Bin Laden ha demostrado empuje e imaginación, pero es incapaz de valorar de forma realista una situación dada. Al-Qaida no puede ganar. Da igual lo listos que puedan ser sus líderes o lo torpes que puedan ser sus adversarios. Su verdadero punto débil es la inviabilidad de su programa, un callejón sin salida arcaizante y sectario.
Nueve años ya desde los atentados del 11-S. Aquel día vimos en vivo y en directo sucesos que normalmente sólo acontecen en los telefilmes o los ‘bestsellers’ de política-ficción. El avión de línea, un instrumento esencialmente pacífico y benéfico, símbolo de nuestra tecnología, fue empleado contra nosotros como arma de destrucción masiva.
Vamos a analizar las consecuencias de estos dramáticos sucesos poniéndonos en la piel de Al- Qaida. Ha pasado el tiempo suficiente para efectuar una valoración desapasionada de los resultados prácticos para ‘la causa’. Primero recapitulemos los problemas del mundo moderno: es un mundo predominantemente no musulmán. Eso ya es algo malo de por sí, pero además es un mundo donde el Islam está en una clara posición de inferioridad material e ideológica frente a Occidente. Sin embargo lo peor de todo es que los musulmanes en su mayoría no lo son de verdad, porque para ser un verdadero creyente hace falta encuadrarse en las filas de Al-Qaida o similares.
Una vez diagnosticado el problema, es evidente la solución: el único Islam verdadero, el integrismo, ha de tomar el poder de buen grado o por la fuerza, y ejercerlo con mano de hierro porque las tentaciones del mundo moderno son muchas y Dios sabe que el hombre ha sido creado débil frente a la tentación. Para lograr este objetivo todos los medios son buenos, incluidos aquéllos expresamente prohibidos por los textos sagrados y por el profeta en persona, como el takfirismo -excomunión- de todos los disconformes, con su subsiguiente exterminio, o el asesinato de prisioneros y la matanza de civiles. Como la tarea es ingente y los verdaderos creyentes son muy pocos, la estrategia a emplear en una primera fase es el atentado espectacular, cuanto más destructivo, mejor. De esta forma no sólo se intenta atemorizar al enemigo, sino galvanizar a los partidarios potenciales para que se unan a ‘la causa’ y también empujar al adversario infiel a cometer alguna barbaridad imprudente que se vuelva luego en su contra. Entonces se puede pasar a la siguiente fase: la conquista del poder en algún país islámico, que servirá de base para conquistar los demás. Existen dos países extremadamente interesantes: Arabia Saudí, por su petróleo pero sobre todo por albergar los lugares santos del Islam, y Pakistán, por su gran población y su arsenal atómico.
Aclarado todo esto, ya podemos valorar los resultados obtenidos: el primero es negativo. Se subestimó muy gravemente la reacción del enemigo, que no se limitó a unos cuantos bombardeos de represalia sino que lanzó una invasión total de Afganistán. La población no se resistió y los talibanes se derrumbaron. En fechas posteriores se ha corregido en parte la situación gracias a la incompetencia y corrupción del Gobierno de Karzai y sobre todo el apoyo a gran escala del ejército paquistaní. Sin embargo la guerra de guerrillas, aunque les causa muchas bajas a las fuerzas occidentales, sólo obtiene verdadero apoyo entre la etnia pastún, que forma aproximadamente la mitad de la población afgana, y gran parte de los combatientes no son afganos, sino pastunes paquistaníes.
En Irak, al principio todo fue muy alentador. Los norteamericanos derribaron a Sadam Hussein -algo que Al-Qaida nunca habría logrado por sus propios medios- y luego, por soberbia y tacañería, intentaron controlar la situación con medios y tropas muy inferiores a las realmente necesarias. El movimiento logró enseguida rápidos progresos, pero la población suní no sólo no se alistó en la yihad sino que acabó organizando milicias que colaboraron con los invasores infieles contra la propia Al-Qaida.
En los demás frentes los resultados han sido muy desiguales. Se han logrado atentados muy destructivos en Indonesia, España, Gran Bretaña y otros lugares, pero de manera muy discontinua. Se han logrado, es muy cierto, infinidad de reclutas, pero las masas siguen sin adherirse al movimiento. En cuanto a Arabia Saudí, a corto plazo es una causa perdida. Hay demasiado dinero para comprar voluntades y adormecer conciencias. Hay demasiados jóvenes que van a estudiar a Occidente y se dejan seducir por las tentaciones modernas. El régimen es una dictadura implacable con ojos y oídos por todas partes, donde los verdugos no permanecen ociosos mucho tiempo.
A corto plazo la mejor esperanza es Pakistán. El país sufre una profunda crisis que podría llevarlo al colapso. Mejor todavía: los principales responsables de evitar el colapso, los militares, en realidad lo favorecen para impedir la consolidación de la autoridad civil, lo que les dejaría fuera del poder. Los pastunes paquistaníes son una minoría, pero son la cabeza de puente para conquistar Pakistán y apoderarse de su arsenal atómico.
Éste es el punto de vista que probablemente tienen los líderes integristas más inteligentes y con mayor capacidad autocrítica. Lo más habitual sin embargo será un triunfalismo maniqueo y cerril. El propio Bin Laden ha demostrado muchas veces ser mal táctico y peor estratega. No se debe olvidar que cuando Sadam Hussein invadió Kuwait, Bin Laden creía de verdad que era factible defender Arabia Saudí con unos pocos millares de veteranos de Afganistán, de manera que no era necesario llamar a los norteamericanos. Ya sabemos lo que sucedió después. Bin Laden ha demostrado empuje e imaginación, pero es una persona incapaz de valorar de forma realista una situación dada.
Al-Qaida no puede ganar. Da igual lo listos que puedan ser sus líderes, lo torpes que puedan ser sus adversarios o el apoyo que consigan a largo plazo. Su verdadero punto débil es la inviabilidad de su programa, un callejón sin salida arcaizante y sectario.
(Juanjo Sánchez Arreseigor es historiador, especialista en el mundo árabe)
Juanjo Sánchez Arreseigor, EL DIARIO VASCO, 10/9/2010