Al galope

IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/03/16

· El vertiginoso ascenso de Podemos ha provocado pronto problemas de crecimiento propios de un partido adolescente.

Si hacer política consiste en cabalgar contradicciones, como suele repetir Pablo Iglesias, él mismo va al galope sobre un potro desbocado. El protagonismo de Podemos, su vertiginoso ascenso catapultado por el espectáculo televisivo como un producto de factoría, ha provocado muy pronto problemas de crecimiento propios de un partido adolescente.

Diferencias sobre la estrategia y el modelo, rencillas de poder, pulsos de ambición. Dificultades relacionadas en su mayoría con la transformación de una organización asamblearia, surgida de los rescoldos del 15-M, en una fuerza electoral con potente presencia parlamentaria capaz de entrar en el Gobierno o de condicionarlo. Es decir, en parte de la odiosa casta. Iglesias sufre el síndrome de Emiliano Zapata, que en aquella película de Elia Kazan y Brando se veía a sí mismo encarnando ante un campesino rebelde todo lo que había combatido y despreciado.

La crisis de Podemos no es, o no es sólo, un debate táctico respecto al pacto con el PSOE. Se trata de un conflicto de cohesión entre las tribus de un partido de aluvión unidas sólo por el deseo común de ruptura del sistema: anticapitalistas, altermundistas, anarcos, pijoprogres, soberanistas, bolivarianos. Un choque de bolcheviques contra mencheviques y trotskistas por el control y la dinámica del proyecto. En su denso furor ideológico, los críticos han cuestionado al tótem electoral, el líder que atesora el principal capital político de la popularidad y el share. Y este ha respondido en el más clásico hábito autoritario con un seco golpe de mano para intimidar a los descontentos y afirmar su hegemonía.

En Podemos no hay más «núcleo irradiador» que él. Pero, aunque como profesor de Políticas conozca que la tradición leninista y estalinista está atravesada de purgas y hasta de comandos con piolets, su pulsión posmoderna le ha empujado a atajar la rebelión al estilo de «Juego de tronos»: con una decapitación sumarísima y una cabeza colgada en las murallas. En su fervor revolucionario siempre ha sentido una devoción fundacional por la guillotina.

Todo lo hace con el sentido escenográfico, icónico, que domina su frenética cabalgada sobre las paradojas del liderazgo. Iglesias no sólo galopa saltando contradicciones, sino coleccionándolas. Hasta ahora tenía inmunidad, tocado por un aura de demiurgo, pero de repente su gente ha empezado a discutirle a la jefatura la condición de infalible. Afloran las objeciones, las disidencias, las refutaciones, las dudas. La respuesta ha sido de manual: una advertencia ejecutiva fulminante. Acompañada de una carta admonitoria contra el peligro de las facciones, las tendencias y los divisionismos en la que el Iglesias más autocomplaciente y pagado de sí llamaba a sus leales a defender «la belleza» del partido. La cursilería de este hombre sólo es comparable a su infinito narcisismo.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/03/16