LORENZO SILVA-EL CORREO

  • Hay guerras que al final no gana nadie. Aventuras en las que acaban perdiendo todos

Quizá sea una ley política inexorable. Cuando una sociedad desgasta sus argumentos para el equilibrio, y esto parece que tarde o temprano acaba sucediendo siempre, sobreviene una era de inestabilidad en la que las voces inmoderadas acallan a las que continúan reclamando sosiego y cordura. Al cabo de un tiempo, el coro de los airados se impone de tal modo que hay que abandonar toda esperanza de que las voces más serenas sean siquiera tenidas en consideración. El alboroto continuo que se ha adueñado del ágora estipula sus propias y nuevas reglas, que conducen hacia el choque, el conflicto y, en el peor de los casos, la catástrofe. De nada sirve cuanto se pudiera haber conseguido antes, y de menos aún que alguien se ocupe de advertir al resto sobre lo que se puede perder secundando a los exaltados.

Lo cuenta muy bien Theodor Kallifatides en ‘Timandra’, su estupenda novela sobre la hetera que compartió lecho y destierro con el brillante Alcibíades, noble ateniense discípulo de Sócrates, paradigma de belleza viril y de imprudencia que arrastró a su ciudad, gracias a su poder de seducción, al más absoluto de los descalabros: la expedición contra Sicilia, en la que se perdió casi toda la flota y donde perecieron, salvo uno, todos los ciudadanos que partieron en ella. A Timandra, aunque está enamorada de Alcibíades, no se le escapa sin embargo cómo este conduce a la ciudad a su perdición, y con la distancia y el aplomo de la mujer inteligente que conoce las debilidades de los varones, sabios y poderosos incluidos, evoca la asamblea que lo arruinó todo.

Primero habló en contra de la expedición el experimentado Nicias: se expresó con moderación y sensatez, como solía, y no dejó de exponer, con razón y fundamento, los riesgos enormes que presentaba la empresa. Juzga Timandra que así fue como le preparó el terreno, de la mejor manera posible, al vehemente e insensato Alcibíades, dice. La vanidad y las pasiones de los atenienses estaban de su parte y cuando subió a la tribuna ya había vencido». La asamblea votó por amplia mayoría a favor de la expedición.

Últimamente, abundan entre nosotros los Alcibíades que apremian, cada uno a los suyos, a invadir su particular Sicilia. Ni siquiera aparece en el ágora un solo Nicias que se eche a la espalda, aun sin esperanza, la tarea de reclamar precaución y continencia. Así las cosas, todo indica que las naves zarparán, y ya veremos en qué para todo. Hay guerras que al final no gana nadie. Hay aventuras en las que acaban perdiendo todos.