La fotografía de Alberto Núñez Feijóo tras la votación de la Mesa del Congreso es la pura imagen del desconcierto. El líder de la oposición llegó a la esperpéntica jornada del jueves con la posibilidad de ganar la presidencia del Congreso -tercera máxima institución del país- y acabó a casi 40 votos de la candidata de Pedro Sánchez, rompiendo con quien debe ser su socio preferente -y él, supuestamente, sin enterarse- y, lo que es peor, no dejando al Rey más posibilidad que la de encargar la investidura a quien ha recolectado 178 votos frente a solo 139 del gallego.
Ante la disciplina estalinista del Frankenstein II, donde comunistas en torno a Sumar votan de la mano con la derecha xenófoba de Junts y la nacionalista vasca, la republicana de Esquerra y los proetarras de Bildu -todos unidos bajo el lema de «saquemos a Sánchez hasta la hijuela, que ya sabemos de sus tragaderas»-, el PP es incapaz de ofrecer una mínima estrategia y, desde el golpe del 28-J, parece un boxeador sonado en busca de un golpe milagroso o de la repetición del combate.
Alberto Núñez Feijóo corre el riesgo de dilapidar en un año el bagaje de las cuatro mayorías absolutas conquistadas en Galicia así como la fama de buen gestor que le ha acompañado durante toda su vida política. A quienes creímos -y aún creemos- en su manera de hacer política se nos acaban los argumentos para defender que el líder gallego es capaz de hacer política en Madrid como la hizo en Santiago, y que el PP no es el ejército de Pancho Villa frente al mal llamado «bloque progresista» que actúa siempre de manera monolítica ni Génova es la 13 Rue del Percebe (que últimamente, lo parece).
No se entiende que el PP, tras conocer el jueves que Junts apoyaría a Francina Armengol -la expresidenta balear que se saltó los estados de alarma, que ocultó el caso de menores tuteladas abusadas o que promovía un referéndum para abolir la Monarquía y descabalgar al Rey con quien se vio este viernes en Zarzuela-, no se entiende, insisto, que los populares decidieran romper su pacto con Vox de votar a su candidato para la Mesa y pensar que eso no tendría las consecuencias que tuvo: que Vox retirara su apoyo a Cuca Gamarra.
Tampoco se entiende que Feijóo argumente que nadie de los implicados en la negociación con los de Abascal le advirtieran a su presidente orgánico de la decisión -totalmente lógica y esperable- de Vox de retirar su apoyo a Gamarra o se escude en que el partido de la extrema derecha no les informó de lo que pensaban hacer… tras decidir el PP romper unilateralmente el acuerdo.
Ante los vaivenes de Génova, se multiplican las historias de «conspiraciones» y «corrientes» dentro del PP, se publicitan imaginarios congresos extraordinarios y, ya verán, como traca final volverá a alentarse la inminente llegada de la siempre socorrida amenaza de Isabel Díaz Ayuso
O Feijóo no se entera o confía demasiado en gentes que no están dando la talla en estos momentos decisivos para la historia y el futuro de este país. Ya sucedió lo mismo tras el 28-M, cuando Génova -Feijóo- ordenó no negociar los Gobiernos autonómicos con Vox hasta después de las generales para no visibilizar los acuerdos y no alimentar lo que el Gobierno y sus altavoces iban a hacer: alimentar el miedo a la llegada de Vox a los centros de poder.
¿Qué sucedió? Que Mazón fue por libre y alcanzó en apenas 72 horas un acuerdo en Comunidad Valenciana, precipitó todo y desbarató los planes de la dirección nacional. Enfrente, el PSN cumplía a rajatabla la orden de Ferraz: no habría negociación de la abstención de los proetarras de Bildu para reeditar el Gobierno de Chivite en Navarra hasta después de las elecciones, que no convenía recordar a algunos electores que este PSOE se lleva muy bien con Bildu. Y así fue: el acuerdo solo se hizo público hace unos días.
El resultado de todo este desbarajuste en la dirección orgánica del partido -que un día pacta con Vox y a la hora siguiente rompe- es que desde el PSOE y sus aliados en el reparto del pastel antes llamado España se airea la imagen de un Feijóo «sonado», se multiplican las historias de «conspiraciones» y «corrientes» dentro del PP, se publicitan imaginarios congresos extraordinarios y reuniones secretas y, ya verán, como traca final volverá a alentarse la llegada inminente de la siempre socorrida amenaza de Isabel Díaz Ayuso.
La presidenta madrileña está a otra cosa en estos momentos, sabe que aún no es su tiempo y quiere al menos cuatro años para disfrutar de una mayoría absoluta que le ha permitido renovar su Gobierno de arriba a abajo con perfectos desconocidos, pero completamente ayusistas. Pero si la actual dirección nacional del partido sigue haciendo ‘méritos’, no es para nada descartable que lo que hoy es una mera figuración y una conspiración alentada por Ferraz y aventada recurrentemente en las tertulias, acabe por ser una realidad si el runrún sobre los vaivenes de Génova acaba convirtiéndose en un clamor entre muchos dirigentes territoriales y, sobre todo, entre la militancia de un partido que no acaba de salir de su asombro.