ABC-IGNACIO CAMACHO

Casado afronta un examen decisivo en un territorio donde su partido se ha acostumbrado a perder casi de oficio

Auna semana de la votación, y con la victoria más o menos corta del PSOE descontada en todas –todas– las encuestas, las elecciones andaluzas parecen reducidas a unas primarias entre los partidos de la derecha. Aunque los candidatos del PP y de Ciudadanos mantienen la retórica de una posible mayoría conjunta, ambos han dejado de creer en la sorpresa hasta tal punto de que ellos mismos se quedarían helados de pavor al vacío si sucediera. Sus respectivas campañas se centran en la lucha interna por la jefatura de una oposición que en Andalucía constituye una especie de Consejería sin cartera, cuyo titular puede colocar gente, vender cierta falsa influencia y pintar la mona para consolarse de su frustración sempiterna. Pero esto es en lo que a Moreno y Marín respecta, porque en paralelo se desarrolla una competencia de otra escala entre Casado y Rivera, una pugna a través de candidaturas interpuestas por ver quién de los dos se enfrenta a Sánchez desde una posición de preferencia. Para el líder del PP se trata de su primera gran prueba; para el de Cs, de la gran oportunidad de presentarse como lo que hasta ahora no ha logrado ser: la alternativa verdadera.

Las dos fuerzas se mueven en torno a un 20 por ciento –cada una– del voto estimado. Con esa facturación en Andalucía no se puede gobernar, y en la totalidad de España faltarían muy probablemente algunos diputados. El bloque de centro-derecha está ahora en el mismo punto que el de la izquierda hace tres años, penalizado por la división del sufragio en un duelo fratricida que lo arrastró al fracaso y que Sánchez ha desempatado por el expeditivo procedimiento de tomar el poder al asalto. Para aspirar a relevarlo con el actual sistema de reparto de escaños es preciso que el electorado liberal-conservador seleccione una opción principal, un favoritismo claro que establezca una correlación mínima de seis a cuatro. Esa selección aún no se ha decantado, y la probable irrupción de Vox no va a aclarar el panorama sino a complicarlo. No sólo en términos de cómputo de resultados; sería muy difícil que Cs aceptase contar con la nueva formación en un eventual acuerdo parlamentario. El tripartito es imposible. La idea de un giro duro está cosechando muchos partidarios que aún no conocen el precio práctico de darse ese gustazo.

Así las cosas, la clave del próximo domingo está en la capacidad de resistencia del posmarianismo. El PP va a perder cerca de un tercio de su respaldo y está empezando a asumirlo. El segundo puesto, aunque sea por los pelos, es su único y real objetivo. Perderlo significaría para Juanma Moreno la dimisión inmediata y para Casado entrañaría un martirio de dudas, conspiraciones y tentaciones de arrebatarle el sitio. Su liderazgo no está maduro y le toca afrontar un examen decisivo en un territorio en el que su partido se ha acostumbrado a perder casi de oficio.