José Alejandro Vara-Vozpópuli
  • Asumió la portavocía del PSOE cuando estalló lo de Griñán. Pilar Alegría, firme aspirante a la Moncloa, se hizo el harakiri con lo de ‘justos y pecadores’. Ahora deambula como un fantasma en un gobierno de zombis

«Mal día para dejar de fumar», vino a decirle Pilar Alegría a Alberto Núñez Feijóo en homenaje oculto a Aterriza como puedas. La titular de Educación se refería a la fecha elegida por el líder del PP para efectuar el balance del curso. Era el día de la EPA que arrojaba datos positivos de empleo con los que Pedro Sánchez se lustró el belfo en su consabido mensaje de fin de temporada, populista y rencoroso, todo vestidito de morado, como un Robespierre de saldo.

El problema del PSOE y del Gobierno, ahora un magma único e indiviso, es que no hay un día bueno ni en Ferraz ni en Moncloa. El reproche de Alegría para con Feijóo ocurrió dos días después de que ella misma se estrenara como portavoz de su partido. Justo en la jornada en la que el Supremo confirmó la sentencia de seis años de cárcel a Griñán, nueve de inhabilitación a Chaves y penas diversas para casi una veintena de gerifaltes del socialismo andaluz. Domage!.

Sánchez, por su parte, intentaba este viernes esgrimir ese florido escenario laboral justo en el momento en el que la inflación, lejos de contenerse y aun bajar ‘de los dos dígitos’, como nos anuncia Calviño cada vez que se acerca a un micrófono, cabalgaba hacia el 10,8Domage! La maldita guerra de Putin, recita el rebaño socialista para excusar el desastre. Debería quizás cambiar de argumento porque la media de la inflación europea anda por el 8,5, con lo que España se convierte en un islote, pero no energético, sino de precios fuera de control.

Mal lo tiene Pilar Alegría, elegida para contagiar optimismo a los mustios feligreses del progreso y espantar el mal fario que rezumaba su predecesora, la ríspida Adriana Lastra, siempre enfurecida y encorajinada, como si se desayunara cada mañana una ojiva nuclear. Alegría (44 años, Zaragoza) tiene una formación académica algo escueta, y una trayectoria profesional que en ciertos círculos califican de presentable. Diplomada en Magisterio, consejera de Universidades en el Ejecutivo aragonés y ministra de Educación en el Gabinete de Sánchez con vistas a suceder a Javier Lambán al frente de la presidencia regional, su carrera apuntaba hacia un horizonte colmado de promesas. Gasta ademanes suaves, hablar conciso, caminar elegante y exhibe habitualmente un look menos overdressed que Yolanda Díaz, la vicepresidenta que cuando se sube a los tacones parece un gato en apuros encaramado a un árbol, fuera de su elemento, un animalito al que todo parece irle mal.

Menos arisca que Celaá, su predecesora en la cartera, más amigable y hasta sonriente, empezó por entonces a hablarse de ella para mas elevados destinos

Debutó en su papel de vocera del PSOE con una arremetida contra Feijóo, como mandan las normas de la convivencia republicana: «Parece el primo de Rajoy, pero aun más vago en el desconocimiento de muchos contenidos». Feliz Hallazgo. Mariano, vago y Feijóo, tres palabras clave compartiendo el mismo enunciado. Un poco ramplón pero estos no dan más. Y luego llegó la bomba, el estropicio de Chaves y Griñán, la gran sacudida estival. Imposible escamotearlo, inútil camuflarlo, estúpido justificarlo. Le tocó a ella lidiar con la bestia. Vaya debut. Los calificó de ‘honrados’, habló de la limpieza de sus bolsillos y luego balbuceó la gran frasecita: «Pagan justos por pecadores». Artimaña que repitió Sánchez, quizás sin caer en la cuenta de que estaba tachando de ‘prevaricador’ al Supremo. Vanos esfuerzos por minimizar el mayor saqueo público en nuestra reciente historia, el mayor escándalo de corrupción de nuestra democracia. El PSOE es un partido bandido. En Andalucía, una manga de corsarios.

Alegría había deslumbrado al común de su tropilla en el 40 Congreso celebrado el pasado año en Valencia. Fue la ejecutora de la ponencia de Educación, paso previo a su consolidación al frente del Ministerio. Menos arisca que Celaá, su predecesora en la cartera, más amigable y hasta sonriente, empezó por entonces a hablarse de ella para más elevados destinos. Primero, Aragón, luego…¿Moncloa? Ni nombrarlo. Lastra no ocultaba sus aspiraciones en los círculos de confianza y le costó la cabeza. Alegría se convirtió en una especie de embrión de presidenta. Ni yolis ni margaritas. Una socialista de pura cepa, dama de confianza de Susana Díaz cuando las encendidas primarias y distinguida ministra, luego, con el bonapartín de Tetuán.

La renovación frustrada

Hasta que el meteorito Griñán cayó sobre su cabeza. Todo se desintegró. Los cambios de Sánchez, esto es, M.J. Montero número dos del PSOE, el tal Patxi predicador en el Congreso… y la propia Alegría, quedaron en nada, una anécdota. Pensaba el presidente haberlos ejecutado en septiembre pero la jugarreta de Lastra le obligó a adelantar el calendario. Ahí, el desastre.

El espejismo de los nombramientos apenas duró un minuto. La riada andaluza se lo llevó por delante. Alegría perdió su encanto, su carisma y su futuro. «Nuestra religión es la de Dylan Thomas: paz y Alegría», cantaba uno de sus fans. Tras los ‘justos y pecadores’, quedóse sin fieles. Se hizo el harakiri por la causa y se evaporó el sueño. Ahora deambula como un mustio fantasma en un gobierno de zombis en el que su presidente proclama la yihad contra la corbata, declara la guerra a la rapiña de Botín y Galán y anatemiza a la oposición como responsable de todos sus males. Alegría ya no es más que la voz quebrada de un líder caricato.