la sombra de Al-Qaida resulta agobiante para ETA. La crueldad de su ejecutoria evoca, agrandándola, la propia crueldad etarra. Sabe que las actividades del terrorismo vasco pueden acabar empequeñecidas o subsumidas en el terror global.
La sanguinaria irrupción de Al-Qaida en España ha abierto una enorme interrogante sobre la actuación futura del terrorismo islamista y sus consecuencias en Europa. Pero también respecto a su incidencia en la evolución del terrorismo de ETA. La ‘europeización’ del terrorismo islamista no supone únicamente la traslación de sus atentados a nuestro continente. Representa sobre todo el riesgo de una mutación que convierta su propósito de destruir el orden democrático occidental en un tentáculo capaz de inmiscuirse en las relaciones sociales, políticas y económicas de los europeos. El término nihilista no es del todo apropiado para calificar la naturaleza precisa del terrorismo islamista de la red Al-Qaida. Pero, a falta de otro más idóneo, sirve para subrayar la intención eminentemente destructiva de su acción, sin que la misma persiga objetivos inmediatos de orden político.
Cabe deducir que Bin Laden y sus seguidores aspiran a implantar regímenes rigoristas en los países cuya población se orienta mayoritariamente hacia el Islam, al tiempo que tratan de vengarse de la postración a la que los musulmanes pueden sentirse sometidos por la civilización occidental castigándola con un baño de sangre. Pero su ‘europeización’ podría conllevar un cierto cambio de paradigma, de modo que el objetivo final de la liquidación de Occidente acabara siendo compatible con la penetración del terrorismo islamista en el juego político más propio precisamente del terrorismo occidental.
La polémica sobre si todos los terrorismos son o no lo mismo resulta tan estéril como contraproducente. En especial porque ambas afirmaciones contienen una parte de verdad. Por ejemplo, todos los terrorismos son igualmente oportunistas. Tratan de perpetuarse adecuándose a las circunstancias, retorciendo creencias o planteamientos políticos, induciendo en las víctimas sentimientos de culpa y enredando a los observadores en la interpretación de los enigmas que encierran. La ‘europeización’ de Al-Qaida está comportando todo eso y más.
Si nos atenemos a lo que los portavoces del integrismo terrorista dicen de sí mismos, habría que concluir que los motivos de su barbarie se encuentran en el conflicto palestino-israelí o en la más reciente ocupación de Irak. O en las medidas adoptadas por la Administración francesa para evitar la utilización de signos que reflejen las creencias individuales en los centros educativos. Pero ésas no son las causas, sino la justificación de sus intenciones previas. Sin embargo, la paulatina incorporación de referencias netamente políticas a los citados pronunciamientos podría reflejar síntomas de una mutación europeizante en el nihilismo inicial del terrorismo islamista.
La naturaleza instintiva del terrorismo es capaz de percibir con nitidez los efectos que provocan sus atentados. Una sociedad libre es, por definición, una sociedad en la que las contradicciones se hacen patentes. La brutalidad terrorista tiende a modelar o exacerbar esas contradicciones hasta convertirlas en fisuras por las que penetrar en la conciencia colectiva. La ‘europeización’ del terrorismo islamista puede provocar, al mismo tiempo, prejuicios culturales y reacciones de autoinculpación, respuestas totalitarias e ingenuas búsquedas de las raíces del terrorismo, réplicas globales y actitudes huidizas por parte de grupos de ciudadanos o de determinados países.
ETA negó su participación en los atentados del 11 de marzo evitando pronunciarse sobre ellos. Simplemente los denominó «acción». Eso y su falta de énfasis a la hora de desentenderse de la masacre de Madrid atestiguaron que no quería traicionarse con un juicio crítico hacia el asesinato en masa, al tiempo que intentaba restarle trascendencia a lo acontecido. Ante el nuevo panorama provocado por Al-Qaida, ETA tratará de aprovecharse de aquellas facetas que considere que le convienen, mientras se esfuerza en sortear aquellas otras que le resulten negativas. Le conviene la sensación de caos e incertidumbre, en la medida en que puede atribuirlos a la crisis de un sistema de valores y representación que también pretende destruir. Le conviene que haya voces que expresen distinciones morales entre el ‘terrorismo indiscriminado’ y la ‘lucha armada selectiva’ aunque es improbable que ETA entre en esas disquisiciones. Y le conviene que los esfuerzos en la prevención y en la persecución del terrorismo islamista acaben procurándole cierto respiro.
Pero, por otra parte, la sombra de Al-Qaida resulta agobiante para ETA. La crueldad de su ejecutoria evoca, agrandándola, la propia crueldad etarra. Sabe que las actividades del terrorismo vasco pueden acabar empequeñecidas o subsumidas en el terror global. Como sabe que la posibilidad de que su violencia sea mencionada por el nacionalismo gobernante como argumento añadido para operar cambios políticos será también menor. Y en un espacio territorial tan estrecho el refuerzo de los dispositivos antiterroristas, lejos de aflojar el cerco que padece, va a incidir en su ya mermada capacidad operativa.
A pesar de ello la inercia etarra intentará seguir justificando el asesinato como instrumento para alcanzar una Euskal Herria independiente que apuntale sus fronteras integrando a Euskadi, Navarra y el País Vasco francés. Incluso habrá quien, como reacción a tan inesperada competencia en el campo terrorista, trate de sustraer dicho territorio al Al-Andalus reivindicado por la nostalgia integrista como ámbito natural de la época más gloriosa del expansionismo musulmán. Sólo falta que, emulando la actitud de ETA respecto a Cataluña, la trama correspondiente de Al-Qaida anuncie una tregua restringida a Euskal Herria.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 6/4/2004