Un antes y un después. Hasta la sesión plenaria del martes pasado que validó el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso de los Diputados, por las aguas profundas de la derecha sociológica se movía una corriente de opinión, tan soterrada como crítica, en torno al comportamiento de la cúpula del Partido Popular (PP) y su respuesta a la grave crisis política que atenaza a España. Era un intenso mar de fondo, como esos “maretones” que tanto molestan a los marinos y que no acaban nunca de estallar en la mar arbolada coronada de espuma, con olas de 15 o más metros, que obliga a los barcos a ponerse a la capa. Fue subirse Borja Sémper a la tribuna para leer un breve párrafo en vasco y aquel maretón temible devenir ipso facto en un océano bravío de censura contra Alberto Núñez Feijóo (ANF) y el grupo que le rodea en la calle Génova. Como si se hubieran abierto de par en par las compuertas de la presa. Crítica descarnada, censura ácida. “¿Cómo pueden equivocarse tanto? ¿Cómo se las arreglan para, de nuevo, perder un debate que tenían ganado de antemano?” La demostración de que Sémper y el PP habían errado vino enseguida de la mano de los altavoces del sanchismo. Quien mejor lo expresó fue Juliana, la sopa boba con fogón en La Vanguardia, que lo expresó (“Catalán sin veto”, miércoles 20) de esta guisa: “Así es como se asientan los cambios en un país: cuando sus adversarios empiezan a digerirlos”. Quiso decir “cuando te sodomizan de tal modo que llega un momento en que ya ni siquiera protestas”.
Mucho se ha escrito sobre la dificultad de oponerse a una maquinaria de propaganda tan rodada, tan profesional, tan perfecta para el agitprop, tan acostumbrada a mentir, a dar la vuelta a la realidad con total descaro, como la que rodea al presidente en funciones. Lo sufrió el pobre Casado, quien no pocas veces daba la impresión de no saber de qué lado le venían las tortas que le llovían como panes. Lo sorprendente es que su heredero en Génova ofrezca hoy la misma impresión. Porque Feijóo había llegado para poner orden. Él venía en salvador a corregir la deriva desnortada de una gente que no sabía de dónde soplaba el viento. A imponer profesionalidad. Él era el ganador de cuatro mayorías en Galicia llamado a ocupar el trono de Moncloa casi sin despeinarse. Nada de eso ha ocurrido. Si algo distingue el recorrido político de ANF en Madrid son las dudas, las indecisiones, los silencios, esa inconsistencia que le retrata caminando sobre un terreno cuya solidez ignora. Esa incapacidad para reaccionar a tiempo. “Falta de profundidad. Falta de estudio. Falta de carácter”, ha escrito un tal Gonzalo en twitter.
Si algo distingue el recorrido político de ANF en Madrid son las dudas, las indecisiones, los silencios, esa inconsistencia que le retrata caminando sobre un terreno cuya solidez ignora
Es normal que a su llegada a la capital intentara rodearse de la gente con la que había trabajado a gusto en Galicia y en la que confía. Lo anormal es que en año y medio después no haya conformado en su derredor un potente equipo de profesionales capaz de servirle con eficacia y contundencia. Lo anormal es la abrumadora falta de respuesta de Génova a cada lance político que le plantea su oponente. Las personas que ocupan los cargos de representación en el partido, el citado Sémper, las Cucas, los Bendodos, los González Pons, etc., son gentes de trato más que amable, de nivel cultural por encima de la media, pero juntos y/o por separado ofrecen una aterradora sensación de amateurismo a la hora enfrentarse a la maquinaria de agitación del sanchismo. Nada de eso es suficiente. La realidad es que ni ha incorporado talento ni ha limpiado de telarañas las sentinas de Génova, esa cueva de los leones donde, a poco que uno rasque, aparecen muestras de glaciaciones pretéritas que retrotraen a Aznar, a Rajoy, a Casado, a Egea… Gentes con fidelidades comprometidas con el pasado.
“Da la impresión de que Alberto no le ha cogido el tranquillo a Madrid, y aquí los tiempos son otros, aquí las cosas van muy deprisa”, señala un buen conocedor de las entretelas del PP. El resultado se concreta en esa profunda desazón que hoy invade a millones de votantes populares, se supone que también a muchos militantes, ante las vacilaciones y la falta de criterio de la cúpula. Génova, en efecto, intentó el martes dar una explicación pública a las frases en euskera batúa del voluntarioso Sémper y tardó casi cuatro horas en sacar una nota al respecto, como si para ello hubiera sido necesario convocar algún tipo de reunión al máximo nivel y cuando ya las redes ardían en contra y los enemigos habían hecho mofa y befa del lance. Demasiado tarde, demasiado pobre. Un panorama que se resume en un juicio ciertamente duro para ANF: el crédito del líder popular ha menguado de forma notable desde su llegada a Madrid en marzo de 2022.
