Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Con una premura quizás excesiva y seguro que motivada por el tamaño del disgusto, BBVA decidió ayer sortear al consejo de administración de Banco Sabadell, que se mostró manifiestamente hostil a la oferta, y dirigirla directamente a los dueños finales. Confía en que estos valorarán los términos monetarios de la oferta por encima de otras consideraciones de tipo personal. La OPA no modifica la oferta previa, que supone una prima del 30% a cotización del cierre del día anterior en la que se formalizó, o del 50% si retrotraemos los datos a finales del pasado año. Como señuelo añadido recuerda el compromiso ya adquirido por BBVA de repartir vía dividendos el exceso de capital que se acumule, algo que también esgrimió el consejo de Sabadell en su rechazo previo.

Es difícil que los accionistas desdeñen este ‘pájaro en mano’ frente a los indeterminados compromisos de ‘cientos volando’ que les ofrecen a cambio de su resistencia.

Pero ¿no podía haber esperado al lunes y lanzarla pasadas las elecciones catalanas? Sin duda alguna se hubiese ahorrado muchos decibelios en la algarabía que se montó. La crítica fue tan general como brusca y contó con todos los partidos políticos, incluso con los que defienden la libertad de empresa, con las patronales y los sindicatos.

Todo el ‘establishment’ catalán cerró filas en contra del ataque con mucho mayor ardor que cuando decidió la salida de su sede social a Alicante. Tan intensa fue la defensa del banco que uno supone que todos sus miembros se habrán hinchado a comprar acciones del Sabadell y rechazarán ahora la OPA. ¿O se trata solo de aconsejar a los demás lo que deben de hacer con su dinero, sin correr ningún riesgo?

Incluso el ministro Carlos Cuerpo, siempre modesto y discreto, sufrió un ataque de soberbia al asegurar altivo que la «última palabra» la tiene el Gobierno. A la oferta le queda un largo camino para terminar de formalizarse. Deberá obtener el plácet previo del BCE, luego el de la CNMV, más tarde el de la CNMC, después el del PRA británico, para caer en las respectivas juntas generales de los implicados.

Al final, aparece el Gobierno. Pero una cosa es hablar el último y otra diferente tener la última palabra. Si previamente ha pasado el filtro de todas esas instituciones y se garantiza que no daña a la competencia, ni restringe peligrosamente su juego en el mercado, ¿en base a qué motivos podrá oponerse a la operación?

Queda mucho partido e imagino que el BBVA habrá hecho recuento preciso de sus fuerzas. Porque perder esta batalla sería muy grave para su imagen.