PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-El Correo

  • El 9 de mayo puede que el estado de alarma decaiga mientras la alarma continúa
La semana pasada vimos al presidente Sánchez reafirmarse en que el 9 de mayo acaba el estado de alarma y a la vicepresidenta Calvo defender que, sin estado de alarma, las autonomías tienen «armas jurídicas suficientes» para gestionar la pandemia. Al mismo tiempo, Margarita Robles, ministra del Gobierno y jueza, explicaba que sin estado de alarma las autonomías no pueden restringir derechos fundamentales como los de reunión y circulación, que son precisamente los que se vienen limitando para gestionar la pandemia.

La contradicción es majestuosa y no les ha pasado desapercibida a los presidentes autonómicos, que igual no vieron venir que la cogobernanza consistía en que los marrones se los comen todos ellos. El de ahora tiene que ver, entre otras cosas, con hacerle entender a la ciudadanía que la alarma continúa aunque el estado de alarma caiga. Así que nada de reuniones, fiestas o relajación. En pleno mayo. Cuando llega el calor y los chicos se enamoran.

El covid lleva más de un año entre nosotros y el país no ha sido capaz de establecer un marco de actuación consensuado, estable y funcional para manejar la emergencia. A favor del Legislativo hay que decir que ha estado ocupado en cosas más urgentes, como intentar frenar al fascismo en 1930. El Gobierno vasco tramita por su parte a toda prisa una ley antipandemia que pinta de fábula: no va a llegar a tiempo, su eficacia es dudosa y probablemente terminará en el Constitucional. La irresponsabilidad de trasladar de este modo a los juzgados la gestión política de una emergencia es tan antológica que solo cabe esperar que de algún modo todo esto encierre su teatrillo. Y que caiga el telón tras el 4 de mayo.

En su poema famoso sobre el náufrago Selkirk, el estricto poeta William Cowper venía a decir que era mejor vivir «en medio de las alarmas» que reinar en una isla desierta. Creo que comienza a pasarnos lo contrario. Mejor la isla desierta. Con sus dulces insolaciones, sus peleas a muerte con los coatíes conflictivos y sus largas siestas bajo los efectos de las frutas fermentadas. Isla desierta, sin dudarlo. Al menos mientras la alternativa sea seguir así, atrapados entre la alarma relativa y las omnipresentes elecciones madrileñas.

Teletrabajo Futuro perfecto

Tenemos un cerebro propenso a la fabulación narrativa y una gran habilidad para encontrarle a la realidad el sentido complejo antes que la simple inercia. Eso explica que en lo peor de la pandemia ya estuviésemos viéndole al desastre el lado bueno: el covid cambiaría nuestro modo de vivir. A mejor, claro. Los barrios se revitalizarían, los balcones se transformarían en jardines y la incorporación del teletrabajo facilitaría la conciliación familiar y la confección de auténticas maravillas por el lado de la repostería casera. Bueno, hay malas noticias: lo del teletrabajo, por ejemplo, va regular. En el País Vasco las empresas y los empleados no lo ven claro. En realidad, ni siquiera le están dedicando tiempo al asunto. Es como si tras el covid en ciertos ámbitos el tema fuese la supervivencia y no el virtuosismo. Es lo malo del principio de realidad. No escribes con él una historia de esas que necesariamente terminan bien.

SerbiaVacuna incluida

Era seguro que las vacunas terminarían incluyéndose en los paquetes turísticos, pero habríamos apostado por destinos tropicales o del Golfo, no por el corazón de Europa. Pues por 500 euros, avión aparte, te vacunas en Serbia. Es el precio más barato. Será sin desayuno. El Gobierno serbio asegura que no hacen negocio con esto, pero sí demuestran que son un país muy organizado y «digno» de entrar en la Unión Europea. Curiosa forma de verlo. Porque lo de utilizar vacunas como reclamo turístico parece demostrar justo lo contrario.