1.Viaje a Bruselas
Las buenas intenciones no bastan. Ni en la vida privada ni en la pública. Menos aún en la colectiva: la historia está llena de cadáveres producto de las mejores intenciones y de los propósitos más loables. El vilipendiado Neville Chamberlain los tenía (nada menos que salvar a una generación de jóvenes de la guerra y la muerte que marcó a la inmediatamente anterior), y la historia lo juzgó de la forma más cruel.
Tampoco los resultados legitiman cualquier actuación, el fin nunca justifica los medios. Legitimar a Puigdemont como interlocutor formal y prioritario por parte de nada menos que una vicepresidenta del Gobierno (cargo inseparable mientras se ejerce de cualquier actuación pública, por mucho que diga que fue en calidad de líder de Sumar) contradice todos los esfuerzos diplomáticos y de comunicación hechos por el Gobierno del que ella ha formado parte en los últimos años.
Reuniones permanentes con altos funcionarios europeos y de distintos Estados miembros, eurodiputados, comisarios, miembros del Consejo y otras instituciones comunitarias para explicar que no, que España no reprimía nada, que es un Estado democrático, que los líderes independentistas se saltaron la ley y que, como corresponde en un Estado de derecho, debían ser juzgados y, en su caso, penados.
De ahí la petición trabajada de levantar la inmunidad ante el Parlamento Europeo. Todo ello agravado por el muy poco institucional gesto previo de rechazar reunirse personalmente con Feijóo, candidato a la investidura.
2. El orden de los factores políticos altera el producto institucional
Habría sido más entendible una reunión posterior, en una etapa más madura de una negociación que hubiera implicado algún tipo de reconocimiento y contrición por parte de Puigdemont y el movimiento que representa.
No sólo no fue así, sino que, un día después de la visita, Puigdemont volvió al listado habitual de agravios (arrancando desde 1714 y los decretos de Nueva Planta, nada menos) y a escenificarse como víctima. Recalcó que España reprime a Cataluña y que no renuncia a la unilateralidad. Una trampa en el timing de la negociación que ya ha tendido también al PSOE: primero amnistía y, luego, ya veremos.
Imaginemos que hubiera una amnistía que, en cambio, desembocara en una repetición electoral. Un escenario que seguramente atrae a los sectores más duros de Junts por el más que probable resultado electoral que produciría en el Congreso.
3. El precio de la investidura es la amnistía
¿Cuál es el del Gobierno? La escasa insistencia en el referéndum como condición previa alienta esta interpretación. Pero cabe preguntarse cuál será el precio de un Gobierno de cuatro años con capacidad de legislar y aprobar presupuestos. ¿Un referéndum imposible de conceder?
Porque es a eso a lo que se refiere Puigdemont cuando habla de un «compromiso histórico que no se ha atrevido a hacer hasta ahora ningún régimen español». Suena, por ahora, a pan institucional para hoy y hambre electoral para mañana.
4. ¿Desde qué cargo y atalaya habla Puigdemont?
El expresidente catalán no tiene cargo orgánico en su partido. Ni ha ganado las últimas elecciones autonómicas ni las generales. Más bien todo lo contrario. Su resultado ha sido pobre.
Cabe una pregunta. ¿Cuántas elecciones necesita perder Puigdemont para que deje de hablar en nombre del pueblo catalán? ¿Cuándo considera que se extingue su legitimidad? Hay una actitud profundamente antidemocrática en el liderazgo mesiánico sin fecha de caducidad que se autoconcede.
Y, siendo así, ¿en qué lugar queda ERC? Una manera optimista de verlo es la de Smiley en la adaptación cinematográfica de Tinker Taylor Soldier Spy de Le Carré, El topo (Thomas Alfredson, 2011). En una escena memorable, un Smiley algo beodo, interpretado por Gary Oldman, le dice a su compañero al hablar de su némesis en el KGB: «Y por eso sé que podemos vencerle: porque es un fanático, y los fanáticos siempre ocultan una duda secreta».
Supongo que volver a casa tras varios años sin pisarla con la justicia pisándole los talones, y con un relato poderoso para presentarse de nuevo a la Generalitat, no es poca cosa. Por más que diga en público que no busca una solución personal: la historia de la literatura universal es, en gran parte, la del regreso al hogar.
5. Cualquier análisis es inseparable de la (mejor) situación en Cataluña
Es algo sorprendente que este factor no se mencione más a la hora de analizar y/o criticar la política del Gobierno hacia Cataluña. Unos hablan de pasividad de la sociedad ante los «desmanes» de un Pedro Sánchez capaz de cualquier cosa «por seguir en la Moncloa».
La realidad es que con el PP hubo dos referéndum ilegales de autodeterminación en Cataluña y que el independentismo fue hegemónico y unilateral. No ha sido así con los Gobiernos socialistas. Uno de los shocks políticos y emocionales del infausto 2017 fue la pésima gestión que hizo el Ejecutivo de Rajoy del desafío independentista.
Hoy, un PSC alejado de sus discursos más complacientes con el nacionalismo es la primera fuerza política en Cataluña y el sentimiento independentista está en su punto más bajo en la última década. A ojos de muchos ciudadanos, Sánchez se ha ganado el crédito para intentarlo. Y lo está haciendo, con toda la legitimidad tras las elecciones del 23-J.
La investidura no es una subasta de principios ni voy a aceptar ningún chantaje.
🔴 Por donde parece que está dispuesto a pasar Pedro Sánchez, yo no paso. Por principios, por biografía política y porque nunca seré presidente del Gobierno a cambio de interés general. pic.twitter.com/EQaOOm4bvG
— Alberto Núñez Feijóo (@NunezFeijoo) September 5, 2023
6. Imposible entender al PP
Puigdemont no tiene cargo orgánico en Junts, pero incluso el más bisoño sabe que es quien tiene la primera y la última palabra en el partido. Por eso llama la atención que ahora Feijóo se finja escandalizado por las palabras del expresidente y anuncie que deja en suspenso la reunión con Junts. ¿Qué esperaba que iban a decirle y pedirle sus subordinados?
Su intento de mejorar la interlocución con Junts (y con el PNV) a largo plazo es comprensible, estratégico, pero no los plazos en los que lo despliega. Sólo hay algo peor que el hecho de que tus decisiones sean rechazadas: que no se entiendan.