Aleccionando a las víctimas

EL CORREO 29/10/13
JOSEBA ARREGI

· Les reprochan no entender qué significa el Estado de Derecho y les dicen que la sentencia de Estrasburgo es lo mejor para ellas

Mi intención era, en realidad, comentar la razón en la que la presidenta del Parlamento vasco basa su decisión de calificar como leve la falta del parlamentario de Bildu Arraiz al llamar fascista al parlamentario Sémper: Hasier Arraiz no tuvo ánimo de ofender. Es la demostración palpable de los estragos que está causando el subjetivismo que impregna las categorías de pensamiento y de juicio de los que están inmersos en el posmodernismo más vulgar y destructor que pueda existir: no hay nada objetivo, la perspectiva del sujeto es la que impera, y como todos los sujetos son distintos, y como cada cual es cada cual, no existe ni comunicación posible, ni debate argumentado, ni verdad, ni justicia. Todo queda disuelto en la intención subjetiva.
No merece la pena volver a recordar a Max Weber y su distinción de la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, pues ya ha habido algún líder político vasco que ha confundido la responsabilidad con la eficacia y ha rechazado por ello la distinción de Max Weber. Baste con recordar que si se le hubiera preguntado a Hitler, o a Mussolini, o a Franco si actuaron con mala intención hubieran respondido que no, que su intención era la mejor posible para los alemanes, para los italianos, para los españoles, que no estaba en su ánimo ni injuriar, ni hacer sufrir, ni ofender a nadie, sino materializar lo mejor para alemanes, italianos y españoles.
Pero la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo y algunas reacciones me llevan por otros derroteros. No se trata de analizar la sentencia, sino de fijarse en lo que algunos comentaristas políticos han creído necesario decir acerca de la reacción de las víctimas y de sus asociaciones representativas. Y se trata de fijarse en estos comentarios recordando un poco lo que ha sido la historia de las víctimas en nuestra sociedad. Estuvieron durante mucho tiempo ocultas. Sufrieron lo que ellas mismas, con razón, denominan la doble victimización: el asesinato de un ser querido y el ocultamiento de su realidad de víctimas por la gran mayoría de la población vasca y de sus instituciones públicas. Gracias a su propio esfuerzo salieron a la superficie, pero tardó mucho en que les llegara algún tipo de reconocimiento. A pesar de haber conseguido su visibilidad, ello no impedía que sectores importantes de la sociedad vasca y de la española subrayaran, al referirse a las víctimas, el pluralismo que las caracterizaba, como si ese pluralismo anulara la objetividad del acto terrorista que las instituye y las une irremediablemente.
A pesar de su visibilidad, sectores importantes subrayaban contra la opinión de las víctimas que era necesario un diálogo, e incluso una negociación con ETA, para acabar con el terrorismo. A pesar de su visibilidad la soledad fue la acompañante estructural de las víctimas durante mucho tiempo, la soledad en el campo de las opiniones políticas, la soledad en relación con las instituciones públicas y a los partidos políticos, la soledad en el campo de lo que la sociedad valoraba como el argumentario adecuado respecto a la cuestión del terrorismo, de ETA y de su fin.
La ruptura y la superación de esta soledad ha llegado muy tarde, si es que de verdad ha llegado. Y ahora que ETA se ha visto obligada a renunciar al uso del terror, ahora que sus acompañantes necesarios se han visto obligados a pasar por las horcas caudinas de firmar todo lo que es necesario para poder ser legales, aunque hayan despreciado todo ello durante tanto tiempo haciendo el juego a ETA, ahora parece que ha llegado el momento para que algunos aleccionen a las víctimas diciéndoles cómo deben portarse, cómo deben reaccionar ante la sentencia de Estrasburgo, pues no les parece adecuado que critiquen la sentencia, que se manifiesten y que elijan los términos vencedores y vencidos para el lema de su manifestación.
Les reprochan haberse dejado manipular por los intereses partidistas del PP, sin recordar la soledad impuesta, sin recordar lo que significaban para las víctimas los llamados procesos de paz, las conversaciones de Loyola, la legitimación de los ilegalizados como interlocutores políticos. Y les reprochan ahora que no entiendan lo que significa el Estado de derecho, les dicen que es precisamente la sentencia de Estrasburgo la que mejor defiende a las víctimas, les dicen que no saben lo que es mejor para ellas mismas.
Uno de los hombres más importantes del cine alemán, Bernd Aichinger, productor y realizador, dirigió un docudrama en dos partes dedicado a la historia del terror de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) que fue emitido por la televisión pública alemana. Una de las escenas contaba el asesinato del banquero Jürgen Ponto. Y la familia de esta víctima de la RAF llevó a Bernd Aichinger a los tribunales acusándole de haber falseado la verdad de lo sucedido. Bernd Aichinger, preguntado en una entrevista acerca de su juicio sobre esta reacción de la familia de Jürgen Ponto, dijo dos cosas: mostró su seguridad de que los tribunales iban a sentenciar a su favor, a favor de la libertad de expresión artística, basándose en su larga experiencia al respecto, y dijo también, y esto me parece de una gran honestidad, que a pesar de lo anterior, para él las víctimas siempre tenían razón.
Entre nosotros la razón ha estado con el ocultamiento de las víctimas, con la crítica de su manipulación por parte del PP, con la defensa del diálogo y de la negociación con ETA, con la crítica de la Ley de Partidos Políticos, con la idea de que ETA era mucho más que los comandos, pues toda una parte de la sociedad vasca compartía sus fines, lo que le hacía distinto de otros movimientos terroristas, pero también con la idea de que ETA era y es sólo ETA y nada más que ETA, es decir, sólo los comandos, con la sentencia de Estrasburgo, con la realidad social como medida para aplicar justicia, pero nunca con las víctimas.