EDUARDO TEO URIARTE – 30/05/16
· Como consecuencia de las derrotas de las dictaduras conservadoras a mediados del siglo pasado, la democracia se convirtió para la política en un señuelo propagandístico de prestigio. Hasta tal punto que regímenes que no lo eran se autodenominaban democracias: democracias populares e incluso, en nuestro caso, a un régimen personal y autoritario surgido de una rebelión militar se le llamó democracia orgánica. Actualmente hasta los que reclaman un sistema que conculca los derechos de la ciudadanía, como es el caso de los nacionalismos radicales o Podemos, se presentan llamando a la superación de esta democracia por otra mejor, mediante el derecho democrático a decidir, o la auténtica democracia frente al apaño surgido de la Transición, para cargarse la democracia.
Una presentación excesivamente laudatoria e idealizada de la democracia puede conllevar el artero deseo de liquidarla. La democracia se suele definir de una manera modesta por los que creen en serio en ella, la suelen definir como el menos malo de los sistemas políticos, asumiendo sus defectos, y con una actitud positiva y activa ante ella, pues se trata de un modelo siempre perfectible. Los que la observan idealistamente como algo absoluto y cerrado, a la postre piensan en llevar a cabo una dictadura.
Desconfíen de los que hablan de la democracia de una forma exageradamente laudatoria. La democracia, el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, en estado idealmente puro se fagocita a sí misma. De hecho, nunca existió en estado puro, ni siquiera en Atenas, y tras los procesos revolucionarios en el Reino Unido, USA y Francia, la democracia se fue abriendo camino acompañada del republicanismo, el liberalismo, y, desde el siglo pasado, del estado de bienestar en Europa. La democracia pura se sube a la cabeza. Es droga dura ideológica.
Desconfíen, también, de los que la califican en exceso, sobre todo cuando hablan de democracia auténtica, pues suele suponer que en ese modelo no entrarían los que en su opinión no están por ella, como ese PP de lo que de todo tiene la culpa, o incluso ese PSOE que se conformó en un moderado reformismo, dejando la auténtica democracia, huérfana de auténtica justicia social, a un lado. Si el reciente PSOE y los nacionalismos, otrora moderados, empezaron a hablar de ésta como una democracia de baja calidad, llegaron los de la Complu después de asesorar una auténtica democracia bolivariana, y les sobrepasaron reclamando democracia auténtica, directa, con derecho a decidir, y condenando todo lo anterior como una componenda de la casta.
Los demócratas, por el contrario, no suelen ser ni vocingleros ni radicales, saben, como los republicanos de verdad, los inspirados en la III República francesa, que el sistema para ser democrático y republicano debe ser inclusivo, debe sumar, no restar, no debe ser monopolizado por planteamientos que son sólo los nuestros, es decir, sectarios.
Desconfíen, además, de los que reclaman la democracia directa, la acción del pueblo movilizado, pues era lo que de antiguo hacían personajes como Calígula, gran orador, llamando a la plebe para destruir las pocas competencias de control que le quedaban al Senado, para convertirse en tirano (luego se lo cargaron sus propios guardias). Es la democracia representativa la que funciona y perdura, no sólo porque puede existir un cierto filtro de calidad en los ciudadanos que nos representen –aunque no siempre, que hoy en día la tele y las redes sociales nos pueden presentar a un zoquete demagogo como un Delano Roosevelt- pero porque además las decisiones se distancian en el tiempo y en el espacio del origen que las provocó, propiciando la reflexión, la racionalidad, y la deliberación necesarias que toda democracia debe poseer.
Que permita que las decisiones puedan ser matizadas, fluidas, con posibilidad de reformularlas posteriormente si no funcionan, y no por el medio de la democracia directa mediante plebiscitos al pueblo con preguntas enfrentadas, el “si o no”, de suma cero. La democracia directa es otro buen medio para cargarse la democracia, una vez que la pura llamada al poder dictatorial quedara desprestigiado, porque si idealmente aparenta ser perfecta, en la práctica es la menos democrática de las formas que ésta puede disponer. Todas estas modalidades están de moda hoy ente los populistas, no sólo en Podemos o los anarquistas de la Cup, también entre los nacionalismos periféricos, pues también son populistas.
La democracia además de racional y deliberativa debe ser un sistema tranquilo. Churchill vino a decir que con ella lo único que te podía despertar a las seis era el lechero, pero también, es un sistema que no hay que idealizar, porque como él mismo llegó a decir con su sarcasmo, bastaba mantener una conversación con un elector medio para cogerle miedo. Esperemos no cogerle miedo, que las decisiones del pueblo no vuelvan a destrozar un sistema pensado para la convivencia como ocurrió con al II República. Aunque usted esté hasta las narices de la corrupción, indignado ante los problemas que padecen nuestros jóvenes, escandalizado por el distanciamiento que los políticos han conseguido de la sociedad y de las mentiras o medias verdades con las que los medios de comunicación también juegan, piense bien lo que vota.
Eduardo Uriarte Romero