José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Algo se ha roto en la sala de máquinas de La Moncloa. Algunas piezas saltan por los aires. La magia de Iván no logra conjurar los síntomas del estropicio
Sacó a Basagoiti vestido de niño del coro y a Monago de bombero. El vasco perdió dos escaños en 2009 y el extremeño dijo adiós a la presidencia en 2015. Monago, eso sí, venía de ser presidente de su región. Ambos estaban asesorados por Iván Redondo, joven prodigio de la mercadotecnia política que desde hace un par de años dirige desde la sombra el rumbo de la nación.
«En todo Estado existen oficios necesarios que no son sólo abyectos, sino aun viciosos», escribía Montaigne. No es el caso de nuestro protagonista, aunque algunos en Ferraz se empeñen en tacharle de ‘mercenario’. Es el primer ministro de un Ejecutivo del que no es miembro y pretende controlar un partido en el que no milita. Curiosamente, ha trabajado más tiempo con dirigentes del PP que del PSOE. A Sánchez le ayudó a ganar las sangrientas primarias, le alentó en la moción de censura que defenestró a Rajoy y, tras un lastimoso resultado electoral en noviembre de 2019, le empujó a formar Gobierno con Podemos pese al barrunto de insomnio. Todo eso es Iván Redondo, el fino jugador de ajedrez, diseñador de estrategias, preclaro nigromante, perito en lemas, a quien ahora le tiembla demasiado el tablero.
Tanto, que ya da en hablarse de un apagón en la brillante aura que envuelve las labores de este consejero oculto, discreto y prudente como un teólogo de Maguncia. No habrá tal cosa, desde luego, al menos si se escucha a quienes conforman el riñón más íntimo de los consejeros del presidente, quienes, por cierto, no se enteran de nada. Sánchez apenas comparte sus inquietudes y sus planes con alguien más que su superasesor Iván y quizás también con Begoña, su esposa. Luego reparte algunas migajas de información con muy contados colaboradores, bien Adriana Lastra, cada vez más alejada de la verdad, o la vicepresidenta Carmen Calvo, a quien usaba de ariete para contener las embestidas de Pablo Iglesias, odioso personaje ya finiquitado.
El ‘dominó naranja’, las mociones en Murcia-Madrid-Castilla la Vieja y, finalmente, Andalucía, se pifió ya con la primera ficha. Un absoluto desastre pergeñado desde la famosa ‘sala de guerra’ que dirige Redondo
Graves episodios han sacudido las entrañas de La Moncloa. Un llamativo rosario de inesperados desaciertos. Todo arrancó con la innecesaria censura murciana. Inés Arrimadas cargó con la culpa y el zangolotino Ábalos también se llevó lo suyo. El ‘dominó naranja’, Murcia-Madrid-Castilla la Vieja y, finalmente, Andalucía, se pifió ya en la primera ficha. Un desastre tras otro pergeñado desde la famosa ‘sala de guerra’ que dirige Redondo. Una torpe escaramuza que derivó en la convocatoria anticipada en Madrid.
Ahí le esperan. En la batalla de la Puerta del Sol se dirime algo más que el color político del Gobierno de Madrid. Hay muchos elementos en juego; por ejemplo, el futuro del jefe del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. El envite no ha podido arrancar peor. Pablo Iglesias movió la pieza de su candidatura sin avisar a su socio de coalición, que casi se enteró por la prensa. «Habrá sorpresas», reaccionó Redondo, quizás por mantener la compostura y, al tiempo, para disimular el bofetón que le acaban de propinar.
Como en Cataluña, donde transformó a Illa de ministro inepto en inútil vencedor. No puede decirse que sea una proeza elefantiásica pero, al menos, el gran muñidor de la tela de araña del sanchismo pudo mantener las formas
De momento, la única sorpresa remitida desde Presidencia ha sido la confirmación de Ángel Gabilondo como cabeza de cartel, algo que ni el protagonista se esperaba (ni deseaba). También, la designación de Hana Jalloul, perfecta desconocida, como número dos de la lista. Redondo, eso sí, ha tomado las riendas de la campaña, con plenos poderes, ha defenestrado a los viejos prebostes del aparato de Ferraz y ha puesto rumbo hacia el único horizonte que conoce, esto es, el de la victoria. Como en Cataluña, donde transformó a Illa de ministro inepto en inútil vencedor. No puede decirse que sea una proeza elefantiásica pero al menos, el gran muñidor de la tela de araña del sanchismo, pudo mantener las formas y hasta subirse al escenario en la noche electoral de Barcelona. Lo que no es poco.
Olor a chamusquina
Todo será distinto en Madrid, salvo que algún imprevisto. No es preciso mencionar las encuestas, unánimes en torno a Isabel Díaz Ayuso. Basta con sentarse en una terraza madrileña, bien sea en la exquisita Juan Bravo, el populoso Getafe o el estimulante Colmenar, para percibir ese tufillo a quemado que emerge desde el perolo de la izquierda
En sus primeras intervenciones en campaña, Pedro Sánchez ha metido cuchara en la chamuscada cacerola para salvar el guiso. La misma receta de siempre, de la plaza de Colón y la ultraderecha, un comistrajo grasiento que de tanto recalentarlo resulta ya intragable.
Algo se ha averiado en las cocinas de La Moncloa. El mágico hechizo del gran cocinero Iván se ha evaporado. Surgen problemas, se suceden los tropiezos, se prodigan las derrotas. Un escenario nada frecuente en ese templo de las victorias. Algunos hablan de ‘ambiente de fracaso’, algo hasta ahora por allí desconocido, con una mayoría parlamentaria estable y una oposición desnortada y pastueña. Una victoria incontestable de Ayuso podría modificar radicalmente un escenario que, por lo demás, crece en incertidumbres y temores. Ni vacunas ni fondos en el horizonte. En el sombrero de copa de Redondo se rebusca afanosamente otro conejo para conjurar el desastre. Sólo encuentran, de momento, pelusa fascista y polvo del Valle de los Caídos.