Revueltas bajan las aguas del Ibex, ese ramillete de grandes empresas a las que el Gobierno Sánchez decidió el martes gratificar con la extensión, durante un año más, del paraguas anti-Opa que les protege de operaciones hostiles por parte de esos grandes fondos de capital riesgo a la caza y captura de empresas cuya foto en Bolsa resulte poco favorecedora. Dice la ministra de Economía, la inefable Calviño, que la decisión de prolongar ese escudo anti-Opa «estaba sobre la mesa» desde hacía semanas o meses, lo que no deja de ser una más de las mentiras con las que este Ejecutivo albarda la tapia de nuestra paciencia, porque la tal decisión no figuraba, según diversas fuentes, en el orden del día del Consejo de Ministros del martes y fue introducida a toda velocidad el lunes 22, nada más conocerse la noticia de que el fondo KKR acababa de lanzar una OPA por importe de 10.800 millones sobre Telecom Italia. Curioso: la italiana ha mantenido siempre buenas relaciones con Telefónica, y KKR es un private equity también cercano a la operadora con sede en el madrileño Distrito C.
La nueva provocó algo parecido a un shock en el despacho de José María Álvarez-Pallete, primer ejecutivo de Telefónica, esa gran compañía cuya obligación, en palabras de Javier de Paz, miembro del Consejo y go-between entre la operadora y Moncloa, es «estar al servicio del Gobierno». De modo que el Ejecutivo se dio prisa en extender el manto anti-OPA en previsión de que el mismo KKR o cualquier otro de los buitres sobrados de liquidez que desde lo alto del roquedal otean el páramo bursátil en busca de bicocas, repitiera el golpe sobre Telefónica, la mayor ganga que ahora mismo se pasea por el parqué, con la acción, que en su mejor momento llegó a valer 30 euros, cotizando el viernes por debajo de los 4, y con una capitalización bursátil, que en sus días de gloria alcanzó los 100.000 millones, estancada en poco más de 22.000. Como era de prever, por el Madrid canalla se extendió como la pólvora la especie de que el escudo anti-Opas era «un traje a la medida» de Telefónica, insinuación no del todo cierta en tanto en cuanto parece también llamada a proteger a otros ilustres nombres de un Ibex en horas bajas, fiel reflejo de la pérdida de tamaño y pujanza de un país que ha empequeñecido, se ha venido abajo como un azucarillo derretido por el calor de la crisis.
El escudo anti-Opas parece llamado a proteger a ilustres de un Ibex en horas bajas, fiel reflejo de la pérdida de pujanza de un país que ha empequeñecido
Como no podía ser de otro modo, Telefónica ha acaparado esta semana los comentarios del mamoneo madrileño, con Pallete en el centro de la diana. He ahí un hombre en un cruce de caminos, al frente de un paquebote zarandeado por corrientes que no figuran en la carta náutica. El capo de Telefónica ha hecho lo más difícil, reducir notablemente una deuda de imposible manejo que en marzo de 2016 rozaba los 52.000 millones hasta dejarla ahora en torno a los 26.000, justo la mitad, y en la expectativa de iniciar 2022 con un apalancamiento de 2,6 veces sobre OIBDA (resultado operativo antes de amortizaciones), tan solo 0,2 veces por encima de la media del sector. Pero ese sacrificio, que se ha hecho a costa de reducir el perímetro de la compañía abandonando países y negocios, no ha encontrado su reconocimiento en Bolsa, la pesadilla de Pallete, el constante dolor de muelas de Pallete. ¿Y por qué no sube la acción?
«Por el ruido», sostienen algunas fuentes. El ruido que rodea una compañía sometida a muchas tensiones, en la que pastan demasiados personajes con intereses cruzados, demasiadas vías de agua, empezando por un equipo en torno al presidente poco homogéneo y, en algún caso, con una vida muy activa de puertas afuera, lo que da lugar a filtraciones que no ayudan. A los problemas del equipo gestor se unen los «amigos» de Pallete, los Santiso, Hidalgo, Rosauro y demás familia, gente joven y pretendidamente glamurosa, cool que diría el posmoderno, «grupo de jóvenes empresarios muy bien relacionados con el poder socialista, en particular con el presidente Sánchez -curioso, todos los Gobiernos PSOE terminan rodeándose de su beautiful people-, con el que suelen hacer footing por los jardines de Moncloa», que, al socaire de sus relaciones, van acumulando prebendas, cuando no logrando refinanciar sus deudas con la ayuda de sus influyentes amistades. Todos envueltos en la bandera de Pallete, pero de alguna manera utilizando a Pallete y pasando por encima de un Pallete que, amarrado al despacho, desconoce el vivaqueo de un grupo de jóvenes cocodrilos en busca de medro personal.
