ARCADI ESPADA, EL MUNDO 09/05/2013
«La declaración es uno de tantos papeles de carácter autoafirmativo del ‘establishment’ catalán»
El Constitucional dice que va a examinar la declaración soberanista del Parlamento de Cataluña. Bien está. Que examine. Yo también he examinado, incluso con atención gramatical, esa sarta de bobadas. El problema es lo que hará el Tribunal, una vez las examine, con las afirmaciones del tipo declamatorio, sean del género medieval, «El autogobierno de Cataluña se fundamenta en sus derechos históricos», sean de índole moderna, como esto tan aproximado y locuaz de que «La dictadura [de Franco] contó con una resistencia activa del pueblo y el Gobierno de Cataluña». La declaración es uno de tantos papeles de carácter autoafirmativo segregados por el establishment catalán. Cada cierto tiempo el nacionalismo se tienta la ropa y dice: «Sí, existo» Y hasta otra. Para dar amenidad a sus cansinas ceremonias, los muñidores añaden a la prescripción psicológica sintagmas incomprensibles cuya única función es, precisamente, exhibir su incomprensibilidad. Así, recientemente, con ese derecho a decidir (¡que ni siquiera es humano!) al que nadie puede tomar en serio si no es con unas risas.
La declaración incorpora otro de estos fantasmáticos, puramente lacanianos, animalitos, en el que es probable que se haya fijado el Tribunal. Se trata de la consideración de Cataluña como «sujeto político soberano». En términos democráticos no hay más sujeto político que el ciudadano. Pero, quizá, y aunque no he visto ninguna constitución próxima que hable del territorio como sujeto político, la extensión metafórica podría admitirse. Qué duda cabe de que Alcorcón es sujeto político: la cuestión es si lo es para decidir cómo recoge sus basuras o para proclamar su independencia de Las Vegas. No veo qué podrá hacer el Constitucional con las declamaciones. Imaginemos que las acepte. ¿Y bien? Imaginemos que las niegue. ¿Y bien? En la tesitura de esta declaración el Constitucional se asemeja a unos astrónomos examinando una deyección astrológica.
Por lo demás no me parece de una gran sensatez política que el máximo tribunal español se haya de implicar otra vez en las trampas semánticas del nacionalismo y que los sucesivos gobiernos le sigan traspasando el resultado de sus debilidades. Después de 30 años y en medio de una crisis de Estado, parece que ha llegado ya la hora de poner al nacionalismo frente a sus hechos. Es decir, frente al oscuro balance que su ardor meramente filológico enmascara.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO 09/05/2013