PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-EL CORREO
- Entre la guerra y la deserción, en Ciudadanos avanzan hacia su propio exterminio
Ayer Edmundo Bal salió a una de esas ruedas de prensa sin preguntas y dijo que el PP ha abierto la caja B de la corrupción para comprar voluntades. «Están dispuestos a pagar lo que haga falta para comprar a gente de Ciudadanos». Lo dijo como si fuese posible sobornar a alguien honesto. O como si tener un partido lleno al parecer de gente en venta no fuese algo sobre lo que tuviese que dar explicaciones la dirección de ese partido.
Desde que se conoció la maniobra de censura en Murcia, en Ciudadanos no han conseguido explicar uno solo de sus pasos con algo que sonase importante o verosímil. Todo ha sido argumentario apresurado y frecuentemente ridículo. Es un rasgo de la peor política del momento: el discurso no tiene la menor importancia, solo sirve para envolver la maniobra, que debe imponerse por sí misma.
Asistimos a la extinción de Ciudadanos como asistimos a la de UPyD. Con la diferencia de que el partido naranja se ha destruido él solo. La semana comienza para ellos, para los que van quedando, con una ejecutiva de urgencia a la que puede que haya que terminar mandando a los antidisturbios. Y de ahí para arriba en términos de escándalo, espectáculo y destrucción. Hasta que el 4 de mayo Ciudadanos se juegue su última baza de supervivencia en algo que deberá pasar con letras de oro a la antología del fiasco: unas elecciones en Madrid que ellos mismos generaron, desde Murcia, por error.
Los sociólogos son unos pardillos. Insisten en realizar prospecciones para averiguar qué piensa la sociedad cuando podrían preguntarle a Arnaldo Otegi, líder ancestral al que le basta concentrarse para sintonizar con el espíritu del pueblo. La conexión es chamánica. Va mejor que el 5G. Ayer, tras lo de la pancarta y los artificieros en Barakaldo, los espíritus le dijeron a Otegi que «gran parte» de los vascos rechaza a la Ertzaintza mientras la Ertzaintza rechaza a «buena parte» de los vascos. El Sociómetro dice en cambio que el 75% de la ciudadanía cree que la Ertzaintza funciona bien, bastante bien o muy bien y un 15% cree lo contrario. Son datos parecidos a los que obtiene, por ejemplo, la escuela pública vasca. Pero son encuestas. Ni caso. Lo fiable es la palpitación psicológica del patriarca que, siempre desinteresado, ahora nos va a modernizar, feminizar y democratizar hasta que rabien de envidia los países del Consejo Nórdico.
Ayer se cumplió un año desde que el Covid nos encerró a todos en casa. Fue un momento duro. Lo que vino después fue peor. Incluso recordarlo extenúa. Quizá por eso Pedro Sánchez eligió ayer la brevedad de Twitter para la conmemoración. Según el presidente, 2020 fue el año de la «gran resistencia» y la «gran moral de victoria». Y 2021 va ser en cambio el año de la «gran confianza» y la «gran esperanza». Sorprende mucho el tuit. Recuerdas el último año, miras a tu alrededor, y grandeza, precisamente grandeza, tampoco es que encuentres mucha.