Ruido y más ruido que propala una cierta sensación de falta de rigor, de ausencia de control, de inestabilidad en suma, algo que sin duda termina influyendo en la acción. Nada, sin embargo, como las implicaciones «políticas» que rodean cual cepo el gaznate de Pallete en una compañía con una evidente dimensión política de siempre (su red de fibra y el rol capital jugado en la pasada pandemia a la hora de impedir la paralización del país). Curioso que un hombre que al acceder a la presidencia despotricaba del barrizal político en el que César Alierta había metido a la compañía (Consejo Empresarial de la Competitividad, relaciones con la Casa Real, y un largo etcétera) haya terminado prisionero de la misma viscosa materia de la que decía abjurar. Clave en ese engranaje es el ya citado Javier de Paz, un hombre con un currículum más bien modesto, criado por sus abuelos en el Barrio del Cristo de Palencia mientras sus padres, como tantos españoles, se ganaban la vida en Alemania. Parachutado en el Consejo a cuenta de su estrecha relación con Zapatero, muchos esperaban ver declinar su estrella tras la llegada de Sánchez al poder, pero hete ahí que el personaje, experto en moverse en las sombras como pez en el agua, tuvo la habilidad de poner sobre la mesa el «asunto Prisa» con una oferta que Pallete no podría rechazar: nadie como yo para cuidar los intereses de la compañía en Prisa, unida a una segunda oferta en paralelo dirigida a Moncloa: nadie como yo again para poner Prisa al servicio de Pedro Sánchez.
El papel de Telefónica como arbotante sobre el que descansan las tensiones de un grupo en quiebra técnica desde hace tiempo, es algo insólito en el panorama de los medios de comunicación dentro de la UE y una piedra de escándalo con un alto coste reputacional para la operadora y de desgaste para su presidente. Y no tanto por la situación financiera de Prisa como por su condición de soporte del Gobierno de izquierda radical que preside Sánchez. ¿Qué sentido tiene, desde el punto de vista de un accionista de Telefónica, la permanencia de la operadora en el capital de un grupo editorial cuyo primer accionista, con un 30%, es un fondo buitre presidido por un personaje como Joseph Oughourlian, un inversor sin ninguna relación sentimental con España, que como presidente ejecutivo imparte en El País las órdenes que le susurra Miguel Barroso al oído, un Barroso, ex secretario de Estado de Comunicación y amigo íntimo de ZP, hoy convertido en mano derecha tanto de De Paz como del propio Sánchez. ¿Cómo se come ese estrambote? ¿Cómo podría explicar Pallete a un inversor extranjero la presencia de Telefónica en una cadena de radio que cada mañana destila odio por sus antenas contra media España y en un periódico cuyos titulares parecen dictados día sí y día también desde la Moncloa?
¿Cómo podría explicar Pallete a un inversor extranjero la presencia de Telefónica en una cadena de radio que destila odio por sus antenas contra media España y en un periódico cuyos titulares parecen dictados día sí y día también desde la Moncloa?
La sensación en el Madrid empresarial es que, a cambio de ese papel de soporte que juega Telefónica, el Ejecutivo echa su cuarto a espadas y se apresura a proteger a la operadora de eventuales buitres dispuestos a caer sobre ella. De ese escudo anti-OPA, con todo, no se beneficia en exclusiva Telefónica. También, sin ir más lejos, la propia Prisa, en cuyo accionariado figura el grupo francés Vivendi (9,93%), propiedad del multimillonario conservador galo Vincent Bolloré. El paraguas citado es una advertencia en toda regla de Sánchez a los franceses, dispuestos a llegar hasta el 30% (comunicación a la CNMV del 25 de octubre pasado): «En Prisa entrará quien yo quiera que entre y nadie más». Proteger a Telefónica, a Prisa, y hacer lo propio con el Santander, el banco a quien Telefónica ha desplazado como prima ballerina en Prisa, que el viernes cerró a 2,78 euros la acción, dirigido por una mujer que oficia como activista del «movimiento woke» (ya saben, la homosexualidad, el feminismo, la raza y lo trans, más el cambio climático) o el insólito caso de una banquera convertida en propagandista de «la nueva religión de la justicia social, con una clara subestructura marxista en todas sus partes» (Douglas Murray, La masa enfurecida). Telefónica, Prisa, Santander y también BBVA, con la acción por debajo de los 5 euros, apenas 32.000 millones de capitalización y un Carlos Torres del que nadie sabe con certidumbre cuánto tiempo durará como presidente ejecutivo en la sede de Las Tablas.
