FERNANDO SAVATER-El País

  • Del asesinato de Lluch nos acordamos muy bien todos los que lo vivimos, de cualquier color político, y no como los jóvenes antifascistas de hoy

El 21 de noviembre del año 2000, ETA asesinó en Barcelona al exministro socialista Ernest Lluch. Le mató en el garaje de su casa, tras acosarle entre los vehículos aparcados. Pese a lo que en un rapto de lirismo buenista dijo una falsa ingenua, Lluch nunca hubiera pretendido dialogar con sus asesinos (como si fuese “diálogo” lo que uno mantiene con el pistolero que viene a buscarnos) sino escapar, salvando el pellejo. Aquellos euskobestias no se lo permitieron y fue una mujer —¿mujer?— la que según parece le dio el tiro de desgracia. En aquellos días eran frecuentes bodas de sangre como esa y algunas se hacían borrosas por la trágica costumbre: había muertos de primera, de segunda y hasta de tercera, que pasaban por allí. Pero del asesinato de Lluch nos acordamos muy bien todos los que lo vivimos, de cualquier color político, y no como los jóvenes antifascistas de hoy, que como solo saben lo que les cuentan en la lección de catecismo no “recuerdan” más que a los fusilados por Franco. Hace ya 23 años de aquello, casi una eternidad.

En cada aniversario, el PSOE ha recordado en sus redes al asesinado y a sus asesinos. Pero en 2023, el tuit ritual sólo mencionaba la muerte del exministro socialista, catalán y por tanto español, pero no la nombradía de los criminales, vascos y por tanto españoles también. ¿De qué había muerto Lluch? Ah, vaya usted a saber, hay tanto virus suelto. Este olvido escandalizó incluso en estos tiempos en que tragamos con todo y a las pocas horas se rectificó el tuit con cierto sonrojo. Pues me parece mal. Cinco días antes, el socialista Sánchez se había amancebado con Bildu para sacar su investidura. Algunos cómplices hasta se atrevieron a decir que a Lluch le hubiera encantado la componenda. ¡Hipócritas! De verdad, mejor la amnesia.