Mikel Buesa-La Razón
- En estos tiempos que corren se dirime la hegemonía del abertzalismo entre las dos corrientes que heredaron el legado de ETA
Agosto es, en el País Vasco, el mes en el que estalla la algarabía abertzale. El rosario de fiestas populares que se celebran pueblo a pueblo hasta llenar su geografía es aprovechado por el independentismo para exhibir sus proclamas y exigir lo que las urnas le niegan, aprovechando la ocasión para exaltar su pasado terrorista. Éste no es una ficción lejana sino una realidad presente cuya genuina expresión se refleja en la campaña en favor de los presos de ETA que aún encuentran albergue en las cárceles. Y además, aprovechan la ocasión para llenar la cuenta con la que se pagan los gastos por medio de las txoznas instaladas en los feriales y la venta del merchandising abertzale. Todo muy normalizado –pues son ya décadas en las que viene repitiéndose el ritual– y aparentemente pacífico –si pacífico es amenazar a quienes se identifica como enemigos del pueblo, como hace unos días ha pasado con Mikel Iturgaiz, u organizar marchas y meriendas de enaltecimiento etarra a fin de dejarle claro a la parroquia que el terrorismo fue una necesidad y que tal vez pueda seguir siéndolo–. Y mientras tanto la alegría, el divertimento, los bailes y las borracheras –que de todo hay–.
Pero no nos engañemos porque eso no es sino una fachada radiante detrás de la cual, en estos tiempos que corren, se dirime la hegemonía del abertzalismo entre las dos corrientes que heredaron el legado de ETA. Por una parte, Sortu, que acepta el cierre de la campaña terrorista; y por otra, los radicales que se agrupan en la Gazte Koordinadora Sozialista (GKS), que pugnan por sentar las bases para reabrirla. Los primeros han encontrado apoyo en la política institucional, especialmente en las contrapartidas negociadas con Pedro Sánchez cuyo gestor principal es Grande Marlaska, quien porta las llaves carcelarias como si fueran las de la muerte y el Hades. Los segundos extienden sus redes por los campus universitarios y los ambientes juveniles con una fortaleza creciente que deja en la cuneta a las juventudes de Sortu tanto con el discurso como con la violencia. Y ahora, con la retirada del CNI, al diluirse sus controles, tal vez crezcan sus oportunidades. Es la paradoja de dejar gobernar a Frankenstein.