Nadie con un papel tan incómodo como el de Pallete, paradójicamente el presidente mejor preparado técnica y profesionalmente, seguramente el de mayor visión estratégica de los que han desfilado por la operadora. «La casa está hoy bastante más tranquila que años atrás, aunque es justo reconocer que todo lo que podía salir mal ha salido. La decisión del Gobierno nos ha perjudicado en el corto plazo, porque la acción se había puesto a 4,22 tras lo de Telecom Italia y eso nos hizo perder lo ganado. Me preocupa lo justo: somos más grandes, estamos más saneados y hemos adoptado los cambios estratégicos que aquí podría introducir cualquier venture capital recién llegado. ¿Si hoy soy más optimista que hace cinco años? Rotundamente sí. Esta es una compañía puntera, con la mejor red de fibra de la Unión y una capa de inteligencia artificial sobre la misma sin parangón. Padecemos, como todo el sector, la ausencia de un gran proyecto industrial en la UE, pero esta es una Telefónica distinta a la que conocimos. También lo es su Consejo, la mitad del cual se ha renovado con profesionales independientes. Ninguno es amigo mío y los debates en su seno así lo reflejan. Inevitablemente, también el mercado terminará reflejándolo algún día en el precio de la acción».
Un Pallete obligado a recuperar autonomía, a ganar altura sobre la melé política patria y a escapar de la mordedura de la serpiente marcando distancias con los «prisauros» que lo han utilizado para medrar, y hacer lo propio con un Javier de Paz hoy dedicado en exclusiva a pastorear las relaciones institucionales de la operadora con Moncloa y que, estratégicamente posicionado entre Zapatero y Sánchez, ha aprovechado la coyuntura para blindarse en un Consejo que le permite ganarse muy bien la vida. Y seguramente a poner cierto orden dentro de la casa, acabar con las agendas personales que algunos manejan dentro. ¿La cuadratura del círculo para un Pallete que tiene muy difícil zafarse del cerco Prisa, con una participación (9,44%) convertida, además, en bisagra? Muchos son los peligros que le acechan, muy potente el cerco que pretende echarlo a la cuneta y grandes las apetencias que despierta una presidencia como la de Telefónica entre los cazadores de gangas de este país venido a menos pero plagado de reptiles en espera de su hora. Todos ahora a la sombra de Sánchez.
Los grandes capos de entonces han sido sustituidos por una nueva generación que no estaba, no está, madura. Quedan algunos de la vieja generación, gente -los Amancio o los Roig- que siempre se ha negado a pisar moqueta madrileña
A cambio de protección (que, por otro lado, cualquier Gobierno consciente de su papel otorgaría), Sánchez espera que el Ibex siga acudiendo en bloque a la llamada a filas en todo tipo de actos y saraos donde el bandolero que nos preside, nuestro apuesto Príncipe de la Infamia, necesite presumir de la aplastante superioridad del BOE sobre el poder aleatorio y vicario del dinero. Un Ibex que se ha ido empequeñeciendo conforme se achicaba el prestigio y el papel de España en el exterior. De aquel Ibex que hace 20 años se hizo multinacional desembarcando en Europa y sobre todo en América, apenas queda rastro. Hay que ponerse «a la capa» del Gobierno, de este o del que venga, porque soplan vientos de fronda. El pequeño accionista protesta, y con razón: «Los grandes ya son fondos extranjeros, fondos pasivos que levantan el vuelo si no les gusta lo que ven, pero que no entran a destituir a unos gestores que se comportan como auténticos dueños de las sociedades, cobrando sueldos estratosféricos, sin tener un euro invertido en ellas y con el apoyo de consejeros ‘independientes’ elegidos por ellos mismos. El único límite a su poder es la amenaza de una OPA», se preguntaba esta semana un forero en un medio de internet. «¿Por qué tengo que financiar con mis impuestos que el Estado proteja a empresas que no saben competir y a directivos qué no saben hacer esas empresas competitivas? ¿Por qué como pequeño accionista de Telefónica no puedo desinvertir mitigando mis perdidas al calor de una OPA?».
Los grandes capos de entonces han sido sustituidos por una nueva generación que no estaba, no está, madura, y nadie sabe si con ella se podrá elaborar un vino digno de ser trasegado o se quedará en sempiterno agraz. Quedan algunos grandes de la vieja generación, gente -los Amancio o los Roig- que siempre se ha negado a pisar moqueta madrileña, y algún extravagante «outsider», tipo Sánchez Galán, que ha sido capaz de hacer de Iberdrola una gran multinacional, algo que le permite «pasar» de las presiones de quien en Madrid maneja la tarifa. El resto es un mundo pequeño en un país pequeño, un país que ha perdido brillo, se ha jibarizado. Un país, supremo ejemplo de miniatura, cuyas esperanzas están puestas en la llegada de unos dineros que no acaban de llegar y con los que los sinvergüenzas de siempre esperan hacerse ricos a sotavento de las necesidades del país y de su modelo económico. El objetivo de casi todos es durar, la regla de oro, mantenerse apalancado al sillón, empezando por el desvergonzado que nos gobierna. Una historia triste. Todos al servicio del Gobierno.