Amén

Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La Comisión Europea, en sus nuevas previsiones, ha mejorado las expectativas de la economía española. Allí donde veían antes un claro peligro de recesión, ve ahora un crecimiento moderado, del 1,4%. Cuatro décimas de mejora no es un guarismo tan grande como para tirar cohetes, pero es un buen dato, dadas las circunstancias. Un dato que mejora también el de las economías del entorno, lo que nos ayudará salir de la lista de los países que aún no han recuperado el PIB previo a la pandemia en la que nos hemos quedado solos.

La causa de la mejoría parece clara y es una suma de factores entre los que se encuentran el efecto arrastre de un final de año con un crecimiento mucho mayor del esperado; de un alivio de la inflación, al amparo de la templanza de los precios de la energía; del impacto que deberían tener sobre la inversión los fondos europeos y de las magníficas perspectivas que acompañan al año turístico, una vez superadas las limitaciones a la movilidad impuestas para evitar la propagación de la enfermedad. Si la economía va a ser el terreno de juego en donde se dirimirán las próximas elecciones, una vez descontados y ‘amortizados’ sus desmanes jurídicos, como espera y ansía el Gobierno, el presidente Sánchez recibió ayer un buen empujón, pues no será un año desastroso en este ámbito.

Hay todavía elementos de incertidumbre que pueden torcer las esperanzas, en especial un agravamiento severo de las condiciones de financiación de los hogares y de las empresas, como consecuencia de los aumentos de tipos de interés que ya han sido anunciados, o un atasco en el mercado laboral que se ha mostrado hasta ahora resistente a cualquier adversidad. También habría que contar con una evolución negativa de esta guerra que nadie sabe como terminará y que tiene distintos guiones, algunos aterradores. Pero estas incógnitas son las habituales en cualquier previsión y no deberían privarnos de este alivio somero que debemos disfrutar.

Pasado el susto de la recesión que acechaba, deberíamos volver los ojos hacía la imprescindible tarea de la creación de empleo, que es nuestra principal asignatura pendiente. La sostenibilidad de las pensiones lo necesita y la dignidad de los casi tres millones de parados lo exige. Hay que volcar toda la acción del Gobierno y toda la energía del sistema productivo sobre esta lacra que nos avergüenza como sociedad y no señala como país.