democracia.

Que persiguió con especial saña a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pero que también acabó matando a ertzainas. Y que trató de expulsar de Euskadi y de Navarra a profesionales y empresarios, a profesores y a periodistas que rechazaron su proyecto totalitario y les hicieron frente pacíficamente. Aunque no faltó quien desde los aparatos del Estado financió una ‘guerra sucia’ contra ETA, tan o más condenable.

¿Por qué Ajuria Enea no muestra a nuestros escolares a una de aquellas viudas de guardia civil que una noche salieron de Euskadi en un furgón fúnebre con el cuerpo de su marido al lado recién asesinato por ETA, casi a escondidas? ¿Por qué no escuchar qué tiene que decirnos hoy en día?

¿Por qué no les contamos que cuando terminaba un pleno municipal los concejales de los distintos partidos no seguían las discusiones o se relajaban en un bar próximo, con un txikito en la mano, como sí ocurre hoy? Entonces unos, nacionalistas, sí podían hacerlo. Otros, en cambio, o lo hacían con un escolta al lado o se retiraban a su domicilio por mayor seguridad.

¿O el problema es que no se puede decir que ETA ha sido derrotada? ¿Que la intolerancia y el terror, afortunadamente, han sido vencidos y que ahora sí podemos convivir desde el respeto mutuo?

Ojalá muy pronto se disipe el riesgo de que este examen termine en un suspenso, llegue el pacto y no estemos en el inicio de una guerra sobre el relato que se prolongue por décadas. Ojalá.