Fernando Ónega, La Voz de Galicia, 21/6/11
Un paisano de Lugo, Juan Olloqui, ha abierto restaurantes de comida de Lugo en Madrid. Le pregunté cómo iba el negocio y me respondió: «Ni en el mejor de los sueños podía aspirar a algo así». Debe ser el único restaurador de España que no se queja de la crisis. Me acordé de su estado de felicidad al escuchar los análisis que ayer se hicieron de las manifestaciones del conglomerado del 15-M durante la jornada del domingo. Quien haya concebido ese movimiento tiene que estar como el lucense Juan Olloqui: ni en el mejor de sus sueños pudieron imaginar un éxito similar. Se les reconoce capacidad de movilización, comportamiento cívico y avance en las ideas. No se puede ir mejor.
Los indignados pudieron quedarse en el fulgor inicial de aquel domingo de mayo. Pudieron estrellarse en su ocupación de la Puerta del Sol, por la que fueron calificados de chabolistas y perroflautas. Pudieron suicidarse políticamente en los sucesos de Barcelona. Y pudieron quedarse en una anécdota al no conseguir estructurar un programa o mostrar una identidad de criterio entre tantos portavoces y grupos que se contradecían en sus métodos y objetivos. Pero este domingo, como reunieron a tanta gente, ya ocuparon espacio en las ruedas de prensa de los grandes partidos. Y lo más llamativo: sus portavoces les tendieron puentes. Marcelino Iglesias (PSOE) aseguró que comparten algunas de sus preocupaciones. González Pons (PP) afirmó que comprenden algunas de las reivindicaciones y, faltaría más, el PP es la solución.
¡Hale, políticos españoles! ¡Al rico indignado, que tiene muchos votos! Seguramente ninguno de los grandes partidos dará nunca un paso para reformar el sistema electoral. Ninguno revisará sus relaciones con la banca, más allá de unos pellizcos de monja para entretener al personal. Ninguno abrirá batalla en serio contra los corruptos que hay en sus filas. Y, por supuesto, ninguno se atreverá a escribir en su programa nada contra el pacto del euro, los pagos de las hipotecas o la práctica de desahucios. Pero, en cuanto ven que decenas de miles de personas que asumen esas nuevas banderas, nuestros políticos corren para ponerse a la cabeza de la manifestación.
Venga, les tomo la palabra a los señores Iglesias y Pons y a todo lo que representan. Lo primero que tienen que hacer es detallar qué aspectos de los indignados comprenden, comparten y están dispuestos a incorporar a sus respectivos programas. Después, que expliquen qué otros detalles les parecen inasumibles, como hizo González Pons con la huelga general. Y con esa claridad encima de la mesa, tendremos un diagnóstico sobre nuestra clase política. Sabremos, por ejemplo, si están asustados por lo que empieza a verse en la calle; si nuestros partidos llevan un revolucionario dentro, pero no le dejan salir; o si, como tantas veces, y es lo que me temo, hablan por hablar.
Fernando Ónega, La Voz de Galicia, 21/6/11