“Da la impresión de que Alberto no le ha cogido el tranquillo a Madrid, y aquí los tiempos son otros, aquí las cosas van muy deprisa”, señala un buen conocedor de las entretelas del PP
Aunque resulte inverosímil, porque ninguno de ellos es un extraterrestre recién llegado de alguna extraña galaxia, da la impresión de que Feijóo y la gente que le rodea no han reparado en la extraordinaria gravedad de lo que está ocurriendo en España, no son del todo conscientes del momento crítico que está viviendo la nación, del punto de no retorno que supondría la elección de Sánchez para un nuevo mandato sobre la base de esas cesiones inasumibles para la España de ciudadanos libres e iguales como son la amnistía y el referéndum de autodeterminación. Lo desesperante y lo extraordinario del caso. No ser conscientes, o aparentarlo, de que el fin de la España constitucional y, naturalmente, de la Monarquía parlamentaria, piedra angular del sistema, no es hoy una ensoñación propia de mentes desequilibradas, sino una posibilidad a la vuelta de la esquina. Y la primera víctima sería el propio Partido Popular. No hay otro objetivo en la cabeza de Sánchez: borrar del mapa a la derecha política. Acabar con el centro derecha español, porque ello supondría acabar también con la España que conocemos. Lo dijo Pablo Iglesias en memorable ocasión: ustedes no volverán a gobernar nunca. Lo siente Sánchez como objetivo propio heredado de Zapatero. La polarización no es suficiente: hay que barrer cualquier resto de la España liberal, reducir a cenizas ese tenebroso mundo poblado que fascistas que es Madrid como punta de lanza de la reacción peninsular. Reinar sin réplica sobre las cenizas de la Constitución, que ya luego nos entenderemos entre nosotros en las izquierdas, incluso a garrotazos si preciso fuere.
Que no son conscientes de lo ocurrido en los últimos años lo demuestra el acto que Génova ha convocado para hoy en Madrid. Incluir entre los oradores del mismo a un tipo como Mariano Rajoy, responsable directo de la situación que ahora mismo vive el país, culpable de haber servido el poder en bandeja a un autócrata como Sánchez, solo puede ser considerado como una grave muestra de ceguera política y una alarmante falta de respeto hacia los millones de ciudadanos que en noviembre de 2011 le otorgaron una mayoría absoluta que él se encargó luego de despachar por el albañal de su abrasadora incompetencia. Es esa una participación que hoy impedirá a muchos tomar parte en este aquelarre. ¡Hasta ahí podíamos llegar! No ser conscientes y no obrar en consecuencia. Lo llamativo del caso es que esa cortedad de miras, esa falta de arrojo propia de monjitas asustadas cogidas por sorpresa en una guerra en la que no se hacen prisioneros, ocurre en un PP que cuenta con el mayor poder territorial del que posiblemente haya dispuesto en mucho tiempo, con mayoría absoluta en el Senado, con el control de muchas CC. AA., Diputaciones, Ayuntamientos, etc., etc. Un poder que aún no ha dado muestras de querer hacer valer y un estado de ánimo aparentemente empeñado en ignorar su condición de ganador de la justa electoral del 23 de julio.
Incluir entre los oradores del mismo a un tipo como Mariano Rajoy, culpable de haber servido el poder en bandeja a un autócrata como Sánchez, solo puede ser considerado como una grave muestra de ceguera política
Sánchez se ha comprado ya la presidencia del Gobierno y ha pagado el precio. Por precipitado que parezca, su entronización como nuevo presidente tiene ya fecha en el calendario: 11 de octubre, Santa Soledad. A la vuelta de la esquina. La concesión de la amnistía está cerrada, como esta misma semana se encargó de recordarnos Junqueras (“Cuéntalo tú, Oriol, que a mí me da la risa”, le pide amablemente Pedro). Y Puigdemont ya tiene las maletas hechas, listo para viajar a España, harto de hacer el pendón por tierras de Flandes. Mauricio Casals, que le conoce bien, dice que lo que de verdad urge ahora mismo a Carles es resolver lo suyo (el eterno factor humano) cuanto antes, aliviar la situación de un hombre que no puede pagar en invierno la calefacción de Waterloo y a quien han dejado de atender los cuatro burgueses ricos que le mantenían. Todo se arreglará en cuanto, entre aclamaciones, haga su entrada en Barcelona como un nuevo Terradellas, último presidente de la Generalitat en el exilio, como exhibición del triunfo del separatismo sobre el Estado de la Constitución de 1978. Fin de la historia.
¿Alguien en la “España sin pulso” que decía Silvela en agosto de 1898 (“El riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación, por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo”), capaz de detener esta deriva? Es cierto que el crédito de ANF está mermado, pero no agotado. Plantear un cambio de caballo en plena ría suena ahora mismo a operación más que peligrosa, suicida. El gallego tiene ante sí una de esas reválidas que en nuestra juventud determinaban el destino de los estudiantes que aspiraban a llegar a la universidad. Me refiero a la sesión de investidura prevista para este martes. Es evidente que el objetivo primigenio del intento está perdido, porque el candidato no cuenta con los votos necesarios para ser elegido, pero, si me apuran, eso es lo de menos. El objetivo de ANF, a mi modesto entender, debe ser otro, y es que aquí no se trata de vencer, sino de convencer; no se trata de hacer cambiar de opinión al PNV, sino de seducir a los votantes del PP, de fascinar, de atraer, de reconquistar el afecto de los votantes populares demostrándoles que en esa cabeza hay algo más que pelo, que en ese corazón, algo más que una máquina perfecta de bombear sangre, que en esa cabeza y en ese corazón hay un proyecto ilusionante, una idea de país, un horizonte de futuro… Si lo hace, si lo consigue, si repite la performance de su enfrentamiento televisivo con Sánchez en campaña, no habrá ganado la presidencia del Gobierno pero si habrá recuperado el corazón de la derecha sociológica española, habrá ganado el futuro y el derecho a transitar por la terrible oposición que, cual jinetes de la Apocalipsis, Sánchez y su banda anuncian galopando sobre las ruinas de España.